Cuarteto de cuerdas, José Rolón

Vale la pena detenerse someramente en su vida para explicarnos la génesis de su cuarteto

Eusebio Ruvalcaba
Columnas
Cuarteto de cuerdas
Foto: Creative Commons

Sin caer en ismos previsibles y de resoluciones armónicas más cercanas a Revueltas que a Ponce, este cuarteto muestra una de las preocupaciones básicas de José Rolón: darle a su música un carácter que rebasara con mucho los perímetros nacionalistas.

Precisamente cuando hubo acabado esta obra tenía aún muy presentes las enseñanzas de Paul Dukas y de Nadia Boulanger, que había recibido en su estancia en París de 1927 a 1929 cuando tomó clases de música con ellos.


Nacido en 1877 en El Recreo, un rancho en las inmediaciones de Zapopan ―hoy Ciudad Guzmán―, Jalisco, José Rolón estaba imbuido de un espíritu nacionalista recalcitrante, que supo dominar al momento de componer.

Hombre mesurado ―continuamente sacrificó su felicidad en aras de una vida prudente y discreta― hizo de su existencia un apostolado para difundir la música de concierto en su estado natal.


Vale la pena detenerse someramente en su vida para explicarnos la génesis de su cuarteto. Hijo de Feliciano Rolón, quien fomentaría en él la pasión por la música, y discípulo de piano de Arnulfo Cárdenas, José Rolón tuvo desde su infancia incentivos que siguió cultivando ya de joven. Tanta era la devoción que tenía por el arte de la música, que en 1899 viaja a caballo desde su rancho a la Ciudad de México a escuchar a Ignaci Jan Paderewski, el compositor y pianista polaco.

Se traslada entonces por primera vez a París. Es el año de 1900. Toma clases de piano con Moritz Moszkowsky, famoso virtuoso del piano y del órgano, que vuelca en la docencia todos sus conocimientos. Luego de seis años de estudio, Rolón decide dedicarse al magisterio. Viudo ―había sido casado en México y dejado dos hijas―, se enamora de Eugène Belard (Mimí) y está a punto de casarse con ella cuando muere una de sus hijas. Retorna a México. Funda entonces lo que sería la cristalización de su vida magisterial: la Academia de Música de Guadalajara, que más tarde se llamaría Escuela Normal de Música de Guadalajara.

Cumbre

Una vez egresados los primeros alumnos, Rolón instaura la Orquesta Sinfónica de Guadalajara, al frente de la cual estrenaría música lo mismo convencional que de vanguardia. Después de un tiempo regresa a París. Esta vez acude directamente con el maestro de las nuevas generaciones: Paul Dukas, pianista y compositor a quien nada le parece exagerado si de música se trata.

Junto con Ponce y Villalobos, Rolón forma parte de la triada favorita de Dukas. Sometido a una revisión exhaustiva de las más disímiles técnicas en composición, y bajo la asesoría de Nadia Boulanger en armonía y contrapunto, y específicamente de Dukas en fuga y orquestación, Rolón compone dos obras que le darían su sitio indiscutible en la música mexicana: el poema sinfónico Cuauhtémoc y, en el terreno de la música de cámara, su cuarteto de cuerdas, dedicado al violinista jalisciense Higinio Ruvalcaba. José Rolón moriría en la Ciudad de México en 1945.

Este cuarteto es suma de una vida. Rolón está en su momento cumbre cuando emprende la composición de esta obra. Convencido de que la música de cámara en general, y del cuarteto de cuerdas en particular, es prueba de fuego para un compositor hace de este cuarteto un crisol de su fuerza expresiva. Es un cuarteto en el que la armonía depurada da paso a un torrente de ideas que devienen de pronto enigmáticas, de pronto hondas y melancólicas.