Memoria y melancolía

Quien cae en depresión profunda pierde el acceso a sus buenos recuerdos y se queda solo con los malos.

Elena Fernández del Valle
Columnas
Melancolia
Foto: Almost brilliant/Creative Commons

Muchas veces he visto cómo quien cae en depresión profunda pierde el acceso a sus buenos recuerdos y se queda solo con los malos. Quiero decir, pierde la capacidad de evocar los afectos y sensaciones propios de sucesos felices, pero reproduce fielmente el dolor de la humillación o el rechazo.

Así, una mujer melancólica podrá recordar el nacimiento de su primer hijo y no olvida que fue un bebé sano y hermoso, pero no siente nada al evocar estos hechos, que además acuden a la memoria sin relieve ni detalles.

Esa incapacidad para sentir placer y gozo, que es un síntoma cardinal de la melancolía, arroja su sombra hacia el pasado de la persona: quien sufre depresión no puede paliar su dolor evocando tiempos mejores.

Los observadores de la vida humana intentan entender lo que le pasa al melancólico sirviéndose de las ideas y herramientas que tienen a mano en cada época. En tiempos de Santa Teresa de Jesús se pedía consejo al director espiritual. En tiempos de Sigmund Freud, al sicoanalista. Hoy se investiga la melancolía mediante la resonancia magnética funcional.

Muchos de nosotros hemos pasado ya por algún estudio de resonancia magnética, esa técnica que logra imágenes increíblemente detalladas del cuerpo sin exponerlo a rayos X. Incluso es posible detectar los cambios que ocurren en diferentes regiones cerebrales cuando, al ponerse en actividad, reciben mayor riego sanguíneo. Si durante el estudio pedimos a la persona que mire una imagen, lea un texto o escuche una serie de tonos sabremos de inmediato en qué zonas ha aumentado el consumo de oxígeno, como si viésemos al cerebro en acción.

Así ha sido posible observar al cerebro que rememora y constatar que un recuerdo no es un registro almacenado en un archivo, sino la reconstrucción de una experiencia pasada: para recordar lo que pasó, habremos de activar de nuevo las regiones cerebrales que respondieron entonces a colores, sonidos y movimientos, y también las encargadas de dar un matiz emotivo a lo ocurrido.

Esperaríamos, pues, que el cerebro del melancólico se mostrara muy torpe al intentar la reconstrucción de momentos felices. De hecho hay estudios que muestran, por medio de la resonancia magnética, ciertas peculiaridades en los procesos de la memoria autobiográfica en las personas deprimidas que podrían explicar el sesgo hacia los recuerdos negativos.

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El American Journal of Psychiatry publicó este mes un artículo de Kimberly D. Young, sicóloga dedicada al estudio de la memoria, en el que se examina el funcionamiento cerebral de 160 sujetos mientras recuerdan experiencias de vida.

Había entre ellos personas sanas, personas con depresión, personas recuperadas de una depresión y personas con alto riesgo familiar de desarrollarla.

Al analizar las imágenes de resonancia magnética funcional se puso especial interés en una estructura cerebral conocida como amígdala, que nos permite atribuir una valencia emotiva a los sucesos. Pudo verse que en los sujetos deprimidos la amígdala permanecía inerte al evocar alguno de los escasos recuerdos positivos y en cambio se encendía ante los recuerdos negativos. En las personas sanas eran más numerosos y detallados los recuerdos agradables, y más intensa la actividad de la amígdala mientras más rico fuera el recuerdo.

Por otra parte, quienes se habían recuperado de una depresión y quienes por su historia familiar tendrían un alto riesgo de padecerla habían recobrado en parte su capacidad de evocar lo bueno, pero seguían recordando con mayor relieve lo negativo.

No sé qué clase de ejercicio devolvería a la amígdala su fuerza para actuar en pro de la alegría. Pero me queda claro que la recuperación vendrá a través del cuerpo, porque incluso la sicoterapia tiene su correlato fisiológico.