Medicina narrativa

El médico necesita desarrollar sus capacidades narrativas, aprender a emocionarse ante las historias que escucha.

Elena Fernández del Valle
Todo menos politica
Medicamentos
Foto: Jamie/Creative Commons

Narrative Medicine es el título de un libro que he comenzado a leer con enorme interés. También es el nombre de un movimiento que la autora, Rita Charon, ha iniciado.

Charon, médico internista, volvió a las aulas para hacer un doctorado en Letras porque quería aprender a descifrar mejor los relatos de sus pacientes, a escucharlos narrar su historia prestando oído al estilo expresivo de cada uno en vez de limitarse a entresacar unos cuantos datos escuetos para llenar un formato en el expediente del hospital.

Ahora, desde su programa de Medicina Narrativa en la Escuela de Medicina de la Universidad de Columbia, enseña a los médicos jóvenes a entrevistar a sus pacientes.

Charon había sido desde niña una lectora voraz, pero no había llegado a fusionar ese primer amor por las letras con su profesión médica. El estudio formal de las letras la llevó a modificar profundamente su manera de entrevistar a los enfermos.

En lugar de bombardearlos con preguntas —“¿Ha tenido dolor de cabeza? ¿Sangrados nasales? ¿Dolor de garganta?”— se limita a decir: “Voy a ser su médico y necesito conocerlo muy bien. Dígame qué debo saber sobre usted”.

La respuesta suele ser una narración que combina espontáneamente la mención de los síntomas físicos con el relato de las circunstancias que los acompañan y con intentos de explicación de su origen.

Si el médico no interrumpe y presta atención plena al color afectivo del discurso, a los silencios y los gestos de su interlocutor, se enterará no solo de qué le duele al enfermo sino también de cómo vive, cuáles son sus temores y ansiedades, cuáles sus odios y sus amores.

Por su parte, el paciente se sentirá reconocido como persona y no solamente como “caso”. Estará dispuesto a hacer alianza con el médico que ha aceptado ser testigo de su vida y custodio de su identidad.

Emociones

Una entrevista de este tipo no se lleva menos de una hora. Muchos siquiatras y sicoterapeutas procedemos así, pero los médicos de otras especialidades no. Sin embargo, hay excepciones: yo encontré a Rita Charon gracias a un artículo de Luis Miguel Gutiérrez Robledo, médico geriatra que dirige el Instituto Nacional de Geriatría.

En Algunos elementos prácticos para el rescate del nivel subjetivo en la relación médico-paciente (2015, Cuadernos de Psicoanálisis), cita a Charon y traza un camino semejante.

El enfermo que llega a consulta, escribe Gutiérrez Robledo, no nos presenta un problema nítido, sino una situación desordenada y compleja. Un buen relato, un relato que dé cuenta de las ambigüedades, paradojas e incertidumbres de la circunstancia del paciente nos servirá mejor para entenderlo que cualquier intento de definir el problema siguiendo unas cuantas reglas.

Y para contar bien la historia del enfermo, el médico necesita desarrollar sus capacidades narrativas, aprender a emocionarse ante las historias que escucha, saber imaginar muchos finales posibles. También ha de aceptar que no sabe qué curso tomará la historia de quien acude a él.

De todo esto puede aprenderse mucho leyendo buenas novelas. La literatura sirve para que vivamos las vidas que no nos tocó vivir, decía Mario Vargas Llosa. Nos hace más capaces de identificarnos con otros.

Nos enseña tolerancia al mostrarnos que toda situación humana es ambigua compleja e incierta. Puede llevarnos al terror, la tristeza profunda o la risa a partir de la descripción de una comida en familia. Ilumina lo cotidiano con un halo de extrañeza, haciéndonos reparar en la enorme importancia que puede tener un detalle banal.

El grupo de Rita Charon ya ha fundado una maestría en Medicina Narrativa en la Universidad de Columbia. ¿Veremos en México la integración de la narrativa al plan de estudios de los futuros geriatras? Ojalá.