La crisis del cortoplacismo

El problema es la ausencia de un sistema eficiente  de transporte público.

Juan Gabriel Valencia
Columnas
Tráfico
Foto: Saúl López

La contingencia ambiental es solo muestra de la falta de visión de futuro que aqueja la historia de la Ciudad de México.

La lección de la contingencia ambiental en curso deja múltiples lecciones tanto a la ciudadanía como a las autoridades gubernamentales respecto del diseño y, sobre todo, los plazos de cumplimiento de las políticas en todos los órdenes de la acción colectiva, sean medio ambiente, salud, educación, seguridad social, asentamientos humanos, transporte o infraestructura.


Cualquiera que haya ido a Londres se percata, casi apenas se toca el suelo británico, de dos características de la capital del Reino Unido: una ciudad ordenada y cara.

Hace ya varias décadas que una crisis ambiental prendió las alarmas para esa ciudad y se tomaron medidas electoralmente muy costosas y cuyos resultados no los habrían de ver muchos habitantes de esa generación, pero que tuvieron que pagar el precio.


En México, país y ciudad, ha ocurrido lo contrario prácticamente en todos los ámbitos de las políticas gubernamentales: lo que es electoralmente costoso es inviable y las soluciones que no se vean por la misma generación que las adopta son impracticables.

La Ciudad de México enfrentó en la semana que concluye un Doble Hoy No Circula, dentro de un programa emergente de tres meses y que significó la reducción de 40% del tráfico de vehículos automotores, principalmente automóviles de particulares. No fue solución: ahí están los datos de la contaminación.

Y no fue solución porque el problema no son los coches de la ciudadanía sino la ausencia durante décadas de un sistema eficiente, financieramente sustentable, de transporte público. Ese sistema no se tiene porque los habitantes de la Ciudad de México del pasado y del presente no han estado dispuestos a financiarlo.

Mucho se dirá del cinturón industrial del norte de la ciudad o de las características geográficas poco favorables de la capital del país para facilitar la dispersión de humos y partículas. Pero lo cierto es que durante la semana la ciudad padeció una crisis de consecuencias sociales y económicas para la que no está preparada, porque no se toman decisiones políticas de largo plazo que beneficiarían a generaciones posteriores si las actuales estuvieran dispuestas a pagar el precio.

Costo

Durante décadas del milagro mexicano y después de las crisis, cíclicas y recurrentes, la Ciudad de México ha sido refugio laboral y en parte habitacional de migraciones internas que elevan el valor electoral de la capital del país a cambio de disminuir el costo de habitarla.

Esa es una situación que se tiene que revertir si lo que se quiere es impedir programas emergentes trimestrales que no resuelven los problemas sino que los posponen y potencian sus riesgos a futuro.

Es un lugar común que las ciudades más desarrolladas del mundo se distinguen no porque los pobres tengan automóvil sino porque los ricos usan transporte público, administrado por el Estado o concesionado. Y en una u otra opción el costo corre por cuenta del contribuyente en condiciones caras pero equitativas y generalizadas.

¿Los habitantes de la Ciudad de México estarían dispuestos a enfrentar en el presente esas condiciones que repercuten directamente en su bolsillo?

Si un lugar del país ha sido enemigo, por ejemplo, del Impuesto al Valor Agregado generalizado, es el ex Distrito Federal. Fue el incremento al IVA el que llevó al poder, por rechazo, a Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura de gobierno y a que se establecieran como norma las políticas clientelares que tienen hoy a la ciudad en crisis.

Nos quejamos del Hoy No Circula, pero con visión de futuro el elector chilango tiene la palabra.