Les llamaban tragaderos

Aquellos restaurantes de comida rápida española que retaban al más bestial apetito...

Alberto Barranco
Columnas
Restaurante El Danubio
Foto: Concepción Morales

Calificados, o quizá clasificados, por el cronista Salvador Novo como “tragaderos”, los restaurantes de comida rápida española que retaban al más bestial apetito, al más voraz pelón de hospicio, cobijan aún la nostalgia por los sombreros de fieltro, las medias de raya en medio, los zapatos de dos colores y los sacos cruzados…

Ahí está, intacto al eco lejano de aquellos cuarentas y cincuentas, el Rosalía, de Uruguay y Eje Central Lázaro Cárdenas, al olor aún de aquel San Juan de Letrán, con su fatigosa escalera de proa al tercer piso; digo, para hacer hambre.

La jornada se volvía inolvidable: caldo gallego, sopa minestrone, puchero con verduras, paella valenciana, pescado sol, fabada a la asturiana, riñones al jerez y de tapón unas torrejas en miel.

—¿Cafecito, patrón?

La torre de platos se achaparraba al fragor de la batalla. Las bodas de plata. El santo de la abuelita. El cumpleaños del compadre o el puro gusto de tragar un solo día como Dios manda.

Y no hay que ser, la gente está esperando la mesa.

Y ahí está, sobre la propia calle de Uruguay, el Centro Castellano, intactas sus jarras de sangría con formas de mujer desnuda. Los caracoles para pescar a palillo limpio. Y la ensalada rusa. Y los chiles curtidos en vinagre. Y los niños pagan solo la mitad.

Y ahí está, ahora con la razón social Covadonga, el legendario Centro Asturiano de la Colonia Roma, cuya cola, sábados y domingos, llegaba hasta la calle de Orizaba.

La regla del recinto emblemático aún de la arquitectura del amanecer del siglo XX, cuando nació como joya de la corona el aristocrático barrio, hablaba de pedir tantos cubiertos como comensales. No se vale pasarse los platillos ni llevar comida a la casa.

Ahora que lo que ha cambiado son los precios. Lo que en la época del presidente Manuel Ávila Camacho valía tres pesos y en la época de Adolfo Ruiz Cortines ocho, hoy se eleva a 150.

Desfiles

Durante años, antes de volverse pasarela de presidentes y presidenciables en opción de un bañito de clase media, el restaurante Danubio, otra vez de la calle de Uruguay, engordaba la lista de tragaderos.

La trucha salmonada con ensalada rusa o papas al vapor, la sopa de pescado, el pulpo a la veracruzana, los camarones al ajillo, los mejillones al jerez, la natilla, el flan acaramelado…

Al desfile, entonces, llegaban escritores, pintores, poetas, músicos, artistas de primera y de segunda, funcionarios de medio pelo y mujeres de velo al rostro, boquilla para fumar y coñaquito para cerrar la jornada.

El olor a puro llenaba la sobremesa.

Monumentos vivos al México de las vacas gordas. El sueño que provocaba pesadillas.