Teresa del Conde (1935-2017) (II/II)

Dejó mucha tristeza por su partida, pero también anécdotas maravillosas y enseñanzas al por mayor

Masha Zepeda
Columnas
TERESA DEL CONDE
Foto: Cuartoscuro

Junto con Raquel Tibol (1923-2015) y Jorge Alberto Manrique (1936-2016), Teresa del Conde —o la Doctora, como muchos le decían— se forjó una reconocida carrera como crítica de arte seria en México.

Mientras Tibol y Del Conde eran apasionadas y a veces les ganaba el estómago más que la cabeza, Manrique siempre privilegió el trabajo antes de las personalidades; pero, por supuesto y sin duda alguna, los tres hicieron que la crítica de arte en México se ejerciera: tuvieron tribunas semanales desde las que daban a conocer sus textos sobre muestras, artistas, libros, proyectos y todo lo que tuviera que ver con el arte mexicano, así como con el extranjero o cualquiera que haya influido notablemente en el nuestro.

El recuerdo más vívido que tengo de Teresa del Conde es su voz y su sentido del humor, que de igual manera era intenso, pero se permitía disfrutar banalidades o películas comerciales: creo que ese equilibrio no es fácil de encontrar en el mundo del arte, porque ella disfrutaba bailar, viajar, las reuniones, dictar una conferencia o visitar un estudio: supo vivir la vida y gozar cada uno de sus días.

Fundamental

Lo cierto es que con la partida de Teresa del Conde, Jorge Alberto Manrique y Raquel Tibol se va una parte muy significativa del arte que se ha hecho después de la segunda mitad del siglo XX y de las casi dos primeras décadas del XXI en México: amantes y conocedores de la pintura y de su historia, fueron receptivos ante las vanguardias, pero nunca cancelaron las posibilidades del arte que se pinta, se dibuja, se esculpe, se graba, se hace objeto o se convierte en un tapiz.

Teresa del Conde siempre disfrutó de su condición de mujer; era mamá, femenina, le gustaba verse bien, fue amada por sus alumnos y respetada en el gremio visual, al que apoyó con mano firme. Adoraba la belleza y los recovecos de la mente. Estoy segura de que se fue en paz y plena. Dejó mucha tristeza por su partida, pero también anécdotas maravillosas y enseñanzas al por mayor.

Por eso y mucho más siempre será recordada: se ganó un lugar fundamental en el arte mexicano y, sobre todo, entre los pilares de la crítica en nuestro México moderno.