“Sed fecundos y multiplicaos”

La decisión de procrearnos ya no debe enmarcarse bajo los parámetros de otras décadas

Juan Pablo Delgado
Columnas
FAMILIA
Foto: Kathy Yeulet

No exagero al decir que una de las decisiones más importantes en la vida es optar por la procreación. Crear una nueva vida y luego decir que es correcto darle un lugar en este planeta tiene implicaciones éticas profundas que ninguna persona, con un nivel mínimo de educación, debería favorecer sin un previo análisis de las serias y profundas consecuencias.

Pero cavilar así es pedirle demasiado a nuestra especie: aún vivimos en un mundo donde la decisión de multiplicarse tiene como bases razones egoístas y nunca una perspectiva global. El inconsciente colectivo nos dice que esta decisión es irremediablemente obvia y que todo intento por modificar el paradigma termina en resignación.

Hoy argumento que la decisión de procrearnos ya no debe enmarcarse bajo los parámetros de otras décadas. Decidir traer nuevos humanos al planeta —más homo sapiens que se sumen a los siete mil millones que ya existen— debería ser visto por todos con terror o con sospecha.

Sin buscar caer en argumentos ilógicos como una campaña oficial de restricción a la reproducción (como ya sucede en China), considero que lo mínimo es comenzar a reinterpretar el paradigma dominante sobre la reproducción y reflexionar acerca de las consecuencias que implica esta acción.

Naturalidad

Un buen punto de inicio sería el argumento de Christine Overall, quien indica que el principal problema en este embrollo social es la naturalidad con la que grandes sectores de la población siguen pensando sobre la procreación; de cómo las personas que deciden no tener hijos son las que deben dar explicaciones por dicha decisión.

De acuerdo con la autora, a quien decide no tener hijos se le considera “infértil, egoísta o que no le ha llegado el momento para hacerlo”. Pero por lógica debería ser la situación opuesta: el peso de las explicaciones debería recaer sobre las personas que deciden tener hijos. Son ellos quienes deben dar argumentos inteligentes y lógicos cuando deciden agregar a un ser humano (o varios más) a la ya exorbitante cifra de homo sapiens en existencia.

Pero a las parejas poco les importan las broncas planetarias. Sus mentes parecen no registrar problemas como sobrepoblación, calentamiento global, o la escasez de recursos naturales.

¡Faltaba más!

Las razones para tener chamacos parecen responder a una visión egoísta: “Decido tener hijos porque quiero”; “Porque le dan propósito a mi vida”; “Porque me darán felicidad…” Mi placer, mi vida, mi felicidad. ¡Al carajo con las consecuencias globales! Si un hijo satisface mi ego y me permite cumplir con las expectativas sociales, ¡a follar y que venga el chamaco!

Sé que abogo por una causa perdida, pero mi objetivo aquí es sumamente modesto: no argumento a favor del ostracismo de las familias numerosas; no quiero enviar al paredón a las parejas felices que deciden crear una familia; tampoco busco calificar a millones de personas de insensatas o egoístas.

Pero no nos hagamos tontos: todos sabemos que es necesario iniciar una discusión sobre el paradigma contemporáneo de la reproducción (social y religioso) que sigue clasificando la multiplicación de la especie como algo obligatorio, indiscutible e inevitable.

Y para todos aquellos que siguen viendo con naturalidad las palabras de la Biblia que rezan “Multiplicaos y llenad la tierra”: ¡misión cumplida, compadre!