El odio racial, negación de la democracia

Los ataques sobre todo a la numerosa comunidad islámica se han multiplicado. 

Javier Oliva Posada
Columnas
Odio racial democracia
Foto: AP

El pasado 30 de abril por la tarde, en un complejo de la Universidad de California en San Diego, un hombre blanco de nombre Peter Selis disparó contra cuatro mujeres negras, dos hombres negros y un hombre hispano.

El atacante hirió de muerte a una de las mujeres y luego fue abatido por la policía. De acuerdo con las investigaciones, hasta el momento de redactar esta nota no hay un motivo o explicación específica de las razones del atentado.

No hace falta ser detective para concluir, al analizar el perfil de las víctimas, que estas no fueron seleccionadas al azar: hubo un patrón específico para accionar una pistola con el fin de liquidar sus vidas, sin saber ni por qué ni a cuenta de qué. La rápida y oportuna acción de la policía logró evitar que el número de víctimas fuera mayor, puesto que el asesino traía consigo, según los testimonios, varios cargadores listos para continuar con la masacre.

Sin que los casos estadunidenses posean el grave dramatismo —aunque esto no le resta gravedad— respecto de los casos en el Reino Unido luego de los resultados del 23 de junio pasado que dieron un muy apretado triunfo a la propuesta de salir de la Unión Europea, conocido como Brexit, los ataques sobre todo a la numerosa comunidad islámica se han multiplicado. Golpizas, insultos, daños a propiedades, maltrato en oficinas y restaurantes, empujones en el Metro y cosas por el estilo, las denuncias se acrecientan en las zonas fabriles y populosas de Londres y otras ciudades importantes, como Birmingham o Liverpool.

Condiciones

El pluralismo ideológico, la tolerancia a las conductas sociales, así como la libre circulación de mercancías han sido precedidas a lo largo de la historia por los fructíferos intercambios de culturas, religiones y razas.

Pretender cerrar el paso a las migraciones e intercambios constatados desde la Biblia, argumento central de la convivencia de religiones, por cierto, es imposible. Menos aún con los recursos que ofrece la tecnología para los medios de comunicación.

Expresiones como las de San Diego la tarde del 30 de abril pasado son una preocupante evidencia de que va en aumento una conducta que contraviene al más elemental de los principios de la democracia: la tolerancia. Sin esta no hay forma de que la convivencia entre los diversos grupos humanos sea armónica, legal y legítima.

Es decir, que al asentarse el insostenible prejuicio de la superioridad de origen se niega por tanto la capacidad de la democracia para establecer condiciones de equidad para el libre desarrollo de las potencialidades del individuo. Es la negación absoluta, incluso, del liberalismo.

Vivimos en estos años una seria transformación-afectación de las opciones políticas pluralistas y tolerantes en general, que de forma sincrónica ha sacudido a las democracias de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, pilares históricos del liberalismo.

En este contexto, resulta sustancial recordar las bases mismas de las revoluciones que hicieron de esas tres naciones el referente y ejemplo de lo que la democracia puede hacer cuando se sostiene en libertad e igualdad. Ya veremos los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. O bien, como decide el pueblo británico, el próximo 8 de junio la integración de la Cámara de los Comunes para afrontar las negociaciones de separación de la Unión Europea.

Tanto en el caso del Brexit como en los comicios en Francia muy buena parte de las motivaciones de los votantes se encuentran imbuidas de los prejuicios sin sustento respecto de las diferencias entre las razas.

Y eso que estamos en el siglo XXI.