Javier Orozco Palavicini. In memoriam (I/II)

Tenía siempre un empeño genuino por preservar las tradiciones chiapanecas

Masha Zepeda
Columnas
Palavicini
Foto: Palavicini

Las partidas tempranas siempre son dolorosas e inexplicables: ¿por qué un ser bueno, generoso, inteligente, talentoso, guapo, querido y lúcido se va antes de tiempo? Y eso nos preguntamos todos los que amamos a Javier Orozco Palavicini (1957-2017).

Era un artista visual completo, altamente discreto, constante y maestro ideal que dio forma y enseñó el buen camino para andar a muchas generaciones de noveles artistas en Chiapas, su tierra, de la que estaba profundamente orgulloso y en particular de su ciudad natal: Chiapa de Corzo, donde fue recibido al mundo un 22 de febrero y donde se despidió la pasada madrugada del sábado 29 de abril, a los 60 años.

La maestría con la que pintaba, esculpía y trabajaba la laca era única, pero aun sabiéndose buen artista nunca dejaba de estudiar y de admirar con franca honestidad a sus colegas, incluyendo a sus paisanos Reynaldo Velázquez Zebadúa o Carlos Jurado.

También dio un gran impulso a creadores más jóvenes, como Manuel Velázquez, Moisés Franco, Jaime Ignacio Martínez, Dinorah Palma, Ignacio Chincoya, Claudia López Terroso y Lina Alfaro, por mencionar solo algunos de los que apoyó desinteresadamente desde el inicio de sus carreras e incluso cuando aún eran estudiantes.

Mentor

Con el paso del tiempo, en su papel de director de la Facultad de Artes, promovió y apoyó a muchos artistas de todas las disciplinas visuales.

Si algo le entusiasmaba a Javier Orozco Palavicini era ver a un estudiante receptivo, talentoso y trabajador, por lo que era también buen mentor, buen amigo, buen consejero y, sobre todo, sabía escuchar: buscaba soluciones y no creaba conflictos, sabía dirigir con el respeto por delante.

Tenía siempre un empeño genuino por preservar las tradiciones chiapanecas. Y con mayor ahínco las chiapacorceñas: la comida grande de enero, a la que convocaba en su casa a una gran lista de invitados de todas las generaciones.

Este punto de reunión anual se convirtió en una de las fechas más esperadas por sus amigos, vecinos, alumnos y familia.

La marimba, el traje de chiapaneca, la comida regional, los usos, las costumbres, las tradiciones, la gráfica, los relatos, la historia… todo eso le apasionaba a Javier Orozco Palavicini y generosamente lo compartió con toda la gente a la que conoció, enseñando así cada día de su vida algo de la cultura chiapaneca.