El principio del fin

La creciente crisis plantea ahora cuestiones de abuso de poder y obstrucción de justicia, motivos suficientes para un juicio político

Lucy Bravo
Columnas
TRUMP Y LAVROV
Foto: AP

La revelación de que el ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, compartió información clasificada con el canciller ruso Serguéi Lavrov —un día después de despedir al director del FBI, James Comey— desató una tormenta política de enorme magnitud, poniendo en riesgo la relación de Estados Unidos con sus aliados.

Pero horas después vino el verdadero golpe, que bien pudo haber sellado el destino del presidente que construyó su discurso político con base en criticar a su predecesor, Barack Obama, y a su contrincante en las urnas, Hillary Clinton, por poner en riesgo la seguridad de su país: el explosivo descubrimiento de que Trump presionó a Comey para cerrar la investigación que pesaba sobre el ex asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn.

Se trata de clara evidencia de que el presidente intentó convertir al FBI en un órgano de control personal y Twitter no le bastará para defenderse.

La creciente crisis plantea ahora cuestiones de abuso de poder y obstrucción de justicia, motivos suficientes para un juicio político.

Considerando que Trump compartió generosamente información con Rusia sobre una trama terrorista trasnacional del grupo autodenominado Estado Islámico, las consecuencias son muy delicadas. Para empezar, la fuente de dicha información de inteligencia podría tener acceso único a los líderes del grupo extremista; lo que ahora la colocaría en un alto riesgo.

A esto se suman las repercusiones diplomáticas. Según reportes, Israel es el socio de EU cuya información fue comprometida y el escándalo se produjo días antes de que Trump diera sus primeros pasos en el escenario mundial visitando ese país, así como Arabia Saudita, Italia y Bélgica. Además, el escrutinio que rodea la relación de la Casa Blanca con Rusia ya ha suscitado preocupación en muchos socios europeos de que la información compartida con EU podría terminar en manos del Kremlin.

Derrumbe

Pero quizá lo más importante de la debacle de Trump es la frecuencia con que se filtra información privilegiada a los medios de comunicación en Washington.

La Casa Blanca le ha declarado la guerra a los servicios de inteligencia y el creciente abismo entre el presidente y estas instituciones solo aumenta la desconfianza y disfunción en el gobierno. Y para Rusia este siempre ha sido el objetivo.

El sistema establecido por Occidente en los últimos 70 años, que el líder ruso Vladimir Putin ve como un peligro existencial, ha sido bombardeado por una serie de falsas pretensiones morales durante años. Cuando Putin dice que quiere cooperar con Occidente en la lucha contra el terrorismo, solo actúa por interés propio. Recordemos que en el lapso de dos años pasó de paria internacional tras la anexión de Crimea, a un jugador clave en el tablero que dejó 2016.

Pero para darse cuenta de eso habría que entender las motivaciones del presidente ruso. Y Rusia finalmente ha encontrado un mandatario estadunidense que no hace demasiadas preguntas, se preocupa más por una cuenta de Twitter y simplemente no sabe que, desde 2014, la cooperación antiterrorista con los rusos ha sido todo menos fructífera. Basta con ver lo sucedido en Siria.

Los eventos de las últimas dos semanas —aunque parezca que ocurrieron hace años— marcarán el principio del fin para Trump.

Y aunque todavía es muy temprano para evaluar el impacto de las constantes controversias de Trump en las elecciones legislativas de 2018, las paredes de la trama rusa que han rodeado a su administración desde el día uno se ciernen sobre él y ya comienzan a derrumbarse.