PRI 2018: balanza sin fiel

Este escenario es el que fijará el accionar del sistema político priista

Carlos Ramírez
Columnas
XXII Asamblea PRI
Foto: Cortesía PRI.

Como señala la liturgia política tradicional, el último año y cinco meses de gobierno estará girando en torno de la elección presidencial: fijación de las reglas, candidato priista, campañas, elecciones, tiempos poselectorales y cambio de gobierno.

El dato mayor que se le presenta al PRI por segunda ocasión y que determinará el dinamismo del tiempo político es el hecho de que ya no se enfrenta una sucesión presidencial —herencia del poder— porque el destape del candidato priista no será la elección, sino que las encuestas señalan que el PRI viene desde del sótano de las expectativas y que tiene posibilidades y probabilidades de perder la Presidencia.

Este escenario es el que fijará el accionar del sistema político priista. Es obvio que el presidente Enrique Peña Nieto está cierto —y muy cierto— de querer que el PRI gane de nueva cuenta la Presidencia; por tanto, el escenario político nacional importante no estará en la oposición sino en el PRI.

De ahí, pues, la lectura estratégica que se le pueda hacer a la XXII Asamblea Nacional que giró decisivamente en torno de la facultad metaconstitucional del presidente de la República como el jefe máximo del PRI y por tanto el único facultado para decidir la candidatura presidencial.

Y ahí es donde las últimas semanas han dejado ciertos indicios políticos que deben incluirse en cualquier análisis.

Las candidaturas presidenciales priistas de 1976, 1982, 1988, 1994 y 2000 se hicieron sin cumplir con el requisito fundamental del presidente consensuando intereses: Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas impusieron a su candidato y fracturaron al PRI; Zedillo no pudo poner sucesor y abandonó al partido, y Madrazo quebró la unidad interna por la forma de autoasignarse la candidatura.

El gran mito sobre el proceso de designación del candidato presidencial fue inventado por López Portillo: el presidente de la República es el fiel de la balanza; es decir, el peso asignado a uno de los dos platos para inclinar las preferencias. En realidad, el presidente de la República es la balanza ya inclinada hacia un lado, no el fiel; y su tarea es la de administrar, negociar o imponer a su preferido.

Catafixia

Luego de las experiencias —buenas y malas— en la designación en Los Pinos de candidatos priistas a gobernador en el periodo 2015-2017, el presidente Peña Nieto sabe de los costos de una mala nominación y se percató en el Estado de México que el PRI tiene que correr cada día más de prisa para permanecer en el mismo lugar o perder poca ventaja.

Los debates alrededor de la XXII asamblea dejaron el dato más importante para el presidente: la principal preocupación de los priistas no es el proyecto de nación ni la militancia del candidato ni la facultad rediviva del presidente para designar al abanderado, sino los cargos de elección popular. Por eso los priistas catafixearon el dedazo por el antichapulineo.

A diferencia de la designación de Salinas, del asesinato de Colosio y de los candados contra los precandidatos de Zedillo, Peña ganó un PRI subordinado a su decisión y todos los precandidatos señalados —aun el no-priista— fueron recibidos con selfies entusiastas por priistas eufóricos de peñismo.

En este sentido, Peña brincó los obstáculos de 1988, 1994 y 2000. Y tendrá con cómoda libertad el espacio político para designar a su sucesor. Los priistas solo esperan que no se equivoque.