2018 de TCL

“Para el futuro económico y social de México es más importante la renegociación del Tratado que las elecciones”. 

Carlos Ramírez
Columnas
Ilustracio?n
L. Barradas

En las conversaciones para saber si el Tratado de Comercio Libre (TCL, en su traducción real, no literal) se revisa o se cancela México ha jugado a la resistencia para que las cosas sigan igual. La razón es la siguiente: los gobiernos priistas, panistas y perredistas carecen de un nuevo modelo de desarrollo nacional y prefieren dejar las cosas como están.

A lo largo de casi un cuarto de siglo de tcl México multiplicó por diez su comercio exterior pero sin ningún efecto social positivo: la tasa promedio anual del PIB es de 2.2%; 70% de los mexicanos pobres tiene el mismo ingreso que 10% de los más ricos; el tipo de cambio al finalizar 1993 fue de tres pesos y hoy es de casi 20 pesos; 80% de los mexicanos tiene al menos una restricción social y la economía informal es en promedio de 50 por ciento.

Por tanto, el problema —no la solución— no es el Tratado. El fondo de la crisis tampoco es el Tratado; si acaso, la política de desarrollo social mexi- cano no ha sabido utilizar los beneficios del comercio integrado para redistribuir la riqueza. Es decir, el Tratado sí ha creado nueva riqueza pero la estructura de la distribución de los beneficios sigue siendo a favor de los más ricos.

Lo que hizo Carlos Salinas de Gortari al firmar el Tratado fue abrir las fronteras, entregar el campo, la industria, las finanzas y el comercio a la inversión extranjera sin un modelo de redistribución de la riqueza. Por eso es que las conversaciones mexicanas sobre el Tratado con EU y Canadá solo buscan mantener la estructura de intercambio comercial y no han pensado siquiera en que se requieren nuevas formas de organización para la producción y la distribución.

Prioridad

Seguir en el tcl como está ahora —objetivo central de la delegación comercial mexicana que encabeza el secretario de Comercio, Ildefonso Guajardo— no hará más que mantener el modelo de subordinación productiva, profundizar el modelo de maquiladora vergonzante y condenar a los mexicanos a ensamblar productos extranjeros y consumirlos. El componente nacional en la exportación pasó de alrededor de 55% en 1997 a 35% en la actualidad.

Lo más grave de todo es que el relevo presidencial mexicano exhibe a precandidatos y partidos sin ninguna idea de modelo de desarrollo. Gane quien gane dejará las cosas como están y por lo tanto esperará a que el gobierno de Donald Trump sea más o menos generoso en la revisión o en la cancelación.

Lo que no entienden los aspirantes y sus partidos es que el modelo de desarrollo establece las relaciones sociales de producción y estas determinan las relaciones políticas. Por tanto, el sistema, el régimen y el Estado será producto de las relaciones sociales de producción, no de decisiones tomadas en la Secretaría de Gobernación y Los Pinos en el próximo sexenio. Así que la gran prioridad electoral debiera ser el modelo de desarrollo, no la demagogia de los precandidatos.

Para el futuro económico y social de México es más importante la renegociación del Tratado que las elecciones. Y nadie parece estar preocupado por ello salvo los empresarios sometidos al autoritarismo de la Secretaría de Comercio y las concesiones de Guajardo a los negociadores estadunidenses. Partidos y precandidatos debieran empezar por definir su propuesta de modelo de desarrollo interno y la forma de incorporarlo al Tratado trilateral.