EL PRÍNCIPE INTOCABLE

La promoción de los derechos humanos no es una prioridad para la Casa Blanca.

Lucy Bravo
Columnas
Jamal Khashoggi
AP

El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman, se autoproclama una y otra vez ante Occidente como un reformista decidido a crear una sociedad más libre y abierta pero hoy esa imagen se desmorona frente a la desaparición de un prominente periodista y disidente saudí después de ingresar al consulado saudita en Estambul, Turquía.

Luego de diversos reportes de la inteligencia turca filtrados a la prensa se cree que Jamal Khashoggi, colaborador del diario estadunidense The Washington Post, fue interrogado, torturado y después asesinado al interior de aquella sede diplomática.

Khashoggi es un periodista saudí que había estado viviendo en el exilio en Estados Unidos por ser un feroz crítico del príncipe heredero Bin Salman y otros integrantes de la familia real saudí.

Bin Salman, de 32 años, hoy ocupa los cargos de viceprimer ministro y ministro de Defensa. El rápido ascenso del cuarto hijo del rey Salman Bin Abdulaziz —quien ascendió al trono en 2015— es visto por las nuevas generaciones como un signo de que las cosas cambian en el país. Sus simpatizantes le aplauden los esfuerzos para modernizar Arabia Saudita, como el hecho de que las mujeres de aquel país tienen por fin derecho a conducir y a asistir a estadios.

Sin embargo Arabia Saudita es una monarquía absoluta que lleva la intolerancia a extremos medievales y sigue siendo uno de los mayores perpetradores de violaciones a los derechos humanos del mundo. Por ejemplo, la norma legal dentro de aquel país incluye decapitar, apedrear, amputar o flagelar a delincuentes.

En lo que va del año han sido ejecutadas al menos 110 personas. En los últimos meses las autoridades han practicado asimismo una oleada de detenciones que ha afectado al menos a decenas de personalidades religiosas, escritores, periodistas, académicos, activistas y hasta integrantes de la familia real, en lo que se considera una purga de Bin Salman para consolidarse como el hombre más influyente del reino.

Intereses

Exigir que el gobierno de Estados Unidos y los demás países democráticos del mundo respondan con duras represalias económicas contra el gobierno de Bin Salman es poco realista. El dilema es que hay mucho negocio de por medio. Arabia Saudita es el mayor exportador de crudo del mundo y ya comprobamos que las crecientes tensiones por la desaparición de Khashoggi fueron un detonante para los precios del petróleo en cuestión de horas.

Tampoco podemos olvidar que Arabia Saudita es un aliado clave para Estados Unidos en Oriente Medio en temas de seguridad nacional y regional, así como un importante comprador de armas estadunidenses. A pesar de que el presidente Donald Trump dice estar preocupado sobre el paradero de Khashoggi, asegura que “no sería aceptable” suspender un acuerdo de armas por 110 mil millones de dólares con el gobierno saudí.

Trump dejó claro desde el día uno que la promoción de los derechos humanos no es una prioridad para la Casa Blanca. La reciente salida de EU del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aunada a la evidente afinidad de Trump con líderes autocráticos como el ruso Vladimir Putin, el filipino Rodrigo Duterte o el egipcio Abdulfatah al-Sisi, por nombrar algunos, envían un peligroso mensaje al resto del mundo: si eres lo suficientemente poderoso puedes cometer el crimen más atroz y no habrá consecuencias.