“La democracia es ante todo un concepto político”

Libertad bajo palabra, con José Fernández Santillán  

Norberto Vázquez
Política
José Fernández Santillán.
Foto: García de Comunicación Corporativa.

Ciudad de México, 6 de mayo. José Fernández Santillán es uno de los analistas y académicos mexicanos más representativos del país, con reconocimiento internacional. Sus trabajos se conocen a escala mundial por traducir y estudiar a personajes ilustres que formaron los modelos sociales con que se rige el orbe contemporáneo.

—¿Qué es para usted la libertad?


—En el pensamiento político clásicamente se distinguen dos formas de libertad. Una es la libertad negativa, de origen liberal, que hace énfasis en la necesidad de frenar el poder. Por eso al liberalismo se le define como la teoría y la práctica de la limitación del poder. Pero hay varios tipos de liberalismo: económico, político y jurídico. A ellos corresponden, respectivamente, las obras de Adam Smith, John Locke e Immanuel Kant. Al segundo tipo de libertad se le conoce como libertad positiva, de origen democrático, que pone el acento en el imperativo de participar en el poder. Por eso a la democracia se le define como la teoría y la práctica de la distribución del poder. La democracia es ante todo un concepto político y está ligada de manera indefectible a la obra de Jean Jacques Rousseau. En un origen el liberalismo y la democracia fueron filosofías y movimientos contrapuestos. Tomemos como ejemplo el caso de los girondinos y los jacobinos durante la Revolución francesa. No obstante, después —al aparecer el socialismo, sobre todo durante las revoluciones de 1848— se volvieron aliados. Eso dio vida a las constituciones liberal-democráticas en todo el mundo.

—Usted escribió el libro Populismo, democracia y globalización (México, ed. Fontamara, 2018). ¿En cuál de estos dos preceptos se acentúa más la libertad y en cuál se limita?

—El populismo es tanto antiliberal como antidemocrático. Líderes populistas como el húngaro Viktor Orbán afirman que la suya es una democracia no-liberal; o sea que, dicho por él mismo, no respeta a las minorías ni los derechos civiles, tampoco a la libertad de prensa. El populismo rechaza la democracia constitucional: vale decir que el poder de los gobernantes está subordinado a la ley; no respeta la división de poderes ni el sistema de partidos ni la disidencia. En su lugar prefiere la democracia plebiscitaria, esto significa la democracia directa, que recurre permanentemente a la consulta popular. El sujeto de la democracia liberal es el hombre y el ciudadano (de allí que el primer documento de la Revolución francesa hubiese sido la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, 27 de agosto de 1789). En contraste el sujeto del populismo es el pueblo, la masa que en vez de razonar reacciona a impulsos emotivos. Por eso es que hay vasos comunicantes entre el populismo y el nazi-fascismo; incluso este vínculo es palpable en el tipo de propaganda que usan esos movimientos políticos.

—¿El neoliberalismo coarta la libertad de los ciudadanos, como algunos afirman?

—Los autores representativos del neoliberalismo como Friedrich von Hayek, Robert Nozick y Milton Friedman no aceptan la democracia como expresión de la igualdad. Por eso Hayek dice: “Un liberal coherente es antiigualitario tanto en materia económica como política”. Luego entonces, por definición, el neoliberalismo es antidemocrático. Vacía a la democracia de contenido real y la deja en el puro cascarón, en la parte electoral; pero en términos de política económica impulsa la contracción de la economía pública con el pretexto de imponer la austeridad, la disciplina fiscal. En todos los países en los que se aplica la riqueza se ha concentrado brutalmente. Los líderes más representativos del neoliberalismo fueron Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, y Ronald Reagan, en Estados Unidos. A lo que dieron lugar fue a una brutal concentración de la riqueza.

Esta “revolución conservadora”, añade Fernández Santillán, “justificó esa manera de proceder diciendo que había que ayudar a quienes sí sabían hacer dinero; luego esa riqueza se filtraría hacia abajo (trickle down). Pero eso jamás sucedió. Por lo que hace a la globalización debo decir que los mexicanos entramos mal a ella. Se nos vendió la idea de que ese fenómeno se desarrollaba en una sola dimensión, la económico-financiera. No obstante eso es una gran mentira. Como señaló Joseph Nye, la globalización se juega en varios tableros: la innovación tecnológica, el medio ambiente, los movimientos migratorios, el crimen organizado trasnacional, la dimensión política, la reconfiguración de las potencias militares, la desaparición o debilitamiento de los Estados nacionales, el nivel educativo, el surgimiento de actores militares no convencionales, esto es: el terrorismo trasnacional, etcétera. Todos son tableros conectados entre sí. Eso es lo que la tecnocracia neoliberal que tomó el poder en México desde la época de Miguel de la Madrid (1982-1988) redujo al plano meramente comercial. Por eso México no se ha insertado como debiera en la globalización. Desafortunadamente parece que esa tendencia seguirá.

Sociedad civil

—¿Los políticos escuchan a los académicos y hacen uso de sus investigaciones para mejorar políticas públicas?

—Durante algún tiempo fue así. Incluso había convenios interinstitucionales para enfrentar muy diversos aspectos de la realidad nacional: la planificación del desarrollo regional, la educación cívica, la ubicación de zonas económicas según el grado de desarrollo, el mejoramiento y desarrollo de la administración pública, la innovación gubernamental, la capacitación de los servidores públicos, la preparación y especialización de los legisladores, y una larga lista de campos. Para eso se creó el Conacyt: para impulsar la mutua ayuda entre los sectores productivos y el medio académico

—Usted ha sido un estudioso de la sociedad civil. ¿En México dónde estamos parados en cuanto a participación de la sociedad civil en busca de más libertades (políticas, sociales, económicas) frente al Estado?

—En México hemos puesto atención en lo que se ha dado en llamar “la transición a la democracia”, sobre todo en el nivel político-jurídico. Y esto es importante, porque pasamos de un sistema autoritario a un sistema democrático mediante “pactos parciales” que comenzaron en 1977 y continuaron hasta 2012. El problema es que no pusimos atención en el cambio que se registraba en nuestra sociedad, que durante esos mismos años se comenzó a organizar de manera autónoma en una gran cantidad de campos. Simbólicamente la sociedad civil mexicana emergió de los escombros de los terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985, cuando el gobierno brilló por su ausencia y la gente se tuvo que arremangar las camisas y sacar a sus familiares, muertos o herido, de entre los edificios y casas que se habían venido abajo. Luego vinieron las organizaciones de damnificados y empezamos a descubrir una dimensión de participación diferente de la dimensión política. La sociedad civil no es ni donde votamos ni donde compramos. Más bien es donde colaboramos con nuestros semejantes para las más diversas actividades. Desde estas que he nombrado de enfrentar la adversidad, hasta la protección de nuestra calle contra los delincuentes, la defensa de los derechos humanos, la protección del medio ambiente, la ayuda para los enfermos de cáncer y sida, la vigilancia electoral, la transparencia y la rendición de cuentas, el impulso a la educación, etcétera. El problema que enfrentamos es que las organizaciones de la sociedad civil son uno de los blancos más atacados por los regímenes populistas. A este tipo de gobiernos no les gusta la pluralidad ni que los estén vigilando y criticando, tampoco que abucheen a sus líderes. Y eso sucede en todo el mundo.

—Como estudioso de personajes como Norberto Bobbio, Thomas Hobbes, Juan Jacobo Rousseau, dígame, a estas alturas de la conformación de la humanidad ¿dónde se genera la libertad de los seres humanos: en sus modelos de organización social, en sus dogmas religiosos, en sus percepciones individuales…?

—Los tres personajes que ha nombrado pertenecen a una línea de pensamiento llamada iluminismo o neoiluminismo, que hace énfasis en la educación de las personas como vía para salir del oscurantismo, el fanatismo y la intolerancia. Curiosamente los tres sufrieron persecuciones. Eran peligrosos porque pensaban y su filosofía representaba un peligro. Hoy el gran enemigo de la democracia es el populismo, que se sustenta, precisamente, en el dogmatismo, el fanatismo y la intolerancia. Vea simplemente lo que pasa en Estados Unidos: Donald Trump ha dividido al país, atiza los enconos, hace renacer el racismo y el supremacismo. En Europa se temen sorpresas en las próximas elecciones para el Parlamento Europeo: hay preocupación porque los partidos de ultraderecha están en alza, los euroescépticos, racistas y fanáticos aprovechan los miedos y los odios de la gente para que vayan a votar por ellos. Curiosamente el que más promueve la unidad de la ultraderecha nacionalista europea es Matteo Salvini, del Partido Liga Norte de Italia. Además es un admirador confeso de Vladimir Putin, precisamente por su posición antidemocrática.

—Finalmente, ¿qué hay de las redes sociales en términos de participación política?

—Como dice Umberto Eco: “Las redes sociales le han dado voz a legiones de imbéciles”. En mi concepto las redes sociales cortan para los dos lados: de una parte, sin duda, son el fenómeno de comunicación más importante de las últimas décadas. Por ejemplo no se puede entender la revolución árabe sin el concurso de las redes sociales (la figura representativa es la joven tunecina Lina Ben Mhenni). Esa revolución hizo caer a tiranos en Túnez, Libia, Egipto y provocó reformas en Yemen y Jordania. Sin embargo, de otra parte, las redes sociales han pasado de ser un espacio donde puedan circular libremente las ideas a ser “tierra de apaches”, como dice Pérez-Reverte. Simplemente tomemos en cuenta la injerencia rusa en las elecciones norteamericanas en 2016. No creo en la participación de sofá. No creo en la democracia a control remoto.

Perfil

José Florencio Fernández Santillán nació en la Ciudad de México el 20 de mayo de 1953. Politólogo, académico y escritor conocido por sus estudios sobre la teoría contractualista del Estado y sus aportaciones al debate sobre la sociedad civil y la democracia, además de ser discípulo y traductor del filósofo italiano Norberto Bobbio. Investigador Nacional Nivel 3. Actualmente es profesor de planta adscrito a la Escuela Nacional de Educación, Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey (campus Ciudad de México). Fue uno de los fundadores, en 1983, de la Escuela de Graduados en Administración Pública—hoy Escuela de Gobierno y Transformación Pública (EGTP)— de esa institución. Forma parte del Comité Editorial de Ciencia Política del FCE. Ha sido visiting scholar de las universidades de Harvard (2010) y Georgetown (2013). También ha sido Fulbright scholar in residence (SIR) de la Universidad de Baltimore. Forma parte de diversas asociaciones científicas internacionales.