LOS TIEMPOS DE LA NEOPOLÍTICA DIGITAL

Las redes sociales deben respetarse como uno de los foros más básicos para fortalecer nuestra democracia.

Redacción
Todo menos politica
Foto: Especial
Panithan Fakseemuang

La democracia representativa ha estado ligada desde sus orígenes a la opinión del ciudadano sobre sus gobernantes, instituciones, procesos y sucesos. Los medios de comunicación han sido, por lo tanto, mecanismo, forma, fondo, herramienta e instrumento de políticos y poderosos, de aspirantes, de triunfadores y también de desfavorecidos.

A través de la esfera pública actual gobernantes, ciudadanos y grupos de poder se someten a un intercambio casi inmediato, de poco fondo analítico pero impresionante ritmo y alcance, en el que los mensajes ya no se emiten hacia un receptor específico sino que se lanzan a la arena de lo público, en espera de que alguien acuse de recibido, introduciendo en la agenda nacional algún tema o reyerta.

La relación mediática entre lo público y lo privado ha tenido un camino lleno de altibajos. Es sin duda la expresión más dinámica de ese pacto social que los filósofos ingleses del siglo XVII John Locke y Thomas Hobbes señalaron como la esencia y justificación de un gobierno soberano.

Aunque Hobbes por medio de su Leviatán buscó dar razones para la existencia de las monarquías totalitarias y John Locke en los Dos ensayos sobre gobierno civil escrutó razones para la creación de un orden social que cubriera las necesidades que de manera individual no podían satisfacerse ambos tienen en su génesis la coincidencia de un gran acuerdo entre partes: los integrantes de una comunidad deben ceder, obligatoriamente, parte de su poder de decisión, así como limitar sus deseos, para alcanzar la convivencia equilibrada.

Impactos

La comunicación política ha permitido dignificar y legitimar este pacto ya que desde la creación de los periódicos y las transmisiones radiofónicas y televisivas los particulares se dotaron de elementos para hacer repercusión a sus inquietudes, aun cuando la clase política se miraba inalcanzable.

Hoy las redes sociales son, gracias al boom de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, las que tienen un impacto amplísimo, aunque no solo en la comunicación política sino además en nuestro sistema democrático en general.

La inmediatez con la que se trataba a los mensajes durante la época de oro de la radio y la televisión, que volvían obsoleta una declaración de un día para otro, se quedó paralizada ante los intercambios que suceden en cuestión de segundos en las redes sociales, que además no conocen de límites territoriales.

El uso creciente de los teléfonos inteligentes con acceso a internet fortaleció la existencia de las mencionadas redes como aparejo de la vida moderna. Según datos del INEGI publicados en la Encuesta nacional sobre disponibilidad y uso de tecnologías de la información en los hogares en 2017 circulaban en México aproximadamente 64.7 millones de smartphones. Es decir, más de 50% de la población nacional contaba con un celular mediante el cual podía consultar redes sociales e internet. Hoy claramente ese número se estima mucho mayor.

Pero el reto más grande al que se enfrenta nuestra vida democrática con este panorama es que nadie sabe quién está detrás de una pantalla. Vemos surgir con gran preocupación a grupos de choque, acosadores y agresores. Pero también a los llamados bots, perfiles falsos controlados por mercenarios a la espera de una oferta suficiente para echar a andar su maquinaria y modificar tendencias, fingir preferencias y hostigar o destrozar reputaciones y trayectorias.

Estamos en una era de neopolítica digital. Ya no hablamos de movilizar masas. No hablamos de convencer personas. Tampoco de debatir ideas. Preocupantemente tendemos al odio. Rostros invisibles que se mueven y actúan por instrucciones del mejor postor. Miles de cuentas que son capaces de hacer creer al público mensajes sin sentido, convulsos, agresivos.

Las redes sociales deben respetarse como uno de los foros más básicos y necesarios para fortalecer y robustecer a nuestra democracia. La arena de lo público debe mantenerse como lo que fue desde el origen de la imprenta: un espacio para difundir, para debatir, para crear, para escuchar, para innovar. Parece que la vista nublada con la ira o conveniencia de algunos nos pone lejos de tan noble cometido.