LA DEMOCRACIA POSTERGADA

Sin votantes activos no se construye legitimidad que deriva en gobernabilidad.

Redacción
Todo menos politica
Foto: Especial
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Por Guillermo Deloya

El llamado es enérgico; el panorama, preocupante. Estamos ante un escenario donde la elección de quienes gobernarán en el poder Ejecutivo estatal en dos importantes entidades federativas en nuestro México se sustenta en el voto de 3.1 de cada diez habitantes de Puebla y Baja California: acudimos a una crisis de representatividad política traducida en el desencanto por sufragar, por participar, por decidir hacia lo público.

Giovanni Sartori aseguró en 1976 que los partidos políticos son grupos que se presentan a elecciones para colocar mediante ellas a sus candidatos en cargos públicos.

Ángelo Panebianco, a su vez, expuso que los partidos son más que la simple maquinaria electoral, puesto que fungen también como actores legalmente instituidos que interactúan entre el Estado y la sociedad.

Sin embargo la tercera ola democratizadora iniciada en el último cuarto del siglo XX trajo consigo una transformación profunda al interior de los partidos. Más de un estudioso de las instituciones políticas coincide en que el distanciamiento entre la ciudadanía y los partidos, como efecto de la baja eficiencia para solventar las preocupaciones sociales en la arena de lo político, es algo irremediable.

Resultado de esto es que los partidos políticos han perdido legitimidad al ser desplazados por otro tipo de prácticas y organizaciones o movimientos que buscan abanderar exigencias específicas: los partidos parecen cada vez más obsoletos. La población perdió la confianza en estos porque dejaron de ser la forma predominante de participación de las masas, dando paso a otros modelos de representación.

Las causas parecen ser muy variadas. Por una parte pareciera que las líneas que dividen a la izquierda y a la derecha son cada vez más difusas, por lo que los partidos carecen de una armadura robusta digna de orientar con acierto el planteamiento ciudadano. Por otra parte, y como consecuencia directa, podríamos avizorar que la pérdida de un sustento ideológico deformó a las instituciones políticas en maquinarias orientadas a la mera obtención del voto.

La cerrazón en los espacios participativos al interior de los partidos políticos para privilegiar a grupos o élites con el único objetivo de alcanzar alguna remuneración escindió la estructura social sobre las que se basan los tomadores de decisiones, creando militancias artificiales y apoyos imaginarios.

Preocupantemente todo ello se traduce en un incivil abstencionismo.

El récord de participación en una votación para presidente de la República fue en 1994 poco más de 73%. En promedio, de 1988 a 2018 la participación en elecciones de este tipo es de aproximadamente 60%, donde la participación más baja se registra justamente en 1988, con 51% del padrón emitiendo su voto.

Sin embargo, en elecciones intermedias, o de gobernador cuando no han sido concurrentes con la presidencial, el abstencionismo se vuelve alarmante. Precisamente en Baja California en 2003 solo votó 32% del padrón. Puebla por su parte se mantuvo entre 2004 y 2010 en niveles de voto de 56%. Algo realmente preocupante ocurrió en este último caso, que no dista mucho de la totalidad del acontecer electoral nacional.

A reserva de ajustes, se observa una participación en urnas modesta el pasado 2 de junio en Aguascalientes (38.9%), Baja California (29.5%), Durango (44.8%), Puebla (33.4%), Tamaulipas (33.15%) y Quintana Roo (22.15), quizá la más baja de la historia del México democrático.

Si bien las campañas políticas mal enfocadas y la confrontación de lo fútil prevaleciente sobre la discusión de ideas aleja al electorado de las urnas, también vale decir que es irresponsable no apersonarse ante la casilla para manifestar una resolución propia. Sin votantes activos no se construye legitimidad que deriva en gobernabilidad; sin participación ciudadana no se forjan consensos; sin voces proactivas no se vislumbran rumbos de solución equilibrados. Postergar el ejercicio de la democracia electoral es un lento suicidio. Afrontemos con mayor responsabilidad ciudadana y mejor involucramiento de los políticos un panorama que no alienta pero que a tiempo llama a la acción.