NUEVO ROMPECABEZAS GEOPOLÍTICO MUNDIAL

Hay una resucitada veneración a la personalidad en varios gobernantes, envanecidos por el control.

Redacción
Política
Foto: Especial
Foto: Especial

Por Claudia Luna Palencia

Hoy se reconfigura en el mundo un eje en el que destacan dos titanes: Estados Unidos y China, ambos buscando alianzas a su manera de hacer las cosas. Dos naciones que van formando su propio bloque virtual de aliados. Washington desde siempre anticipó el peligro de ceder su esfera de influencia en el mundo. Beijing no ceja en su intento por asumir el liderazgo internacional.

Como señala Herbert I. Schiller en La geopolítica del caos, el quid en la Casa Blanca —su angustia existencial— radica en cómo “optimizar la condición de hiperpotencia que goza EU”.

Durante la Guerra Fría había visibles antagonistas que los estrategas norteamericanos tenían en la mira como potenciales enemigos: no solo era la URSS como polo ideológico opuesto y de contrapeso militar sino que desde 1970 se habló del Eje del mal que presuntamente integraban Irak, Libia e Irán, países relevantes productores de petróleo.

En 1999 la publicación del ensayo, en el que participaron prestigiosos especialistas internacionales, confirmó que una vez concluida la Guerra Fría (y sin la URSS en el panorama) a la paranoia por el Eje del mal muy pronto se añadiría otro componente: China.

Aquel año las prognosis referían que el gigante asiático sería después de 2015 un factor de amenaza para la seguridad estadunidense, una variable “que le hará perder peso y representatividad en los mercados mundiales” y a la que más pronto que tarde Rusia se añadiría otra vez.

Han pasado los años y de cara a 2020 Trump obliga al mundo a un posicionamiento ineludible; su forma de hacer política resulta evidentemente efectista y sus provocaciones astutas sacuden a todo el avispero global.

Las 48 horas de los líderes del Grupo de los 20 (G-20) en Osaka el pasado fin de semana pasarán a la historia como uno de los encuentros más torales de los que se tenga memoria reciente: muchas decisiones se tomaron en paralelo a Trump y como respuesta antiTrump.

En opinión de Justin McCurry, enviado a Japón por The Guardian, ya es inocultable una división marcadamente clara entre dos grupos de poder, uno en minoría y otro en mayoría: el primero tiene el asta bandera de las barras y las estrellas, mientras que el segundo enarbola una enorme bandera roja con cinco fulgurantes estrellas amarillas.

Además de política la batalla es ideológica. Como en los viejos tiempos, cuando un bando decía que el capitalismo era malo y el otro respondía que el comunismo era el pandemónium. Aquí el desencuentro sucede entre el liberalismo occidental versus la resurrección del populismo de tintes totalitaristas.

El presidente ruso, Vladimir Putin, concedió una entrevista al Financial Times en la que utilizó como hipótesis principal el fracaso de las ideas liberales, a las que calificó de obsoletas.

“La idea liberal presupone que no se necesita hacer nada; que los migrantes pueden matar, saquear y violar con impunidad porque sus derechos como migrantes tienen que ser protegidos”, declaró el dignatario ruso.

El presidente saliente del Consejo Europeo, Donald Tusk, refutó al ruso condenando “el autoritarismo, los cultos a la personalidad y los gobiernos de los oligarcas”. Eso es lo que está “obsoleto”, aseveró.

Hay una resucitada veneración a la personalidad en varios gobernantes, envanecidos por el control; el poder los seduce y los pone a todos frente al mismo cristal con Trump y otros líderes no siempre democráticos ni demócratas, como su homólogo ruso Putin; el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan; el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu; el príncipe saudí, Mohamed Bin Salman; el primer ministro húngaro, Viktor Orban; el vicepresidente y ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini; el mandatario chino, Xi Jinping, y el sátrapa norcoreano, Kim Jong-un. A todos les une el rechazo al inmigrante, la obsesión por las fronteras y el chovinismo más recalcitrante.

Sobre ese endiosamiento la columnista Nesrine Malik manifiesta su preocupación ante la deformación padecida por diversas democracias atrapadas en el culto egocéntrico y la visión endogámica de algunos de sus representantes.

“Encima todos usan un lenguaje común, fundamentalmente decirle a su gente si están dispuestos a compartir, a ceder sus derechos y privilegios para compartirlos con otros que no se los han ganado. Estamos hablando de los pobres, de los indocumentados… simplemente del diferente”, argumenta la analista.

A Malik le llama mucho la atención que el G-20 aceptase que el próximo año Arabia Saudí sea sede del nuevo cónclave anual: justo esa nación que “hace unos meses aparecía como un paria” con sus derechos humanos cuestionadísimos ante el atroz asesinato del periodista Jamal Khashoggi en su consulado en Reino Unido.

Esta imposición es una victoria para Trump ya que, como señala Malik, hay una atracción fatal entre el mandatario estadunidense y el príncipe saudí Bin Salman. El espaldarazo desde la Casa Blanca ayuda a despegar, políticamente hablando, la influencia y el rol de los saudíes.

Hijísima

Otra exigencia impuesta por el presidente norteamericano en la pasada cumbre fue el roce de Ivanka Trump con los principales líderes congregados. Es la segunda vez que él interviene directamente a favor de su primogénita para que obtenga un papel destacado; lo hizo ya en 2017 en el G-20 en Hamburgo, cuando le solicitó a la canciller germana Angela Merkel un espacio para que Ivanka desarrollase un encuentro con mujeres empresarias; de hecho, la hijísima sustituyó dos veces a su padre en sendas mesas de negociación.

En Osaka repitió en protagonismo al codearse con los mandatarios presentes: los servicios de comunicación franceses compartieron un video en el que se observa a Ivanka participando (en inglés y en francés) en la conversación sobre justicia social que planteaba la primera ministra británica en funciones, Theresa May, a sus contrapartes: el delfín galo Emmanuel Macron; el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, y Christine Lagarde, del FMI; esta última sin esconder su incomodidad por la presencia de Ivanka: la miró varias veces con rechazo.

Todavía hay más. Trump, en sus nuevas reglas de juego, ha impuesto su peculiar estilo de comunicación: prácticamente es su propio vocero y sin filtro alguno acude presuroso a escribir un tuit; se trata de su nueva arma de comunicación, ninguneando permanentemente a su vocera de la Casa Blanca. Hasta que un día provoque un grave problema desde su delicada posición y el manejo de sus redes sociales.

A golpe de un tuit consigue lo inusitado. Unas horas antes de volar de Osaka a Corea del Sur para reunirse con el presidente Moon Jae-in invitó al dictador norcoreano a acudir a la línea fronteriza de Panmunjom para saludarse: “Solo quiero decirle hola”, escribió Trump infantil, como si presuroso fuera a reunirse en el patio del colegio con su amigo de toda la vida, confianzas aparte.

Dos reflejos en un mismo espejo del protagonismo incesante. Para Jong-un, casi venerado en Corea del Norte, era imposible desperdiciar la oportunidad de lucirse ante el mundo y ante su propia gente; para Trump era el momento de recolectar la foto para el anaquel de la historia: el primer presidente en cruzar y pisar territorio norcoreano. Más votos para su causa política.

Roces, guiños y hechos

Foto de familia no menos exenta de encuentros y desencuentros. Queda el enorme desaire de Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, a Trudeau, cuando en una de las plenarias el canadiense permaneció sentado entre el presidente de China y el de Brasil, se giró para saludar a este último y Bolsonaro lo ignoró groseramente dándole la espalda para acercarse a otra persona. Trudeau quedó patidifuso por la descortesía.

No menos desapercibida fue la foto de la reunión que solicitó Putin con May. Las relaciones ruso-británicas nunca han sido buenas. Los recelos ingleses hacia el Kremlin son históricos e histéricos porque Downing Street siempre ha visto con cierta manía a los rusos. En la instantánea May figura con la cara desencajada, impertérrita y desganada para acercarle la mano al líder ruso, quien debió hacer todo el esfuerzo por estirar más su brazo.

En general, la foto de familia de los 19 líderes más el canciller Marcelo Ebrard en representación del presidente de México es toda una declaración política de intenciones, según lo expresa la analista Carme Colomina.

Muy observadora la destacada investigadora del Centre for International Affairs (CIDOB) aduce en entrevista con Vértigo que esa distribución de los líderes para tomarse la gran foto significa en parte “el cambio de era”: hay un viraje hacia un nuevo rumbo y se atraviesa una etapa transicional.

“Vemos que a Merkel la colocan en una punta mientras los países de la Commonwealth están mejor posicionados en el centro; por supuesto, Turquía y Arabia Saudí aparecen en posición preeminente”, subraya Colomina.

Esa primera línea, la de hasta adelante, estaba ocupada por personajes bastante cuestionados en materia de derechos humanos, como sucede con Turquía, Arabia Saudí, EU, China y Rusia.

Lo interesante de esta reunión recién concluida, indica la analista internacional, es que permite visualizar cómo se reequilibran los poderes en el mundo y cómo hay visiones claramente enfrentadas casi en proceso de colisión. “Vemos alianzas transnacionales de fuerzas populistas y otras de países comprometidos con el multilateralismo; y todo eso se dejó al descubierto en las negociaciones con muchas reuniones bilaterales previas y en los márgenes del G-20”.

Y eso, añade la experta del think tank ubicado en Barcelona, afecta a la UE porque precisamente lo que se pone en tela de juicio son las reglas del juego de su relación interna con los Estados integrantes, de su relación de vecindad con aliados o socios más próximos; pero también de sus relaciones internacionales y de sus alianzas tradicionales construidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Y claramente está su relación trasatlántica con EU.

—Hay voces que hablan de democracias deformadas por el culto de la personalidad…

—El problema que tiene la UE es que está a merced de fuerzas centrífugas y centrípetas, de la presión externa e interna; la democracia liberal sobre la que se construye el proyecto de la UE no solo es desafiada desde el exterior sino también en el interior. Eso es lo que hace que la Unión Europea sea más vulnerable que nunca. No solo es un modelo a exportar como poder global, como actor influyente en su región y en su vecindad, sino que ahora es cuestionado desde su interior. Ahora hay Estados integrantes que discuten cuáles son los valores fundacionales de la UE y qué implican los deberes de ser miembros.

Hay pues una doble tensión: interior y exterior. Y esta crisis interna afecta su capacidad de mostrarse como un actor fuerte y efectivo a nivel global.

Reformas y desbloqueos

Otro hecho trascendental resultante de la pasada reunión del G-20 tiene que ver con el posicionamiento trilateral de Putin, Xi y de Narendra Modi, primer ministro de India, a favor de una reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Es relevante porque desde el año pasado Trump presiona por reformar al organismo eje del comercio global. A la propuesta se sumó Francia pero se habían sostenido reticentes China y Rusia, mientras que India mantenía su silencio. Finalmente los tres mandatarios se pronunciaron en favor de reestructurar a la OMC.

Se trata de un trabajo arduo que aún no tiene fecha de inicio, pero por lo pronto el mensaje es nítido para el mandatario estadunidense que lidera esta propuesta prácticamente a golpe de amenaza, porque o se reforma o EU abandonará el entramado institucional.

Asimismo se desatascaron las negociaciones del Mercosur y la UE. En uno de los encuentros propiciados por España en los márgenes del G-20 los involucrados acordaron darle luz verde al acuerdo comercial entre ambos bloques regionales. Interesante porque llevaban casi 20 años empantanados en arenas movedizas.

Al respecto, Colomina cree que este movimiento no esperado por nadie obedece a la necesidad de la UE por demostrarle a Trump su convencimiento en favor del libre comercio y del multilateralismo. “Ese es el mensaje más importante de la firma con el Mercosur: una forma de decirle que la UE cree en el multilateralismo; segundo, es un mensaje a favor del regionalismo: la UE es un proyecto regionalista y eso a la vez promueve y defiende la vinculación con el Mercosur. Es decir, que el regionalismo tiene futuro al ponerlo en la agenda política en América Latina pero también en general”, afirma convencida.

Otro aspecto de este desbloqueo es el tándem formado en los últimos años entre España y Alemania. Colomina abunda que ambos han pasado años en una cierta entente, una coordinación. “No solo cuando estaba el anterior presidente del PP, que se entendía con Merkel por ser de la misma familia política sino también con la llegada de Pedro Sánchez: hay una petición de España para el desbloqueo y Alemania ha dado su apoyo”.

Mientras el mandatario estadunidense da un paso atrás, la UE y el resto del mundo lo dan hacia delante: se eliminarán aranceles para 93% de las exportaciones del Mercosur.

Ha sido un proceso larguísimo, dos décadas, intentando entenderse con los socios del Mercosur formado por Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela. Esta última nación, aunque es integrante del Mercosur, no participa directamente en las negociaciones con la UE; figura como observador, una situación muy compleja porque uno de los miembros de peso del club sudamericano se mantiene reticente, atrapado por su propia vorágine política con el sátrapa de Nicolás Maduro.

Las economías sudamericanas, con todo y sus múltiples problemas, tienen un potencial mercado de clase media que desata el apetito de los productores industriales europeos. Se habla de 80% del PIB de la región y de 250 millones de habitantes que sumados a los 500 de la UE significarían 750 millones de potenciales consumidores.

Abrazos históricos

Se está volviendo realidad. El proteccionismo de Trump y su política de amagos hace posible que posturas irreconciliables puedan destrabarse y hasta buscar la forma de cómo encontrarse: sucedió con el abrazo afable entre el mandatario de China, Xi Jinping, con el anfitrión de la cumbre del G-20, el primer ministro Shinzo Abe.

Xi se comprometió a visitar Japón en la próxima primavera “para devolver el gesto de la visita de Abe” en octubre pasado pero también para respaldar un enorme cúmulo de acuerdos binacionales de gran calado.

Dos naciones históricamente enfrentadas por viejos resabios y conflictos bélicos que caminan al deshielo y hacia la cooperación mutua, así como al intercambio económico y cultural.

Igual de simbólico es que el líder ruso se haya encontrado en Osaka con su homólogo japonés a fin de alcanzar un acuerdo de paz entre ambas naciones y quitarle hierro a los problemas diplomáticos por el estatus de las islas Kuriles. Muy inteligente la estrategia nipona de reconciliarse con viejos antagonistas, desde China hasta Rusia, y acercarse a ellos para buscar grandes acuerdos.

Hay una parte de la geopolítica que obra en favor de reducir la concentración de tensiones que la visión unilateral y egoísta de la Unión Americana propaga en los últimos meses ante su insistencia de romper con los consensos globales y, peor todavía, con el statu quo de los organismos internacionales que contribuyó a crear al final de la Segunda Guerra Mundial.

Colomina considera que vivimos “un final de era”: por ejemplo, aquí en Europa es el fin de la era Merkel, plasmada además en la más reciente renovación —para los próximos cinco años— de todo el ejecutivo de los órganos de gobierno de la UE, incluido el Parlamento Europeo, que tuvo elecciones el pasado 26 de mayo.

Igualmente negociaron España, Francia y Alemania (lo hicieron aprovechando el verse en Osaka), cuando hablaron de sus candidatos más plausibles para colocarlos en el gobierno europeo: Macron propuso a Christine Lagarde, entonces directora-gerente del FMI, para encabezar el Banco Central Europeo (BCE); Sánchez puso en el tablero a Josep Borrell, su ministro de Relaciones Exteriores, para encargarse de los destinos de la diplomacia europea; Merkel logró colocar a una mujer de su confianza, Ursula von der Leyen, como presidenta de la Comisión Europea, un honor que por vez primera se concede a una mujer, al igual que con Lagarde en el BCE; la Presidencia del Consejo Europeo recae en el liberal belga Louis Michel, apoyado por Macron.

Si Rusia, India y Japón mueven sus piezas para tener un buen sitio en la reconfiguración del nuevo rompecabezas global, la UE no quiere quedarse atrás en esta transición, a la que llegará después de 2030 con 4% de la población mundial frente a enormes competidores. Hay que encajar la pieza en el nuevo mapamundi económico.