SOBRE EL DIBUJO

Es una forma de expresión tan vital, natural e instintiva como el canto, la danza o el propio lenguaje.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Chavela V. Lápiz sobre papel, 20x30 cm.
Juan Carlos del Valle

La certeza de querer ser pintor vino acompañada de una determinación férrea de formarme como tal. Crecí maravillándome de la obra de los grandes artistas —tanto del pasado como del presente—, todos sin excepción extraordinarios dibujantes.

Al hacer indagaciones sobre el contenido de los planes de estudio de las escuelas de artes que estaban a mi disposición en aquel momento me sorprendió darme cuenta de que la enseñanza de la pintura y del dibujo estaba, o bien limitada a un solo semestre, o impartida de manera teórica por maestros desde un escritorio, o diluida en un sinfín de otras materias que no me interesaban, o todas las anteriores.

Mientras más me decían que aprender a pintar y dibujar ya no era necesario ni importante más me obcequé en hacerlo. La incansable búsqueda de una instrucción afín me llevó a encontrarme con el que fue mi maestro durante cinco años, Demetrio Llordén. En su estudio pasé incontables horas descubriendo la pintura: “Para pintar, primero dibujar”, solía decir. Y me entregué a ello con la voluntad, disciplina, tenacidad y entusiasmo de quien está ávido de aprender.

Fuera de toda receta y mecanicidad a Llordén le agradezco haber comprendido que el dibujo es más que trazo y proporción: el dibujo es perspectiva atmosférica y lineal, es entendimiento abstracto de las escalas tonales para llegar a una imagen realista, es la interacción visual y conceptual entre la luz y la sombra, es el movimiento suelto de la mano conectado a la mirada, el pensamiento y la emoción. Él me instruyó en el principio dibujístico más importante: aprender a dibujar es aprender a ver.

A diferencia del color —que Leonardo maldecía en sus escritos por considerarlo superficial y engañoso— el dibujo es verdad. Y es que detrás de la ilusión del color está el dibujo. El dibujo es el gesto creativo más antiguo, evidenciado ya desde las cuevas prehistóricas, y el más primigenio: los niños dibujan antes de hablar. Analítico o espontáneo el dibujo es descubrimiento, es la manifestación más inmediata y desnuda, la extensión física del pensamiento, la caligrafía más íntima y espiritual, la forma de expresión más ligada al yo y, en ese sentido, el lenguaje más autobiográfico.

Vital

En el siglo XIX Jean-Auguste-Dominique Ingres, pintor prolífico y obstinado, hablaba a sus alumnos sobre la importancia del dibujo y los instaba a dibujar, dibujar y dibujar. “El dibujo es lo honrado del arte”, decía el maestro, dotándolo así de una cualidad moral superior a todas las otras formas artísticas.

El paradigma posmoderno ha suprimido la relevancia de la técnica —y ha puesto en crisis el valor mismo de la verdad— y, con ello, se ha desestimado también la importancia de aprender a dibujar. En el mundo actual, que privilegia el consumo rápido y el espectáculo, la simulación y artificialidad, se ha perdido la capacidad de asombro y estimación ante el dibujo.

Las instituciones y el mercado del arte también desdeñan el dibujo, dándole trato de obra inacabada o preparatoria y no de obra maestra, y lo demeritan y devalúan por considerarlo una manifestación artística menor.

Han pasado años desde mi etapa formativa y sigo escuchando que hacer oficio en el dibujo es anticuado, decimonónico, una pérdida de tiempo. La experiencia, sin embargo, me ha enseñado que dibujar es indispensable en la formación del artista ya que educar en el dibujo es educar en la mirada y en la libertad creativa que de ahí resulta.

El dibujo jamás tendrá fecha de caducidad. Es una forma de expresión tan vital, natural e instintiva como el canto, la danza o el propio lenguaje; el dibujo no es pasado sino presente continuo. Querer ser artista sin aprender a dibujar es como querer edificar una casa sin cimientos: será una construcción más rápida y podrá tener una fachada fantástica e interiores aparentemente cómodos y lujosos, pero tarde o temprano se caerá.