EL VERDUGO DEL ARTE

Juan Carlos del Valle
Columnas
K-quita. Óleo sobre tela, 40x30 cm.
Juan Carlos del Valle

Es natural que la transgresión sea transgredida puesto que tarde o temprano deja de serlo. Este fenómeno ha ocurrido a lo largo de toda la historia del arte: tras el teocentrismo medieval vino el humanismo renacentista, después del dramatismo del barroco vino el racionalismo del neoclásico y del rigor del academicismo vinieron las vanguardias. Así, pues, lo que en algún momento se considera transgresor deviene en cultura dominante.

Si antes la crítica determinaba el rumbo del arte hoy lo hace el dinero. Y este ha sido un rumbo funesto porque el mercado es el verdugo del arte. No es necesario ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que el sistema artístico actual está eficientemente engranado para servir a los intereses económicos de pequeños cotos de poder constituidos, principalmente, por un selecto grupo de galerías.

En complicidad muchos de los museos exhiben obras pretenciosas, a menudo incomprensibles hasta para los propios expertos —no se diga para el público general—, insostenibles por sí mismas y justificadas solamente mediante los sesudos —y también ininteligibles— textos de curadores y académicos que al servicio del mismo aparato contribuyen a acreditarlas y posteriormente venderlas en precios absurdos, inflados artificialmente.

Pantomimas

En vez de ser un escaparate verdadero para el arte los museos funcionan como patio de recreo legitimatorio de unas pocas galerías y los artistas que representan. Son ya varias décadas de pan con lo mismo: exposiciones manipuladas, disfrazadas de trascendencia, pantomimas deprimentes donde los curadores de siempre nos imponen a los artistas de siempre por medio de discursos ya caducos.

Si algún artista o galería no pertenece a este selecto grupo de privilegio y quiere exponer su trabajo, tener coleccionistas o participar en ferias y bienales, ya puede irse olvidando del tema. “No hay más ruta que la nuestra”, decía Siqueiros. Hoy gritan lo mismo estas galerías. Incluso proyectos que son independientes en su origen son absorbidos para terminar siendo sucursal de la misma maquinaria orwelliana.

Nos encontramos atrapados en una mediocridad cómoda para algunos pero terrible para el acontecer del arte. El público, sin saberlo, está condenado a consumir contenidos añejos, repetitivos y simulados: nada nuevo, muy poco bueno. El espectador mudo, adormecido y apático navega en la superficie tomándose selfies compulsivamente.

El miedo paraliza, silencia. La cultura está asfixiada y amedrentada por la pasividad y cobardía de quienes no se atreven a ver, mucho menos a analizar, rebatir o señalar que algo anda mal. Que vivan los inconformes que retan el adoctrinamiento, el orden establecido y los lugares que, a fuerza de imposición, se han hecho comunes. Que viva el arte de la transgresión y muera la transgresión del Arte.