DIOS NOS LIBRE: HABLAR DE ARTE CONTEMPORÁNEO Y RELIGIÓN

Me pregunto si la supuesta separación entre arte contemporáneo y religión es real.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Foto: Especial
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Siendo apenas un niño me preguntaba, inquieto, ¿dónde acaba el infinito? Si Dios creó al hombre, pensaba, ¿quién creó a Dios? La noción de infinitud me parecía extremadamente abrumadora y con el correr de los años esa angustia se transformó en una constante reflexión existencial. Así, las preguntas trascendentales sobre el origen y el sentido de la vida siempre han sido principio rector de mi trabajo artístico. Existe, indudablemente, una afinidad natural entre mis exploraciones como pintor y aquellas cuestiones de las que tradicionalmente se ha ocupado la religión.

Quizá por esa razón toda la vida me he sentido particularmente atraído hacia obras de arte que están inmersas en una búsqueda espiritual: los mosaicos bizantinos, la arquitectura románica, las madonas de Rafael, las escenas bíblicas de Caravaggio y Rembrandt, los santos extáticos del Greco, las polifonías gregorianas, los íconos rusos, los vitrales de la Sainte-Chapelle o las composiciones sacras de John Taverner, entre muchas otras.

La experiencia estética multisensorial que se propicia deliberadamente en los espacios de culto me parece especialmente cautivadora e interesante: olores, colores, sabores y sonidos se reúnen, cómplices, con el propósito expreso de inducir estados meditativos y contemplativos. Es por ello que me sentí enormemente motivado cuando en 2009 surgió la posibilidad de hacer El pan de cada día, un proyecto de arte público que tendría lugar en doce iglesias de la Ciudad de México.

Recientemente apareció de nuevo la oportunidad de trabajar dentro de un espacio sagrado. En esta ocasión se trata del Convento de las Madres Adoratrices de la colonia Guadalupe Inn y el proyecto (llamado Soplo, aludiendo a su cualidad etérea y espiritual) es una intervención temporal de su capilla, un encantador edificio de mediados del siglo XX del arquitecto Carlos Obregón Formoso.

Introspección

Tanto en El pan de cada día como en Soplo me interesó explorar los efectos generados en el espectador a partir de la inserción de mi pintura en espacios destinados a la contemplación, el misticismo y el recogimiento.

Sin embargo, al trabajar en ambos proyectos me llamó la atención observar hasta qué punto la mención de palabras como “Dios”, “alma” o “religión”, resulta francamente incómoda para mucha gente, especialmente en el medio artístico. Hay una clara tendencia por parte de críticos, curadores, teóricos e incluso de algunos artistas a neutralizar y suavizar cualquier discurso que parezca religioso.

Y es que, no obstante la relación histórica que existe entre el arte y la religión, hoy es casi un tabú encontrar arte explícitamente religioso en el cubo blanco de una galería o en un museo de arte contemporáneo, así como tampoco arte contemporáneo dentro de iglesias u otros lugares de culto.

A pesar de la aparente libertad que caracteriza al arte de nuestros días sigue habiendo temas prohibidos, igual que los ha habido siempre. La fe, por ejemplo, es considerada en nuestro mundo secular un asunto privado y pareciera que a un artista solo se le permite hablar de religión si lo hace desde la ironía, la crítica o el escepticismo —pienso en La nona hora de Maurizio Cattelan o Piss Christ de Andrés Serrano.

Ahora bien, muchos renombrados artistas contemporáneos trabajan temas relacionados con la religión, ya sea abordándola directamente en su iconografía, ideología y contenidos, o bien desde el punto de vista de la experiencia espiritual y estética que se genera desde producir o consumir arte: Bill Viola, James Turrel, Sean Scully, Gerard Richter, Arvo Pärt o Anselm Kiefer, por mencionar algunos.

Por lo tanto me pregunto si la supuesta separación entre arte contemporáneo y religión es real o es más bien una falacia, un estereotipo discursivo. En un mundo vertiginosamente rápido, cambiante y materialista, es más relevante que nunca observar el potencial del arte de constituirse como oportunidad de introspección, vehículo de lo espiritual y experiencia de lo sublime.