LA LIBERTAD INDIVIDUAL CONSISTE EN ACTUAR SIN DAÑAR

La libertad está en el origen de todas las hazañas históricas.

Ángel Hernández
Columnas
Foto: Especial
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En México hemos consolidado las libertades electorales pero siguen pendientes otras expresiones de libertad política para que mediante los partidos y el Congreso los ciudadanos también intervengan en las decisiones políticas, afirma el constitucionalista Diego Valadés.

El ex ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación destaca que en el país padecemos un déficit democrático porque ejercemos la libertad política en cuanto votamos, pero los gobernantes a quienes elegimos actúan sin que existan controles sobre ellos por parte de nuestros representantes.

Para el también ex procurador general de la República no hay condiciones para una regresión política en México, donde la concentración del poder siempre ha estado presente en el sistema. “No hay autoritarismo: hay un arcaísmo constitucional”, resalta.

—¿Qué lugar ha ocupado la libertad en la historia del constitucionalismo mexicano?


—La idea de libertad es central en el constitucionalismo y nuestro caso no es la excepción. Desde nuestra primera Constitución, la de Apatzingán de 1814, está presente el concepto de libertad.

—¿Se cumplen en la realidad las manifestaciones de libertad contenidas en la Constitución vigente?

—No. La lucha por la libertad en México ha sido larga y dolorosa. Pronto cumpliremos 200 años de vida independiente pero llevamos muchos menos como sociedad libre. Digamos que a partir de la Independencia hemos ido conquistando la libertad a tramos: primero ante el clero, con la Reforma; después ante los opresores de la sociedad, con la Revolución; luego ante la manipulación política, con sucesivas reformas electorales a partir de 1977. Hemos consolidado las libertades electorales pero siguen pendientes otras expresiones de libertad política para que mediante los partidos y del Congreso los ciudadanos también intervengamos en las decisiones políticas. Estas siguen muy concentradas debido a un sistema presidencial caduco.

—¿Cuáles son las consecuencias, como país y sociedad, de no aplicar las leyes de manera cabal y vivir con un déficit de legalidad?

—Nuestro déficit es más profundo que eso: padecemos un déficit democrático. En el siglo XVIII Juan Jacobo Rousseau dijo que los ingleses se creían libres pero que en realidad lo eran solo en el momento fugaz de ejercer el voto para elegir a sus nuevos amos. Hoy, aquí, no tenemos amos pero los gobernantes a quienes elegimos actúan con toda libertad sin que existan controles sistemáticos sobre ellos por parte de nuestros representantes.

Valadés refiere que, como los ingleses de antaño, solo ejercemos la libertad política en el instante que sufragamos y a continuación todo sigue igual: los gobernantes actúan como soberanos.

“En una democracia bien construida solamente los gobernados son libres y los gobernantes son delegados que obedecen el mandato de la sociedad. Entre nosotros, a lo largo de dos siglos, los mandatarios (palabra que significa ‘el que recibe un mandato’, o sea, un encargo) se han convertido en mandantes, o sea, en los que mandan. Mientras el pueblo sea mandado y no mandante no habrá libertades públicas completas en México”, resalta.

—¿Por qué nos cuesta entender la importancia de vivir en una sociedad donde prevalezcan las leyes y no la voluntad, capricho o imposición de los individuos?

—Los mexicanos no somos inferiores a cualquier otra sociedad. Lo que varía es el contexto. El Derecho es una construcción artificial para regular el comportamiento individual y colectivo de las personas. Está demostrado que las sociedades más heterogéneas, por razones étnicas, lingüísticas o religiosas, por ejemplo, tienden a ser más observantes de la norma porque es el principal valor compartido por todos; en cambio, las sociedades más homogéneas se organizan a partir de otros patrones de conducta.

Apunta que en México durante la Colonia y hasta la Revolución el factor de cohesión más importante fue la religión. Ni siquiera la Reforma pudo superar por completo esta realidad. Por eso es tan importante el Estado laico, que todavía no se acaba de consolidar.

Obstáculos

—¿Cuáles son los principales frenos al pleno ejercicio de la libertad en nuestra sociedad?

—Son muchos. Hay limitaciones culturales, económicas, políticas. La marginación social, la educación deficiente o insuficiente, la excesiva concentración de la riqueza o el déficit democrático al que me referí son obstáculos para la libertad. Pero hay uno adicional: la violencia.

Destaca que no es exagerado decir que la mayor parte de la sociedad mexicana vive en zozobra: hay miedo en las ciudades, en el campo, en el trabajo, en la escuela, en los centros de esparcimiento, en la calle, en los hogares…

“Los delincuentes matan, secuestran, asaltan, extorsionan. La delincuencia impone un estado de miedo que es muy restrictivo para el disfrute de las libertades”, afirma.

—¿Ve riesgos de un retroceso con acciones autoritarias o restricciones a derechos que pongan en riesgo las libertades de los mexicanos?

—No, no existe ese riesgo. No hay retroceso, porque la concentración del poder siempre ha estado presente en nuestro sistema constitucional. El viejo sistema presidencial sigue intacto. Es el que diseñaron los constituyentes en 1917 conforme a las necesidades de un país en guerra civil y no es el que deberíamos tener de acuerdo a una sociedad plural como la actual, que aspira a una democracia avanzada.

Subraya que él está a favor de un sistema presidencial parlamentarizado, mientras otros están a favor de un sistema parlamentario, posturas en las que discrepan en matices y tal vez en estrategias pero lamenta que mientras se discuten estos temas, quienes toman las decisiones han hecho que todo siga igual. “El hecho es que desde 1824 tenemos un sistema de gobierno unipersonal, tal como establece el artículo 82 de la Constitución”.

—¿Se han dejado pasar oportunidades para cambiar esta situación?

—Lo que hoy tenemos es lo que muchos hemos querido cambiar, menos los que tuvieron el poder. Y ahora que no lo tienen, supongo que deben arrepentirse. Pero no hay que desesperar: las sociedades contemporáneas son mucho más consistentes y robustas de lo que a veces se cree. Nosotros mismos somos muy proclives a dudar de nuestras propias fuerzas pero no hay razón para esto. La densidad cultural y política del país es superior a lo que muchas veces se cree. Yo tengo insatisfacciones pero no temores; me habría gustado ir más rápido.

—¿Qué garantiza que más allá de cambios políticos, de alternancias en la Presidencia, incluso cambios de régimen, los ciudadanos no vean en peligro sus libertades?

—No veo amenazas cercanas ni lejanas. Los presidentes han sido reacios a un cambio de régimen porque el sistema constitucional les confiere enormes facultades. Cada quien las ha ejercido a su manera.

Subraya que la libertad electoral la usan todos de una manera consciente: en el curso de 18 años los mexicanos hemos elegido a tres partidos distintos para ejercer el gobierno; durante 20 años los electores decidieron no dar la mayoría en el Congreso al mismo partido que tenía la Presidencia. “Esto cambió en 2018 pero la libertad electoral, que sí existe, permite que sean los ciudadanos quienes mantengan o cambien esta situación. El problema, y eso sí es para preocuparnos, es que la oposición está muy debilitada. Todo sistema democrático necesita partidos que controlen al gobierno, sin bloquearlo. La sensación actual de que hay un poder gubernamental excesivo se debe a la ausencia de fuerzas políticas equilibradoras. Pero esto es transitorio. En México, en este momento, la renovación de las instituciones políticas no es una prioridad pero lo normal es que en algún momento lo sea; tal vez cuando se vea que sin una sólida base institucional democrática mucho de lo que se haga puede ser efímero. Más efímero de lo que se cree”.

—¿Para usted qué es la libertad?

—Esto que hemos hecho y lo que haremos usted, yo, los lectores, todos los mexicanos: pensar, decir, actuar sin cortapisas, siendo leales a nuestras convicciones. Todo con respeto a los demás. Hay bibliotecas sobre el concepto de libertad, porque la libertad es el eje de todos los sistemas de pensamiento, incluidos por supuesto el político y el jurídico. La libertad está en el origen de todas las hazañas históricas. A lo largo de los siglos ha tenido más importancia la libertad que la vida. Quien prefiere la vida a la libertad puede acabar esclavizado. Por eso no entiendo, por ejemplo, a quienes se declaran pro vida y contra la libertad. ¿Cómo defino libertad? No soy tan pretencioso como para acuñar un nuevo concepto; más bien me inclino por un criterio muy sencillo: la libertad individual consiste en actuar sin dañar; la libertad colectiva consiste en actuar para no ser dañados.

Diego Valadés Ríos es un destacado constitucionalista, doctor en Derecho e investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, del que fue director general. Fue ministro de la SCJN y titular de la PGR. Se ha desempeñado como presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional e integrante de El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor, entre otras obras, de La dictadura constitucional en América Latina, La Constitución reformada, Constitución y política y El control del poder.