SANTIAGO AUSERÓN, EL ARTISTA QUE UNE MÚSICA Y FILOSOFÍA

He intentado darle calidad de arte selecto a la música popular.

Hector González
Todo menos politica
Foto: Especial
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Santiago Auserón es un hombre curioso que ha encontrado en la música y en la filosofía sus vehículos de búsqueda. Al frente de Radio Futura, banda española a la que se le deben clásicos como La negra flor o A cara o cruz, marcó derroteros de rock en español.

Más tarde siguió con proyectos en solitario que lo han llevado a indagar en la música afroamericana, el jazz y el clásico.

Como académico sus cartas no son menos llamativas: cuenta con doctorado y fue alumno de Gilles Deleuze y Jean Francois Lyotard.

Ahora Auserón se encuentra en medio de conciertos y de un ejercicio por afianzar su todavía breve carrera como escritor. Un primer paso es la reedición de Semilla del son (Libros del Kultrum), un volumen donde revisa sus investigaciones acerca de la música cubana, mismas que lo llevaron a producirle un disco a Compay Segundo.

—¿Qué lo lleva a reeditar Semilla del son?

—El libro nació como un opúsculo para contar más de 30 años de relación con la música cubana. En las biografías de Compay Segundo todo mundo habla de Buena Vista Social Club, cosa que me parece muy bien pero nadie recordaba que su primera antología la produje yo. Poco antes de morir él mismo me confesó que el disco que hicimos juntos era el que más apreciaba. Entonces quise defenderme un poco y que aquello no pasase al olvido. Aquel opúsculo lo publiqué como edición de autor. Ahora al entrar en contacto con una agencia literaria encargada de difundir mi obra y la de mi esposa, Catherine Francois, la editorial Libros del Kultrum me sugirió reproducir aquel texto y añadir otros materiales.

—¿Cómo convive la música con la filosofía?

—Desde mi época con Radio Futura he intentado darle calidad de arte selecto a la música popular. Parece una exigencia contradictoria pero no lo es. Me gusta cuestionarme sobre mi oficio. ¿Cómo se transmite el sonido que no es lenguaje? ¿Qué misterio envuelve a la sonoridad de la música y el lenguaje? Si no nos detenemos a pensar en lo que ocurre dejamos que las emociones primen sobre la elección y eso no es bueno. En la política lo vemos todo el tiempo y en consecuencia tenemos una democracia degradada. Atravesamos un periodo muy peligroso porque los medios electrónicos promueven la reacción emocional antes que la reflexión.

—Apenas hace poco terminó su doctorado. ¿Cómo fue su reencuentro con la filosofía?

—En realidad nunca la he dejado. Estuve matriculado en Vincennes, París 8. Después del 68 ahí echaron a los contestatarios. Había un mercadillo que solía ser más interesante que la propia universidad. Tuve grandes maestros pero interrumpí mis estudios para hacer Radio Futura. Me tomó 20 años acabar la tesis doctoral. Para mí la filosofía es un placer. Cuando me fui a París iba con la intención de convertirme en un escritor fashion, en un intelectual de oficio. Al llegar, los estudiantes me parecieron muy sobrados, con un aire de mírame y no me toques. No me identifiqué para nada con ese mundo. Yo me fui con poco dinero en el bolsillo y con una novia francesa que me ayudó a sobrevivir. Disfruté de la enseñanza de algunos profesores alucinantes, pero nada más.

—Ahí tuvo como profesor a Deleuze…

—Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard, François Châtelet… Eran pensadores de una potencia increíble, aunque sus clases eran raritas. En la clase de Deleuze a las nueve de la mañana ya había una nube de marihuana tremenda. Con él aprendí de la libertad y la potencia del pensamiento para descubrir la realidad inventándola. Estos maestros me enseñaron que para despertar la memoria humana se requiere que el cerebro invente un poco.

Territorio

—La reedición de su libro coincide con una época donde diversos músicos, como Dylan, Van Morrison o Springsteen, buscan un regreso a sus orígenes.

—Creo que es algo natural. Ve el furor que todavía causa Benny Moré, el gran sonero por antonomasia y el ídolo ante el que toda Cuba se arrodilla. Aprendió a ser un frontman en la banda de Pérez Prado cuando vino a México para construir una orquesta capaz de competirle a los conjuntos estadunidenses. El mambo, además de cubano, es mexicano. Hoy los roqueros regresamos al origen para que no nos traten como mercancía. Debajo de The Animals, los Kinks o los Stones están los bluseros del Mississippi. Hay que entender este sustrato para no ser mercantilizados. Si en nuestra memoria caben el Mississippi, La Habana y el Río Grande, nos hacemos más fuertes.

—Para muchos la música cubana empieza con Buena Vista Social Club.

—A Buena Vista le agradezco que usara el poder de la industria estadunidense para universalizar a esos grandes soneros cubanos. Yo, como roquero español, tenía alcance en mi mercado: España y América Latina. No me siento mal porque Ry Cooder ganase dinero con eso. De hecho lo conocí en un estudio madrileño después de haber producido la antología de Compay Segundo y con el primer disco de Juan Perro grabado en La Habana, en la mano. Pancho Amat, el gran tercer cubano que tocaba en mi banda, me llamó para decirme que Ry Cooder me quería conocer. Se quedó muy interesado con la antología de Compay y supongo que en el viaje de regreso lo escuchó. Me comentó que quería volver a Cuba; había estado en 1976, cuando no era nada fácil para un estadunidense viajar a la isla. Su idea era grabar en La Habana una segunda entrega de blues con Ali Farka Touré. Su propósito no estaba mal pero algo ocurrió en medio que le hizo cambiar de opinión y se metió en Buena Vista. Para ese proyecto viajó de manera ilegal a Cuba y eso le costó una multa de 25 mil dólares.

—¿El rock da para mezclarlo con son cubano, big band y zarabanda?

—Al menos en una mente tan extraviada como la mía, sí. Tengo muchos amigos roqueros de mi generación con un gran gusto y que escuchan de todo. A mí me gusta aprender de todo eso para extender el territorio. Lo que me falta es aprender a envejecer con calma. Vivo a tiempo.