EUROPA: ENTRE PROMESAS ELECTORALES Y EL DESENCANTO CIUDADANO

Los movimientos transversales quieren cambios visiblemente rápidos.

Redacción
Política
Foto: Especial
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Por Claudia Luna Palencia

En el último par de años la figura de Emmanuel Macron dibujó la paradoja actual de buena parte de la élite europea en el poder porque las sendas reformas estructurales que prometió al calor de las campañas electorales se han visto truncadas en la práctica bien porque no cuentan con el apoyo parlamentario necesario o porque el clamor ciudadano desbordado en las calles lo ha impedido.

El delfín del Elíseo representa al político promedio europeo: de brío joven, impetuoso, sin una dilatada carrera política, buen orador, pragmático y a veces catapultado a la gran escena nacional de primer nivel gracias a una organización nueva que nada tiene que ver con los partidos tradicionales de toda la vida.

Macron llegó al Elíseo debido a un movimiento emergente en las redes sociales, En Marcha, que nació en 2016 y un año después —ya con la sorpresa de haber obtenido la victoria electoral— pasó a convertirse en La República en Marcha, partido que se define de ideología socioliberal y con la intención de coadyuvar a la renovación de la vida política.

Coyunturas


Así, el desengaño, la corrupción, la incapacidad de cumplir las promesas electorales y la decepción de un grueso de la ciudadanía europea prohíjan la formación de movimientos sociales espontáneos que después transmutan en plataformas y finalmente en partidos políticos capaces de competir por captar el voto.

Pasó también en Madrid con el movimiento denominado 15-M, cuyo origen embrionario emanó de las redes sociales. Este surgió en Facebook con colectivos organizando manifestaciones en las plazas públicas de varias ciudades españolas en febrero de 2011.

Miles de indignados protestando por lo mismo prendieron la mecha para que después de una gran convocatoria, el 15 de mayo de dicho año, naciera una plataforma aglutinante de diversos colectivos —algunos antisistema—, todos con la intención de hacer una democracia más participativa alejada del binomio del Partido Popular (PP) y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Pasar de las protestas en las calles a la conquista de varias alcaldías fue posible con la conformación de varios partidos políticos, como Podemos (2014), ubicado en el espectro de la extrema izquierda, declarado enemigo de los empresarios y de los banqueros; es más, recién formado consiguió cinco eurodiputados.

Otros, como Ahora Madrid, presentaron una candidatura a las elecciones municipales, en este caso con Manuela Carmena, una jueza jubilada, septuagenaria y desconocida para la mayoría; la sorpresa para todos es que una outsider ganó la alcaldía de Madrid (desde junio de 2015 hasta junio de 2019).

Sin embargo estos fenómenos sociológicos y políticos también van desinflándose como el globo que pierde presión y volumen conforme pasan los días.

El mandatario galo ha pretendido hacer de Francia la capital del cambio climático pero no ha podido acelerar la transición deseada hacia la descarbonización de la economía penalizando además a los que más contaminan.

La misma calle se lo impide. Esa misma que en un año de protestas rabiosas le exige su dimisión, que ruede su cabeza, porque siente que Macron también le ha fallado, aunque no pertenece al viejo esquema político tradicional.

El índice de confianza hacia Macron es de 23 puntos y bajando. En los últimos meses lleva una caída estrepitosa en su popularidad en la medida que los chalecos amarillos sostienen un pulso rabioso contra su política de gobierno.

¿Por qué Macron representa la paradoja del político europeo actual? Porque la misma calle que lo encumbró lo quiere ahora políticamente decapitado: los movimientos transversales quieren cambios visiblemente rápidos y que generalmente favorezcan sus demandas sociales.

Para la analista Dominique Schnapper el presidente francés terminará siendo “víctima de eso que se llama un odio hacia la democracia”, una destrucción provocada por un movimiento transversal que rechaza la autoridad, las distinciones y las competencias.

“La democracia está en crisis y los extremos se benefician como si fuese una enfermedad; para ellos solo existe el igualitarismo extremo; todo surge por una enorme frustración alimentada por la mediocridad y también por la demanda de justicia social”, señala la escritora gala.

Hay un momento clave para las reformas, asevera a su vez el Fondo Monetario Internacional (FMI) en un reciente estudio en el que se analizan los costos de una mala reforma y cómo los políticos temen muchas veces implementarlas por cobardía a ser sancionados en las urnas, tarde o temprano.

Hay un efecto de encantamiento en las campañas políticas; sucede entre el elector y el candidato; ese periodo es como el canto de las sirenas, dulce para los oídos de ávidos electores urgidos de cambios. Después llega la cruda realidad y con ella la desafección, porque las promesas se estancan por diversas razones, a veces por el propio miedo del candidato electo a que no terminen funcionando.

En el documento The political costs of reforms, fear or reality el FMI puntualiza que no hay peor momento para efectuar un cambio que en medio de una desaceleración económica, o de una economía con crecimientos marginales, o de plano en medio de una crisis.

“La penalización llegará a las urnas en las elecciones siguientes; inclusive si las reformas terminasen generando bienestar a la sociedad lo negativo será exaltado aún más”, apunta el texto.

Si las reformas se implementan en el primer año de gobierno podrían tener mayor margen de acción a fin de mostrar sus beneficios, abunda el FMI, algo muy distinto a cuando acontecen cerca de concluir el periodo de gobierno.

Campanas electorales

Dos países de Europa cerrarán 2019 inmersos en un halo de inestabilidad política producida por una crisis de representación, en el caso de España, y por el largo proceso de ruptura del Brexit, en el de Reino Unido.

Económicamente hablando el país ibérico tiene una previsión de PIB para este año de 2.2% según el FMI y de 1.9%, de acuerdo con la Unión Europea (UE), mientras que la economía británica ralentiza a 1.2 por ciento.

Políticamente hablando España enfrenta el 10 de noviembre sus cuartas elecciones generales en los últimos cuatro años, al tiempo que Reino Unido va camino hacia sus terceras elecciones generales desde 2015.

La nueva cita electoral en la nación española pretende destrabar el bloqueo parlamentario en que ha caído la democracia ibérica, en medio de un desasosiego ciudadano y creciente hartazgo.

El ciudadano de a pie sigue con sus problemas cotidianos, incrédulo ante un cúmulo de promesas electorales, una cascada de cambios prometidos que no llegan nunca porque el bloqueo político tiene a España con un gobierno en funciones.

A las elecciones del 10 de noviembre se añade todavía más un escenario descompuesto que profundiza la imposibilidad de romper la falta de consensos para formar un gobierno de coaliciones.

De las elecciones generales del 28 de abril pasado el PSOE salió victorioso con 123 escaños; le siguió el PP con 66 curules; en tercera posición Ciudadanos con 57 escaños; en cuarta fila, Unidas Podemos con 42, y Vox por vez primera entrando en el Congreso con 24 curules.

Si el voto del miedo le sirvió al PSOE en dicha campaña esta vez el mensaje quedó neutralizado ante un electorado desinflado: muchos aseguran que no volverán a votar, tras ver impávidos cómo los líderes de los partidos políticos se mostraron incapaces de formar gobierno dejando empantanados cientos de iniciativas de ley en el Congreso.

Al presidente en funciones, Pedro Sánchez, le han salido mal las cuentas electorales a tal punto que si esperaba obtener un mayor respaldo en busca de lograr la mayoría absoluta lo que ha conseguido es darle más poder a la ultraderecha con Vox apuntándose como la tercera fuerza legislativa, según las encuestas de salida.

El espectro político tendrá otra faz pero no mejor que la del pasado 28 de abril: el PSOE volverá a ganar con menos escaños; el PP se reposicionará legislativamente; la ultraderecha quedará reforzada con Vox obteniendo mayores curules, y entre Unidas Podemos y Ciudadanos se disputarán quedarse con la cuarta o quinta posición.

España está imbricada a dejar atrás el acostumbrado bipartidismo y con las nuevas fórmulas político partidistas no tendrá otra opción más que buscar un gobierno de coalición, sea de izquierda o de derecha.

No se logrará tampoco mejorar el clima de crispación ya que temas como el amago independentista de Cataluña, la crisis de los independentistas presos y el proceso judicial han fragmentado la capacidad de entendimiento entre las diversas fuerzas políticas. Esta vez, además, hasta el espectro del dictador Francisco Franco recientemente exhumado (24 de septiembre) del Valle de los Caídos cala en el ánimo de cierto elector rancio.

Para Antonio Zarzalejos, experto en política española, Vox en el poder se alinea claramente con las narrativas iliberales húngaras y polacas que “hoy por hoy son el germen de una revolución antiliberal”.

Él argumenta que Vox padece “la histeria antiinmigración”, confía en la demografía del propio país como alternativa, profesa el nativismo que rechaza los estándares ajenos y recupera un nacionalismo de valores cristianos identitarios. “Es una época para el miedo y el proteccionismo. Y surge un Vox con un Santiago Abascal que instala en España lo que ya está arraigado en otras sociedades. El 10 de noviembre puede ser el comienzo de cambios más graves (y preocupantes) de lo que pudimos suponer”.

Si España el año pasado se ufanaba de estar libre del germen de la ultraderecha in crescendo en otras regiones de Europa 2019 será el año de su irrupción en la política regional coadyuvando a desbancar al PSOE de su feudo tradicional en Andalucía: dos semanas después de la exhumación del cadáver del dictador Francisco Franco Vox subió en 32 mil votos en las preferencias ciudadanas.

Rosario de promesas

Hay un agotamiento secular en el ciudadano, quien esta vez ha puesto en off su televisor para ni siquiera prestarle atención al debate de los candidatos presidenciales.

El aluvión de promesas ha dejado de calar en los españoles promedio, quienes saben que no prosperará ninguna si en el Legislativo no se encuentran los apoyos necesarios para sumar. España podría verse abocada a llegar a enero de 2020 sin siquiera formar gobierno otra vez.

Al igual que Francia la nación ibérica no ha podido emprender en los últimos años ninguna gran reforma; la crispación ciudadana nace no como consecuencia de una serie de reformas sino más bien por la falta de estas.

En las propuestas de los partidos Vox, por ejemplo, propone no darle atención médica a los inmigrantes (no especifica si solo a ilegales o legales); además quiere ilegalizar a los partidos independentistas y terminar con las autonomías. Es la parte más dura del arcoíris político.

Las pensiones, que son uno de los temas de mayor preocupación, han sido la rebatiña electoral por captar el voto de diez millones de pensionistas que en los últimos meses salen y salen a las calles para protestar porque no llegan a final de mes con el dinero de su jubilación.

Con las arcas al borde de la quiebra para sostener el sistema de pensiones la mayoría de los candidatos se dedica a ofrecer una revalorización en el monto que reciben los jubilados.

El PSOE ofrece ligarlas al IPC real; el PP busca que “el periodo de cálculo de la pensión sea progresivo a toda la vida laboral” para evitar mermas en la cuantía final por periodos de crisis y extender a 100% la jubilación activa de los autónomos; en el caso de Ciudadanos su intención es que las pensiones no dependan solo del IPC sino que se tomen en cuenta las cotizaciones individuales.

En la ultraizquierda Unidas Podemos también quiere un aumento de las pensiones ligadas al IPC por ley; coincide igualmente con el PSOE en derogar la reforma del ex presidente Mariano Rajoy, y quiere establecer un ingreso básico garantizado a partir de 600 euros.

En el caso de la ultraderecha Vox quiere un sistema mixto “con carácter voluntario” por el que la pensión pública pueda complementarse con otras modalidades de ahorro para la jubilación.

Fantasma de nacionalización

El próximo 12 de diciembre, a su vez, Reino Unido tendrá sus terceras elecciones generales desde 2015. Se intenta desentrañar el galimatías del Brexit, porque la falta de suficientes apoyos parlamentarios en la Cámara de los Comunes ha rechazado en tres ocasiones el acuerdo de salida acordado entre la nación insular y la UE.

Boris Johnson, actual primer ministro, no pasó por las urnas porque fue elegido en unas primarias del Partido Conservador para sustituir a su correligionaria Theresa May, quien renunció el pasado 7 de junio.

La fecha de extensión del Brexit para el 31 de enero vino acompañada de un adelanto electoral forzado por el propio premier Johnson, quien busca una amplia victoria de los tories porque requiere más apoyos para ejecutar una salida de la UE a su manera.

El miércoles 6 de noviembre pasado inició formalmente la campaña electoral británica, con un Jeremy Corbyn, líder de los laboristas, intentando aglutinar el voto del descontento hacia la ruptura con el club europeo y convertido en una alternativa para destrabar tres años de atolladero en la economía británica desde la realización del referendo de salida el 23 de junio de 2016.

Corbyn plantea en su ideario político electoral un segundo referendo y un abecedario de nacionalizaciones: “La electricidad, el agua, el servicio postal y los trenes”.

El ministro en funciones Johnson tacha a Corbyn de comunista incitando el temor de cierta parte del electorado de su país que se pone ante la disyuntiva de elegir el Brexit que quiere el actual inquilino de Downing Street o votar a Corbyn junto con su ideario nacionalizador.

En un artículo en el Telegraph Johnson atacó mordaz al laborista: “Fingen que su odio se dirige solo a ciertos multimillonarios y señalan a individuos con un entusiasmo y una venganza no vistos desde que (Josef) Stalin persiguió a los kulaks”.

Al igual que en España con sus nuevas elecciones, en Reino Unido prevalece un clima de desesperanza: nadie sabe a bien hacia dónde terminará yéndose.

Martin Kettler, columnista de The Guardian, lo analiza advirtiendo que “no es solo Reino Unido el que se está rompiendo: es toda Europa también”. Y lamentablemente, añade, esta nueva jornada electoral no necesariamente terminará resolviendo el galimatías del Brexit.

Kettler insiste en señalar que no exagera el contexto histórico de encrucijada en el que orbita su país en sus relaciones con el resto de los europeos: “Serán unas elecciones importantísimas. Se acabará el sueño de 1989. El Brexit se llevará muchas cosas. Implica la muerte del sueño de compartir la paz, de compartir el comercio, de compartir la seguridad y mucho más”, remarca el columnista.

El tono pesimista de un siglo complicado para los europeos deja un síntoma de desafección en sus ciudadanos, británicos o no británicos… europeos al fin y al cabo.