México está estratégicamente posicionado para implementar este sistema, especialmente en sus vastas regiones áridas y semiáridas.
En el norte de México, donde el sol es intenso y el agua cada vez más limitada, surge una tecnología que combina la agricultura con la generación de energía solar en un mismo terreno: conocida como agrovoltaica, se trata del aprovechamiento simultáneo del suelo para la generación solar fotovoltaica y alguna otra actividad productiva, como el cultivo de alimentos o la crianza de animales.
Aunque la agrovoltaica no es un concepto nuevo —surgió en Alemania y Japón en los ochenta— el descenso significativo en el precio de los paneles solares en la última década la convierte en una alternativa viable y accesible para países con condiciones climáticas similares a las de México.
Con una capacidad instalada que supera los doce mil megawatts en energía solar, México está estratégicamente posicionado para implementar este sistema, especialmente en sus vastas regiones áridas y semiáridas.
La Red Agrovoltaica Mexicana (RAM), fundada en 2023, emerge como un actor clave para impulsar esta innovación en el país, pues reúne a más de 70 organizaciones —entre universidades, empresas, organismos gubernamentales y comunidades rurales de al menos 14 estados— con el objetivo de fomentar la investigación, el desarrollo y la aplicación de sistemas agrovoltaicos adaptados a las condiciones locales.
¿Cómo funciona?
La agrovoltaica consiste en instalar paneles solares elevados sobre cultivos o áreas ganaderas, de manera que las plantas o animales puedan coexistir bajo la sombra parcial de los paneles fotovoltaicos. Este arreglo crea un microclima favorable para los cultivos, disminuye la evapotranspiración y los protege de las temperaturas extremas que suelen afectar la productividad en zonas secas.
“Observamos cómo los cultivos se deshidratan más rápido por las altas temperaturas. La sombra parcial que generan los paneles puede reducir esa deshidratación, conservar agua y mejorar la eficiencia energética de los propios paneles”, explica Valeria Amezcua, presidenta de la RAM, en entrevista con Vértigo.
El uso de sistemas de riego tecnificados, como el riego por goteo alimentado con la energía solar generada in situ, puede reducir hasta en 80% el consumo de agua. Esta ventaja es crucial para las comunidades agrícolas en regiones con estrés hídrico, donde la disponibilidad de agua es uno de los principales limitantes para la producción sostenible.
Entre los proyectos que lidera la RAM destaca el trabajo con la comunidad otomí en el Estado de México. Ahí la RAM colabora con productores locales para instalar paneles solares sobre invernaderos, una estructura que protege cultivos de clima adverso, como heladas o sequías. Esta integración no solo busca generar energía limpia, sino también mejorar la producción agrícola, ahorrar agua y aumentar la rentabilidad para las familias campesinas.
Del campo al mercado… y de regreso
La generación de electricidad puede significar un ingreso adicional, pero también una oportunidad para tecnificar el proceso productivo: refrigerar cosechas, procesar alimentos, almacenar excedentes o transformar materia prima en productos con mayor valor comercial.
“Imagina una familia que cultiva zanahorias. Con electricidad puede poner una pequeña planta para hacer jugo o conservar el producto más tiempo. Eso cambia completamente la ecuación económica”, apunta Amezcua.
El modelo ya ha sido probado en cultivos como lechuga, jitomate, zanahoria y chile chiltepín, tanto en el norte como en el centro del país. Aunque no todos los cultivos se adaptan a la sombra parcial, los primeros ensayos indican que una combinación inteligente de paneles y plantas puede ser viable en distintos contextos.
No obstante, los desafíos son considerables. Desde el punto de vista técnico, las estructuras deben modificarse: los paneles deben instalarse a mayor altura (hasta dos metros) para permitir el paso de maquinaria agrícola o el crecimiento de ciertos cultivos. Esto eleva el costo de instalación entre 50 y 100%. Además, se requiere conocimiento local para identificar qué especies se adaptan mejor a estas condiciones.
Desde el punto de vista normativo México todavía carece de una regulación específica que reconozca a la agrovoltaica como una figura distinta. Si bien no existen barreras legales que la impidan, tampoco hay incentivos o lineamientos claros que la promuevan.
“Hoy se puede hacer agrovoltaica, pero muchas veces se tiene que pasar por los mismos trámites que una central eléctrica convencional, aunque estés manteniendo el uso agrícola del suelo”, comenta Amezcua.
Países como Italia ya legislaron para permitir este tipo de proyectos sin necesidad de modificar el uso de suelo cuando se mantiene el cultivo.
Colaboración multisectorial
Para sortear estos obstáculos, la RAM teje alianzas con universidades, gobiernos estatales y empresas del sector energético. Desde su creación en 2023, la red ha crecido hasta integrar participantes de al menos 14 estados del país, con presencia de académicos, técnicos, agricultores, funcionarios y emprendedores.
Actualmente se desarrollan proyectos piloto en estados como Sonora, Campeche y Yucatán, así como investigaciones en universidades como la UNAM, la Universidad de Sonora y el Instituto Tecnológico de Querétaro. Además, se planea la creación de una alianza agrovoltaica latinoamericana que incluirá a países como Brasil, Chile, Argentina, Colombia y Uruguay.
La colaboración con el sector educativo también es clave. “Trabajamos con la Secretaría de Educación Pública para que este tema se incluya en los programas técnicos y universitarios sobre energías renovables”, afirma la especialista. La capacitación es esencial para que la agrovoltaica no quede como un mero experimento, sino que evolucione hacia una política pública estructural.
“El gran riesgo —agrega— es que la transición energética sea solo tecnológica y no social; que cambiemos el tipo de energía, pero no mejoremos la vida de la gente”.
La agrovoltaica, puntualiza Amezcua, “puede ser una herramienta poderosa si se piensa de forma integral: para reducir emisiones, conservar agua, fortalecer la seguridad alimentaria y mejorar el ingreso de los pequeños productores”.
El camino apenas comienza. Pero si algo ha demostrado la agrovoltaica es que los desafíos pueden ser también oportunidades. En tiempos donde el cambio climático amenaza la producción de alimentos y el acceso al agua, y donde la energía es un recurso estratégico, este sistema puede convertirse en una respuesta eficaz.