CAMBIO CLIMÁTICO, ¿UNA BOMBA DE TIEMPO?

Cambio climático
Bienestar
Compartir

En un mismo país la temporada puede traer lluvias devastadoras en un lugar y sequías extremas en otro. Hoy los focos de atención están en Texas, Europa y la Costa Chica de Guerrero.

Desde las montañas del centro de Texas hasta las costas mexicanas del Pacífico, pasando por ciudades europeas, aldeas en el Himalaya y provincias rurales de Pakistán, los fenómenos climáticos extremos desbordan los límites de lo que antes era “normal”.

Las lluvias son más intensas, los huracanes más feroces, las sequías más prolongadas. Lo que antes se consideraba un evento “de una vez en una generación”, hoy ocurre cada pocos años.

El clima extremo arrasa vidas humanas, destruye infraestructura y hunde economías locales.

Por ahora, los focos de atención están en Texas, Europa y la Costa Chica de México, territorios marcados por la devastación que dejan las lluvias extremas, olas de calor y huracanes intensificados.

Sin tregua

En Texas una tormenta monstruosa dejó más de 100 muertos y 180 desaparecidos tras descargar 30 centímetros de agua en unas cuantas horas. En el condado de Kerr la tragedia alcanzó su punto crítico: una “tormenta perfecta” desatada por la humedad residual del huracán Flossie y la tormenta tropical Barry descargó su furia justo en el punto más vulnerable.

“Si esa lluvia hubiese caído apenas 16 kilómetros más al norte o al sur, el desastre habría sido menor”, explicó el climatólogo estatal John Nielsen-Gammon.

Pero no fue así. El agua cayó sobre las cabeceras del río Guadalupe, convirtiendo la región montañosa del Hill Country en una trampa mortal para cientos de campistas, muchos de ellos niños.

En respuesta, el presidente Donald Trump declaró desastre grave para el condado de Kerr, aunque señaló que “no es el momento” para hablar sobre su intención previa de eliminar la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA). También aclaró que no planea recontratar a meteorólogos federales despedidos este año por recortes presupuestarios.

Ya en 2019 Trump expresó su escepticismo climático: “Creo que hay un cambio en el clima y que cambia en ambas direcciones... Solía llamarse calentamiento global, eso no funcionaba. Luego lo llamaron cambio climático”.

Esa visión, compartida por algunos sectores políticos y económicos, contrasta con la evidencia científica y los testimonios de las comunidades afectadas.

Y es que el patrón no es exclusivo de Texas. En octubre de 2023, en México, el huracán Otis alcanzó categoría 5 en menos de 24 horas antes de golpear violentamente a Acapulco. Fue una intensificación sin precedentes, dejando una ciudad devastada y exponiendo la falta de preparación ante fenómenos antes considerados improbables. Meses después, en junio de 2025, la tormenta tropical Erick se transformó en huracán categoría 3 en tiempo récord.

En Asia la historia se repite: en el Tíbet, un diluvio repentino arrastró el emblemático Puente de la Amistad entre China y Nepal; en Pakistán lluvias torrenciales desde finales de junio han cobrado la vida de al menos 79 personas, incluidos 38 niños, por lo que se emitieron alertas por nuevas inundaciones y desbordes de lagos glaciares, impulsados por el aumento de temperaturas y sistemas meteorológicos intensificados.

Europa, por su parte, enfrenta una amenaza distinta pero igual de alarmante: el calor extremo.

A finales de junio y principios de julio de 2025, una ola de calor anticipada azotó ciudades como Milán, Roma y Barcelona, dejando más de dos mil 300 muertes en doce ciudades, muchas de ellas debido a males agravados por el cambio climático, según el estudio Climate change tripled heat-related deaths in early summer European heatwave, del Grantham Institute y la London School of Hygiene & Tropical Medicine.

Con temperaturas que superaron los 40° C, el calor expuso la vulnerabilidad de las zonas urbanas y disparó alertas sanitarias.

“El cambio climático amplificó esta ola entre 2 y 4 grados”, explicó Ben Clarke, investigador y líder del estudio.

Europa occidental se ha convertido de hecho en la región que más rápido se calienta en verano. Para muchos expertos, el calor extremo ya es parte de la nueva normalidad en la región.

México

En cuanto a nuestro país, a la temporada de huracanes se suma otro fenómeno importante: el Monzón Mexicano. Ocurre principalmente en el noroeste y se caracteriza por un cambio brusco en la dirección de los vientos, provocando lluvias intensas entre finales de junio y septiembre.

Este año el monzón comenzó a mediados de junio y se prevé que continúe hasta mediados de septiembre, trayendo lluvias que mitigarán la sequía en Sonora, Chihuahua, Durango y Sinaloa.

Aunque estas lluvias son vitales para aliviar la escasez de agua, también presentan retos. En años anteriores el monzón aportó hasta 80% de las precipitaciones anuales, pero las intensas lluvias aumentan el riesgo de inundaciones y deslaves, poniendo en jaque infraestructuras y recursos locales.

La destrucción de viviendas, desplazamientos forzados y afectaciones a la salud son solo algunos impactos que enfrentan comunidades vulnerables ante fenómenos climáticos cada vez más frecuentes e intensos.

La exposición a materiales tóxicos, como los hallados en la espuma que se expandió tras las inundaciones en Naucalpan (Estado de México), también amenaza la salud pública, sobre todo en personas sin acceso a servicios médicos adecuados.

Las grandes urbes no están exentas. A principios de junio la Ciudad de México enfrentó una tromba que descargó más de diez millones de metros cúbicos de agua sobre la capital y el Estado de México, desbordando calles, colapsando el drenaje y afectando más de 600 viviendas.

Un estudio reciente, Changes in Intense Precipitation Events in Mexico City, publicado en el Journal of Hydrometeorology por investigadores de la UNAM, revela que el crecimiento urbano descontrolado y la pérdida de vegetación intensifican las lluvias.

La isla de calor urbana —temperaturas más altas en zonas urbanizadas— altera patrones atmosféricos locales, generando microclimas que favorecen tormentas más fuertes, especialmente en periferias.

Este fenómeno, combinado con una red de drenaje diseñada hace más de 30 años, sobrepasa la capacidad de respuesta ante lluvias intensas. La Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha retirado miles de toneladas de basura de canales pluviales este año, pero la acumulación sigue siendo un riesgo latente. La Secretaría de Gestión Integral del Agua señala que los principales elementos que obstruyen el drenaje son residuos sólidos como envases, colillas, electrodomésticos, aguas pluviales contaminadas y desechos industriales. El PET destaca como uno de los mayores culpables: se encuentra en coladeras, tuberías y plantas de tratamiento.

Luis Alvarado, CEO de BioBox, señala que muchos de estos residuos reciclables bloquean la infraestructura hidráulica, causando inundaciones y caos vial.

César Cámara, buzo profesional en aguas negras de la CDMX, relata que en una ocasión fue necesario usar dinamita para despejar un taponamiento de un metro de botellas plásticas.

Este tipo de incidentes no solo revela deficiencias técnicas, sino también falta de conciencia cultural y opciones accesibles para la disposición adecuada de residuos.

Lo que antes era raro, hoy es habitual. Por cada grado Celsius que sube la temperatura, la atmósfera puede contener 7% más de vapor de agua, intensificando lluvias, huracanes y tormentas. “Simplemente está cargando los dados a favor de lluvias intensas”, resume Kenneth Kunkel, científico climático de la Universidad Estatal de Carolina del Norte.

Pero las consecuencias no se limitan a la destrucción física. Los eventos extremos erosionan las finanzas públicas: agotan fondos para emergencias, paralizan economías locales, arrasan cosechas y hunden a las comunidades vulnerables en pobreza.

El daño económico es persistente. En países como México y Pakistán los recursos para asistencia se agotan rápido. En comunidades rurales y barrios marginados, la reconstrucción es inasumible y muchas familias nunca se recuperan. La ayuda llega tarde o no llega, profundizando el ciclo de pobreza.

La frecuencia de estos desastres, cada vez menos excepcionales y más previsibles, obliga a repensar estrategias de emergencia y modelos de desarrollo. La crisis climática es una realidad cotidiana que exige respuestas urgentes porque el clima, hoy más que nunca, ha dejado de comportarse como solía.

Brutal paradoja

Mientras algunas regiones enfrentan lluvias torrenciales, otras sufren la ausencia total de agua. Esa es la brutal paradoja del cambio climático: la misma atmósfera que desata tormentas históricas puede negarse a llover durante meses. En una misma temporada un país puede vivir inundaciones catastróficas en un estado y sequías sin precedentes en otro. Esta alternancia salvaje ya no es anomalía, sino norma que desafía sistemas agrícolas, hídricos y económicos.

Un informe del Centro Nacional de Mitigación de Sequías de Estados Unidos (NDMC, por sus siglas en inglés), en colaboración con Naciones Unidas, advierte que desde 2023 el planeta ha sufrido algunas de las sequías más intensas y generalizadas jamás registradas. España, Marruecos y Turquía —con climas tradicionalmente moderados— figuran entre los más afectados. El mensaje es claro: ninguna nación está a salvo.

En México la situación es similar. Datos de la Conagua indican que al 30 de junio de 2025 más de 21.8% del territorio estaba en sequía excepcional, la más grave. Sonora lidera con 70 municipios afectados, seguida por Chihuahua, Coahuila, Durango y otras entidades del norte y noroeste.

Las consecuencias son variadas y severas. Héctor Magaña Rodríguez, economista y profesor del Tecnológico de Monterrey, explica que la sequía impacta sectores sensibles de la economía regional.

“Los calores extremos y la falta de agua provocan pérdidas significativas en cosechas. En granos como maíz y trigo la producción esperada para este año es de 32.4 millones de toneladas, frente al máximo histórico de 40.8 millones en 2021”, dice a Vértigo.

Esta caída impacta en cadena: ante la oferta insuficiente, los precios suben y con el tipo de cambio actual importar será más caro. La inflación alimentaria se perfila como amenaza tangible en el segundo semestre de 2025.

No solo la agricultura sufre. Magaña advierte que la ganadería está en crisis: “La falta de agua provoca la muerte de cabezas de ganado. No solo carne, también lácteos. Esto incluye ganado vacuno, bovino y caprino”.

La industria manufacturera —clave en Coahuila y Chihuahua— enfrenta un mayor costo energético. La falta de lluvias reduce la generación hidroeléctrica, obligando a recurrir a combustibles fósiles o generación privada, encareciendo productos y erosionando competitividad.

El panorama es delicado. México lleva tres años consecutivos con sequías severas. Aunque el pronóstico indica lluvias normalizadas hacia fin de año, los daños ya están hechos. Magaña estima que de no revertirse, la sequía podría significar una pérdida de hasta 31 mil millones de pesos en Producto Interno Bruto (PIB) agropecuario.

Además, la salud pública sufre: desnutrición, deshidratación y agua contaminada afectan comunidades rurales sin servicios básicos. Las iniciativas para mitigar la sequía avanzan lentamente. El fenómeno de El Niño sigue agravando la situación, como en 2023 y 2024.

Sumado a ello, factores como la ineficiencia en el manejo del agua empeora el escenario. Por ejemplo, en la Ciudad de México, se pierde hasta 40% del agua potable por fugas; en Cataluña, hasta 80%. Según el NDMC esto revela que el cambio climático es parte del problema, pero también la negligencia institucional y la falta de inversión en sistemas modernos.

Aunque el norte enfrenta sequía extrema, el sur no respira tranquilo. Magaña advierte: “En el sur, las pérdidas no serán por sequía, sino por exceso de lluvia. Tormentas tropicales e inundaciones severas podrían arrasar cultivos y provocar desplazamientos. Lo que para unos es falta, para otros es exceso. Y ambos extremos causan pérdidas humanas y económicas de gran escala”.

cambio-climtico2.jpg

Llegó la canícula

Como si la sequía no fuera suficiente, a mediados del verano llega la canícula: un periodo de calor extremo y ausencia casi total de lluvias que afecta principalmente al noreste, centro y sureste de México. Esta fase, que suele durar varias semanas entre julio y agosto, intensifica la escasez en campos resecos, estresa aún más los cultivos y lleva al límite los sistemas de abastecimiento de agua.

“En regiones que ya enfrentan sequías prolongadas, la canícula funciona como una segunda embestida: acelera la evaporación, reduce la humedad del suelo y expone a millones de personas a olas de calor, con efectos directos en la salud, la ganadería y la economía rural”, indica Víctor Manuel Torres Puente, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM.

Meteorológicamente, explica el especialista, la canícula es un periodo de baja precipitación y aumento de temperatura. Aunque su nombre proviene de la estrella Sirius, hoy se entiende como un fenómeno atmosférico cuya duración y severidad varían cada año. La combinación de calor extremo y baja humedad agrava los efectos de la sequía, especialmente en zonas rurales. “Si este evento se prolonga puede secar cultivos de temporal, afectar la ganadería y encarecer productos básicos como frutas, verduras o carne”, advierte.

Maríajulia Martínez Acosta, gerente de Vinculación en Desarrollo Sostenible del Tecnológico de Monterrey y parte de la Dirección Nacional de Desarrollo Sostenible, coincide en que este fenómeno se está volviendo más extremo. Señala que si bien la canícula ha sido históricamente parte del clima mexicano, el calentamiento global intensifica sus efectos: “Hoy podemos ver manifestaciones quizá más extremas; los calores se van a hacer más intensos por cómo estamos viviendo actualmente el cambio climático”.

Para enfrentar este fenómeno Martínez recomienda acciones inmediatas como mantener una buena ventilación en espacios cerrados, usar aire acondicionado con responsabilidad, hidratarse constantemente y evitar la exposición directa al sol entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde. Pero también subraya la necesidad de actuar a largo plazo: reverdecer las ciudades, implementar soluciones basadas en la naturaleza, reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y exigir mejores políticas públicas y empresariales.

“Quizá esta sea la última canícula de 40 días: en el futuro podrían durar más. Por ello es fundamental que todos seamos parte de la solución”, advierte.

De hecho, los especialistas coinciden en que las respuestas no pueden ser solo reactivas: es necesario transformar de raíz nuestros sistemas urbanos, agrícolas y económicos. Adaptarse implica cambiar nuestra forma de producir, construir y consumir. El clima ya cambió. La pregunta urgente es si nuestras políticas, hábitos y estructuras están cambiando con la misma rapidez.

×