Es un ejemplo de cómo la ingeniería y la naturaleza pueden unirse para resolver problemas ambientales con enfoque social.
El agua, ese recurso vital que fluye por ríos, lagos y mares, está hoy en grave peligro: la contaminación, el mal manejo y la expansión urbana amenazan su calidad y disponibilidad.
En muchas comunidades rurales de México las aguas residuales se vierten sin tratamiento adecuado directamente a los ríos, dañando ecosistemas y poniendo en riesgo la salud pública.
“Si no actuamos para tratar el agua contaminada, la poca agua limpia que nos queda se seguirá ensuciando, poniendo en riesgo la salud de las personas y de los ecosistemas”, explica a Vértigo Karen Legorreta, ingeniera ambiental y directora de COVA (Conservación, Vida y Agua), una organización mexicana que ha desarrollado una innovadora tecnología para enfrentar esta crisis: los humedales artificiales.
Legorreta recuerda que en un principio se dedicaban exclusivamente a monitorear la calidad del agua, ayudando a las comunidades a comprender cómo el líquido que consumían no era apto para el consumo.
Sin embargo, la problemática no se resolvía solo con el análisis del agua. “Nos dimos cuenta de que si nos quedábamos ahí era muy limitado”, dice.
Fue así como la organización dio un paso más allá y comenzó a buscar soluciones que fueran accesibles, ecológicas y de fácil implementación.
Convención de Ramsar
Para entender esta solución, primero hay que conocer qué es un humedal natural. “Se trata de un tipo de ecosistema que se caracteriza por un suelo arcilloso, lo que provoca depósitos de agua. Estos sitios son generadores de vida, además de ser de los principales capturadores de carbono del planeta”, indica Legorreta.
Sin embargo, el crecimiento urbano ha puesto en jaque estos ecosistemas tan especiales, que países en todo el mundo, incluido México, se han comprometido a proteger mediante la Convención de Ramsar establecida en 1971 por la UNESCO.
Inspirados en estos ecosistemas naturales, los humedales artificiales imitan mediante ingeniería los procesos que permiten a los humedales reales limpiar el agua. “Lo que hacemos es construir un sistema con plantas, microorganismos y grava en los lugares donde se generan las aguas residuales. El agua contaminada circula a través de este sistema y al salir está limpia y con la calidad suficiente para ser usada, por ejemplo, en riego”, explica la ingeniera ambiental.
Esta tecnología es además accesible y sostenible. “No requiere electricidad ni productos químicos y su operación es muy sencilla. Cualquier persona con una capacitación básica puede encargarse de su mantenimiento”.
Se trata de una característica especialmente valiosa para las comunidades rurales mexicanas, donde la infraestructura tradicional de plantas de tratamiento electromecánicas es difícil de mantener debido a los costos, falta de técnicos especializados y suministro eléctrico inestable.
“En las ciudades estas plantas sí son viables, pero en comunidades rurales no tanto”, señala Legorreta.
Emprendedores verdes
Desde que tres jóvenes ingenieros fundaron COVA en 2018, preocupados por el impacto ambiental y social, la asociación civil ha instalado dos humedales artificiales en Oaxaca que ya muestran resultados prometedores.
Uno se encuentra en la planta municipal de tratamiento de aguas en Miahuatlán. Ahí el humedal artificial complementa la planta tradicional, que a menudo se avería o no trata adecuadamente el agua, evitando que aguas residuales contaminadas lleguen a los ríos. El agua tratada se utiliza luego para irrigar el vivero municipal, generando beneficios económicos y ambientales.
El otro humedal está en San Luis Amatlán y ayuda a depurar las aguas residuales de un palenque de mezcal. El agua limpia que sale se emplea para el riego del agave, demostrando que esta tecnología puede integrarse a diversas actividades locales y contribuir a un ciclo productivo sustentable.
Actualmente COVA cuenta con financiamiento asegurado para construir once nuevos humedales en escuelas públicas y plantas de tratamiento municipales en Oaxaca, tras haber sido ganador reciente del Heineken Water Challenge 2025, un concurso que reconoce soluciones innovadoras para la gestión, conservación y acceso al agua en México.
“La idea de poner a estos humedales artificiales en escuelas es capacitar a los niños y enseñarles el proceso constructivo, para que ellos también lo puedan llevar a casa”, afirma Legorreta.
Así, el proyecto se convierte en una herramienta de educación ambiental y apropiación comunitaria, clave para la sostenibilidad a largo plazo.
Retos
La líder del proyecto indica que uno de los mayores desafíos que enfrentan los humedales artificiales es lograr que las comunidades no solo reciban la tecnología, sino que la adopten y mantengan con compromiso.
“No puede ser algo que se ponga y dure un mes y lo abandonen, porque esto puede generar un problema de salud pública”, advierte. Por eso, explica, trabajan con la modalidad de tequio —una tradición oaxaqueña de trabajo comunitario— para que las personas se involucren en la construcción y mantenimiento, generando un sentido de propiedad y responsabilidad.
Además, la educación ambiental forma parte integral del proyecto. Desde monitorear la calidad del agua hasta comprender su impacto en la salud pública, las comunidades van ganando conocimiento y herramientas para cuidar su entorno.
La especialista destaca que medir el impacto va más allá del análisis del agua: buscan también estudiar cómo mejora la salud pública y cómo las actividades relacionadas con el humedal, como la poda de plantas usadas para artesanías, generan economía local.
Finalmente, Legorreta señala que emprender en temas medioambientales no ha sido fácil para COVA, pero aprender a comunicar su impacto ha sido clave para ganar apoyo. “Sin redes sociales nadie hubiera conocido el proyecto y confiado en nosotros”. Mostrar resultados reales les ha abierto puertas y, sobre todo, genera la confianza necesaria para que más personas se sumen a proyectos donde innovación y naturaleza van de la mano.