CDMX. 23 de octubre de 2025. Vivimos en una era donde lo que no se publica parece no existir. Las redes sociales han transformado la forma en que nos relacionamos, nos mostramos y hasta cómo nos percibimos a nosotros mismos. En este escenario, el narcisismo —ese concepto que Sigmund Freud planteó hace más de un siglo— ha adquirido nuevas dimensiones. Ya no se trata solo del amor propio o del egocentrismo, sino de una búsqueda constante de validación a través de la mirada digital del otro.
El “yo digital” es hoy una construcción cuidadosamente editada. Publicamos solo los fragmentos más luminosos de nuestras vidas: los logros, los viajes, las fotos con filtros, las relaciones aparentemente perfectas. Pero detrás de esa imagen curada puede esconderse una profunda necesidad de reconocimiento. Cada “me gusta” o comentario funciona como una pequeña dosis de aprobación, que refuerza la autoestima momentáneamente, pero rara vez de manera duradera.
Desde el psicoanálisis, este fenómeno puede entenderse como una forma moderna de alimentar el narcisismo primario que todos tenemos: esa necesidad de sentirnos vistos, amados y valiosos. El problema surge cuando la identidad depende casi por completo de esa mirada externa, volviéndose frágil y ansiosa. “Las redes sociales han amplificado el deseo humano de ser reconocido. El riesgo está en que la autoimagen se construya solo a partir de los otros, y no desde un diálogo interno auténtico”, explica la Dra. Dolores Montilla Bravo, presidenta de la Asociación Psicoanalítica Mexicana (APM).
La doctora Montilla Bravo señala que las plataformas digitales funcionan como espejos colectivos: “Antes nos veíamos en el espejo del baño; ahora nos reflejamos en los ojos de cientos de desconocidos. La diferencia es que ese reflejo está mediado por la comparación constante y la inmediatez”. Este contexto favorece una cultura del “yo” donde la exposición sustituye al encuentro, y la conexión virtual no siempre garantiza cercanía emocional.
Las redes no son en sí mismas el problema. De hecho, pueden ser herramientas poderosas para compartir ideas, crear comunidad o incluso para procesos terapéuticos a distancia. El desafío, desde la perspectiva psicoanalítica, es mantener una distancia crítica frente a ellas: reconocer cuándo la publicación busca comunicar y cuándo intenta llenar un vacío interno.
Freud planteaba que el equilibrio entre el amor propio y el amor hacia los otros es lo que permite una vida psíquica sana. Hoy, ese equilibrio parece tambalear ante la presión de proyectar una versión idealizada de nosotros mismos. Retomar el contacto con lo real —con nuestras emociones, nuestras imperfecciones y nuestros silencios— puede ser el antídoto frente a la superficialidad de la imagen.
La Asociación Psicoanalítica Mexicana ha insistido en la importancia de fomentar espacios de reflexión sobre estos temas, especialmente entre jóvenes y padres de familia.
Entender cómo las redes moldean el deseo, la autoestima y las relaciones es clave para construir vínculos más auténticos, dentro y fuera del entorno digital.
En una sociedad que valora la visibilidad por encima de la profundidad, el psicoanálisis invita a mirar hacia adentro. Tal vez el desafío del siglo XXI no sea dejar de mirarnos, sino aprender a reconocernos sin depender del reflejo de los demás.

