Lo de menos es afirmar que los precandidatos y sus partidos están haciendo campañas al margen de las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos. Lo más importante es señalar que el votante acudirá a las urnas para estallar su repudio al régimen o no irá, esto como una forma de mostrar su desdén a la política.
La democracia formal, procedimental, explica que el ejercicio del voto es una manera que tiene el ciudadano para poner o quitar gobernantes; la democracia política indica que el votante va a las urnas, además, para apoyar una propuesta de gobierno.
Lo que la ciencia política no ha podido explicar es el escenario del votante cuando ninguno de los dos supuestos anteriores se da. Ante la descomposición de la política el votante irá a las urnas a votar con actitudes de protesta —a favor del que más representa lo antisistémico— o de beneficio propio. Y los abstencionistas mostrarán su repudio a la política o simplemente su decisión de mirar hacia otro lado y que los políticos entierren a los políticos.
Luego de que el PRI se cerró a piedra y lodo hasta que los gritos populares del 68 anunciaron las posibilidades de una revuelta nacional el país ha experimentado de todo: reformismo priista, el PAN en la Presidencia y el PRD-López Obrador en el gobierno del DF... y no ha ocurrido nada: las cosas siguen igual, que es peor en el sentido de las dinámicas sociales.
Y la sociedad ha pasado por todo: las protestas tibias del 68 contra el autoritarismo, la guerrilla socialista procastrista
en los setenta y en 1994, la autocrítica sistémica, la legalización del Partido Comunista Mexicano, la desarticulación del Estado pasándole a la sociedad espacios de control gubernamental, la pérdida priista de la mayoría absoluta en el ejercicio del poder y la oposición en posiciones ejecutivas.
Y resulta que estamos mejor aunque estemos peor o que estábamos mejor cuando estábamos peor. El PRI gobierna con 40% de los espacios nacionales de poder, pero la oposición fragmentada tiene 60% y las cosas siguen deteriorándose.
Crisis terminal
Lo peor de todo radica en el hecho de que la oposición ha avanzado en posiciones de poder, pero el sistema-régimen-Estado sigue siendo el mismo. No es nueva la oferta de algún precandidato hoy de cambio de régimen porque es la misma que enarboló Vicente Fox en 2000 y que traicionó aun antes de tomar posesión del cargo.
Y que el PRI perdió dos oportunidades para reformar el sistema- régimen-Estado: con Carlos Salinas y con Enrique Peña Nieto. En las dos ocasiones se fijó el criterio de que la reorganización productiva de mercado iba a determinar el nuevo sistema político y las nuevas relaciones sociales. Nada ocurrió: el país es más mercado y al mismo tiempo es menos democrático.
El votante irá el próximo 1 de julio a las urnas con un sistema ya inservible, aunque sin opciones reales de reforma. Los avances en la democratización procedimental —respeto al voto— han servido de nada ante partidos y élites sin capacidad de entendimiento de la crisis terminal del sistema-régimen-Estado porque todos han gobernado con los estilos priistas.
La gran pregunta que se deben hacer primero los candidatos y después los partidos es la misma que se deben hacer los votantes el próximo 1 de julio: ¿para qué votar, si al final una elección es para cambiar y que todo siga igual?