Carlos Ramírez
@carlosramirezh
A dos semanas de la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto, el principal signo de la crisis política se localiza en la oposición y deja ver el problema de un PRI sin contrapesos reales de poder: el PAN quedó derrumbado luego de la derrota y el PRD se dividió por Andrés Manuel López Obrador y perdió su línea política.
El papel de oposición no es el de oponerse a la primera mayoría, sino el de operar como un verdadero contrapeso político. Sin embargo, el PAN extravió el rumbo político y el PRD ignora cuál es su discurso de ideas y se mueve entre la violencia en la protesta social y la carencia de propuestas alternativas.
La victoria presidencial del PRI orilló a los partidos políticos a una redefinición ideológica.
En las elecciones presidenciales los tres principales partidos se aglomeraron en el centro ideológico, pero más por no perder votos que por construir una propuesta reformadora progresista. Lo positivo de esos movimientos estratégicos fue la eliminación de los extremos de izquierda y de derecha, aunque sin definirse una ideología de centro. La prueba de los partidos radicará en las reformas estructurales que inevitablemente tendrá que iniciar el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Si el PRD se ahoga en el viejo priismo populista, el cardenismo autoderrotado en 1940, el neopopulismo del lumpenproletariado urbano, el fundamentalismo de los seguidores de López Obrador y el pragmatismo reaccionario de los Chuchos, su escenario político será demasiado estrecho. Más que una refundación, el PRD necesita una reconfiguración como partido político, no confederación de tribus en pos de sus parcelas de poder y de presupuesto.
El PAN quedó agotado por dos sexenios de ejercicio del poder presidencial en los que prefirió pactar con el PRI y luego centrarse en el tema de la lucha contra el crimen organizado. En el poder, el PAN se vació de ideas, de tradiciones, de ideología, de propuestas... Y por el poder padeció una fractura entre corrientes.
Trincheras
A favor de los espacios recuperables para el PAN y el PRD se va a dar un agotamiento conflictivo en el PRI, entre las viejas corrientes corporativas y las nuevas facciones pragmáticas en el gobierno. La reforma laboral provocó no un verdadero debate en el PRI, sino un pánico político por la ausencia de una iniciativa de reforma ideológica, luego de las fracasadas con Echeverría, López Portillo, Salinas, Zedillo y en la oposición.
Lo bueno para el PRI es que tendrá una oposición estridente, un PAN y un PRD que quieren -ahora sí- la gran reforma del poder que no hicieron desde Los Pinos o desde el Palacio del Ayuntamiento: doce años de gobierno presidencial panista y 15 de administración del gobierno capitalino no alcanzaron para que el PAN y el PRD pudieran hacer lo que hoy exigen a gritos y periodicazos.
Pero aun ahora, como oposición, PAN y PRD han optado por una guerra de trincheras, por reformas parciales que pierden de vista la necesidad de un nuevo proyecto de nación.
La alianza PAN-PRD fue una tomadura mutua de pelo; careció de un proyecto de reforma integral del proyecto nacional; y se agotó en la intención de hacer tropezar al PRI, no de reformular el modelo de relación laboral.
Más que afectar al gobierno presidencial priista, la oposición debería pactar la gran reforma nacional integral del proyecto nacional priista para consolidar la transición electoral con la instauración de una nueva democracia. Si no, el PRI se va a atrincherar y frenará hasta sus propias iniciativas de reforma.