Si alguna amenaza tiene la débil democracia occidental, sin duda que viene de la crisis económica: las protestas sociales están dinamizadas por los partidos políticos en busca de votos, pero a cambio de debilitar el funcionamiento de la misma democracia.
Los partidos se quedaron atrapados en el modelo populista de conseguir votos en función de representar el bienestar social. Los países de la Unión Europea que están hoy en crisis económica no hacen más que pagar la factura del despilfarro: gastaron sin límites para dotar de bienestar prestado a sus ciudadanos sin crear la riqueza para equilibrarla.
España, Grecia, Italia, Francia y hasta Inglaterra (aunque fuera de la Unión Europea contrapunto presente) se vieron obligados a programas de ajuste de sus expectativas y pronto de austeridad radical, pero no como castigo de enfoques imperialistas de sometimiento de voluntades sino apenas para cuadrar su presupuesto ahogado en déficit presupuestal.
Sin embargo, el problema no radica en el falso dilema de servir a los ricos o atender a los pobres. Europa está viviendo el modelo populista que América Latina padeció en los setentas: gastar más pero sin ingresar más y por tanto tener bienestar prestado. El gasto público viene de la recaudación fiscal, de la deuda pública o de la maquinita para imprimir billetes; los tres generan presiones que se pagan con ajustes macroeconómicos. Los países que fundaron sus políticas de bienestar en riqueza producida son los que hoy tienen que ayudar a los que gastaron dinero que no tenían.
España es un ejemplo a analizar: el Partido Socialista se dedicó a regalar dinero a los pobres, pero con cargo al déficit presupuestal; cuando la economía se colapsó por efectos internacionales, el gobierno socialista acusó a la derecha de sacrificar a los pobres. ¿Quién en realidad los sacrificó? ¿Los socialistas que gastaron lo que no tenían o los bancos que recuperan sus créditos al gobierno o tienen que cerrar y con ello aportar otro colapso financiero a la crisis?
Colapso
El asunto no es de ideologías, sino de técnica presupuestal: la izquierda se dedica a gastar hasta que el dinero se acaba y la derecha busca acumular sin atender las necesidades sociales. Los países que fortalecieron su producción, generaron riqueza excedente y después diseñaron políticas de bienestar derivadas del crecimiento económico son los que han salvado de la crisis, pero tienen que ayudar a los otros irresponsables.
La única riqueza que puede invertirse en política social sin crisis es la que se produce; el presupuesto que se gasta sin preocuparse por los ingresos genera la ilusión del bienestar, pero con facturas de ajuste económico con efectos sociales negativos.
Grecia gastó sin preocuparse por los desequilibrios presupuestales, pidió dinero prestado con condiciones leoninas y ahora tiene que pagar sus deudas; no obstante, el nuevo gobierno de izquierda denuncia imperialismos sin reconocer que las deudas son efecto y no causa de su crisis.
La pobreza generada por la crisis se ve en las calles llenas de pordioseros, de marchas callejeras de protesta contra la austeridad y en la impotencia tramposa de los gobernantes que se dicen víctimas de imperialismos financieros de bancos que ellos mismos crearon, usaron y enriquecieron pagando altas tasas de interés.
El colapso no es del ideal de izquierda sino del populismo como el camino corto a la ilusión de bienestar comprado con deudas que luego no se quieren pagar.