PAN: dilemas sin solución

El poder ha sido la némesis del PAN. Imaginado como un partido de equilibrio moral y ético, el PAN ha padecido crisis internas por la búsqueda de espacios de poder.

Gustavo Madero, dirigente nacional del PAN
Foto: Internet
Carlos Ramírez
Columnas
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Las paradojas parecen alcanzar al PAN. La frase de “ganar el gobierno sin perder el partido” tiene el contrapunto de lo dicho por Ernesto Zedillo como candidato presidencial el 4 de agosto de 1994, casi tres semanas antes de las elecciones: la “sana distancia” entre el partido y el gobierno.

La crisis dentro del PAN por el despido contundente de Ernesto Cordero como coordinador de la bancada del partido en el Senado ha llevado a otra referencia panista: “Cómo ganar el partido sin perder… el partido”.

Gustavo Madero se perfiló como el dirigente del PAN, pero a costa de romper la democracia interna. Si el PAN condenó hasta la saciedad el modelo de “sistema de partido único”, ahora convirtió al partido en una organización con voz interna única, la de su dirigente; y el que no acepte… que se vaya, porque si no, lo van.

El poder ha sido la némesis del PAN. Imaginado como un partido de equilibrio moral y ético, el PAN ha padecido crisis internas por la búsqueda de espacios de poder: la crisis de 1976 por la irrupción de empresarios pragmáticos, la crisis de 1992 con la salida del Foro Democrático y Doctrinario, y ahora las crisis de 2013 no tanto por el senador Cordero sino como un colapso tardío, en cámara lenta, derivado de la victoria electoral de Vicente Fox y su posterior salida del partido y luego el sexenio de Calderón gobernando sin el partido.

Lo paradójico del PAN es que se formó como partido político y, por tanto, tiene por obligación que legitimarse en la búsqueda del poder, pero su conformación ideológica y ética interna está contrapunteada con el poder. A la hora de los hechos, el poder ha corrompido al PAN, pero como partido no tiene otro destino que el poder.

Fondo

Las razones de la crisis son obvias: el poder es un instrumento de dominación y de coerción y se legitima en el uso de las diferentes formas de la fuerza; pero la ética se solidifica en el punto contrario del poder-fuerza: la razón. Al final, el poder se hizo para ejercerlo.

El PAN se encontraba más o menos cómodo en el Poder Legislativo, cuyo accionar se consolidaba en el contrapeso al poder político del Ejecutivo federal y de los ejecutivos estatales. La confección de leyes permitía el mundo utópico de las ideas. Pero una vez que comenzó a acceder a alcaldías, gubernaturas y presidencias de la República, el PAN perdió la brújula como partido. La razón estuvo a la vista: ¿cómo ejercer el poder desde el punto de vista de la moral?

El poder se ejerce con la fuerza, no con las ideas, porque estas son retóricas. Los mundos ideales —la utopía sistémica— son simples equilibrios de fuerzas. Por eso el PAN hasta ahora no ha sabido encontrar su espacio en los niveles ejecutivos del poder y su papel de objetivos morales. Lo más difícil para el PAN, en todo caso, es el ingreso al PAN desde principios de los años setenta del siglo pasado de militantes que quieren el poder y no el servicio.

Ahí se localiza el verdadero problema de Madero como presidente nacional del partido: cómo ganar el poder sin perder el partido y —luego de dos sexenios panistas— cómo perder el poder sin perder el partido. La crisis Madero-Cordero tiene que localizarse en esas coordenadas: un partido para aspirar a los poderes ejecutivos. Y luego tener que lidiar con el hecho de que el PAN no es monolítico, sino que está formado por grupos, corrientes y hasta tribus.

La crisis de fondo del PAN está en su relación con el poder político, objetivo único de los partidos políticos.