Canciones, Manuel M. Ponce

Dotación: Soprano y piano. Canciones: Los ocho ciclos para voz y piano. Duración aproximada: Dos volúmenes

Eusebio Ruvalcaba
Columnas
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Manuel M. Ponce
Foto: Especial

Hay discos que nacen con buena estrella. Grabaciones que parecen tocadas por el dedo de Dios, en las que todo cumple un solo cometido: aproximarnos a la belleza. Es lo que sucede con este cd de la grabación integral de los ciclos de canciones de Manuel M. Ponce.

Pero antes de entrar en materia, hay que hacer una precisión. La llamada canción de concierto —lied— es género de altura. A partir de su cristalización a manos de Schubert creció hasta iluminar la parcela de la música.

Pues bien, he escuchado este disco de marras incontables veces. Y en cada ocasión el impacto de la elevación artística me deja exhausto una vez más. Para quienes más o menos estamos familiarizados con la música del maestro Manuel M. Ponce, este disco resulta una novedad en cuanto a la revelación de un compositor capaz de trabajar una piedra preciosa —por llamar así a cada uno de los ocho ciclos que comprende el volumen— y de hacer de cada una de sus caras —que serían, para proseguir con el símil, cada una de las canciones del ciclo— una obra en la cual es posible descubrir en forma simultánea el mundo de afuera y el de adentro, lo que pensamos y lo que sentimos.

Sorprende esa virtud esencial del maestro Ponce de penetrar con luminoso haz en el poema, captar su fascinación, o su hondura, que es lo mismo, y tornarlo música.

Porque hay una coherencia entre el sentido espiritual del poema y la armonía de la música que lo ha hecho suyo; en otras palabras, es como si cada poema tuviese su propia sombra, y esa sombra —es decir, esa entidad solo visible a los ojos de unos cuantos— fuese la música. ¿Cómo es posible tal entendimiento de Ponce de la poesía? Creo que mucho tiene que ver, aparte de la sensibilidad de que estaba dotado, el apego del maestro a la palabra escrita a través de su amistad con hombres de letras contemporáneos suyos, sobre todo poetas, y de su inclinación por la escritura en general (no olvidemos que fue director de Cultura musical, una de las revistas especializadas más solicitada en los treintas).

Una joya

Eso de un lado; del otro, la interpretación de la soprano Silvia Rizo y el pianista Armando Merino. Creo que la música anda buscando momentos felices y el encuentro de estos dos maestros es un momento feliz. Y excelso. Es como si cada uno hubiese nacido para esta unión. El arte de la música se consuma de ese modo. Armando Merino al piano y Silvia Rizo al canto ponen lo mejor de cada uno y el río de la música brota. ¿Cómo no maravillarse ante la comprensión de la música de ambos intérpretes? Es como si escucharan una voz interna que les dijera las cosas se hacen de este modo y de este otro, y que encima los llevara a lograr un conjunto perfecto.

Porque ese es otro asunto en el que hay que detenerse. De lo que estoy hablando es de la música de cámara, para cuya ejecución se exige compenetración absoluta de la obra y sacrificio protagónico. En una interpretación cabal de este tipo de música —trátese de una sonata para violín y piano, un trío, un cuarteto de cuerdas o lo que se guste— nada sobra ni nada falta. Todo encaja donde debe ir, con mesura, delicadeza, discreción y elegancia. Virtudes que apuntalan la confección de este disco. Una joya, cuyo resplandor acaricia nuestro espíritu.