Parecería un tema recurrente pero que año con año va tomando dimensiones incrementales por los estragos y efectos que se ocasionan a nivel global. En esta ocasión la cabalgata casi apocalíptica de una serie de fenómenos naturales que encienden la alarma sobre la salud general de nuestro planeta azota con saña al continente europeo mediante una ola de calor avasallante. Pero aun cuando la difusión mediática al caso europeo ha sido vasta 2022 ha traído consigo una serie de eventos que también deberían llevar a una reflexión profunda sobre lo que acontece.
En enero la tormenta invernal Izzy dejó varados y sin electricidad a más de 100 mil estadunidenses del sureste norteamericano. A su vez, el invierno temprano del año por igual azotó a Europa con una ventisca atípica convertida a tormenta invernal de nombre Malik, misma que dejó cerca de 500 muertos en el norte del viejo continente.
Y no solo el invierno tuvo consecuencias letales: el calentamiento irregular en los primeros meses del año ocasionó deshielo acelerado en la Antártida, donde se registró récord de temperatura elevada, al igual que en India en el mes de marzo se registró un infernal calor como nunca en 120 años.
Inundaciones en Malasia, Filipinas, Sudáfrica y Europa por igual constatan que sí, efectivamente, algo ocurre en un planeta que se sacude y palpita con vigor.
Lo preocupante es que más allá de la discusión mediática las olas de calor que Europa experimenta no tienen precedente conforme a la objetividad de los datos que aporta el Panel Intergubernamental del Cambio Climático, el cual señala que en el lapso de 2030 a 2052 encontraremos un incremento paulatino que ronda entre los 1.2 y los 1.6 grados Celsius para nuestro planeta. Con tales números bien podemos esperar olas de calor mucho más cruentas que las sufridas en recientes tiempos. Y el dato alarma cuando se sabe que la actual condición en el viejo continente ha cobrado la vida de cerca de diez mil personas según estimaciones conservadoras.
Realidad
Conforme al mencionado organismo creado por la ONU, al tomar en cuenta los factores de duración, frecuencia, intensidad y extensión espacial para el histórico entre 1971 y 2000 el salto cuántico hacia arriba que respecto de ese periodo de considerable estabilidad se ha visualizado a partir de 2001 y llegado a este año sencillamente se ha disparado.
El índice EHF (Excess Heat Factor), que considera el aspecto biométrico de resistencia al calor, es mucho menor entre el muestrario étnico que compone a Europa. Por lo tanto, de extenderse esta temporada de alta temperatura la mortalidad experimentada podría ser la mayor de la historia para este tipo de eventos.
Pero nuevamente el tema se reduce a qué tanto se hace en el colectivo de países a favor del planeta. Sin embargo, no se ha podido concretar una acción concertada y equilibrada entre el desarrollo económico, la generación de prosperidad incluyente, la debida regulación y la promoción de una cultura global para mitigar los efectos de un muy real cambio climático.
No se ha pasado de las banderas ondeadas por el protagonismo y el paso decisivo hacia el equilibrio deseado entre los factores mencionados aún se queda en el tintero. Ante lo inevitable de esta realidad ya no son deseables solamente las restricciones y sanciones hacia la industria, sino que se antojan planes mucho más expandidos para la protección de la población por su proclividad al deterioro por calor como un asunto de salud pública, así como programas de apoyo estacional específico para la producción agrícola que se encuentra mermada en Europa y varias otras latitudes de nuestro mundo.
El viejo mundo no ha sido ajeno a las olas de calor: 2003, 2010 y 2015 son antecedentes que, sin embargo, palidecen ante los veranos consecutivos con temperaturas récord como los vistos en 2018, 2019, 2020, 2021 y ahora 2022. El accionar del gobierno debe estar a la altura de una realidad mucho más compleja que cumplir con una función legislativa o ejecutiva de restricción. Hay mucho por hacer.