CUMBRES BORRASCOSAS

Guillermo Deloya
Columnas
DELOYA-AP21304303498914.jpg

Poco tendrían que ver estas líneas con la aventura de vida del señor Lockwood que en su momento concibiera la pluma de Emily Brontë. En vez de ello me refiero a la experiencia mundial reciente mediante la cual distintos temas de interés cupular se han expuesto en foros de alto nivel. Así, el G-20 que hace un par de semanas se reunió en Roma aporta una mínima lista de acuerdos en materia de cambio climático, impuestos globales y objetivos de vacunación mundial.

Este grupo que reúne a los países que aglutinan 80% del Producto Interno Bruto del planeta aporta mucha razón con las palabras del mandatario italiano, anfitrión de esta reunión: “Seremos juzgados por lo que hacemos, no por lo que firmamos”. Esa gran verdad contenida en la frase es un reflejo de la poca efectividad que debiera evitarse en un comportamiento palpable y medible de estos grupos. Basta para ejemplificar que, con un objetivo más ambicioso que el propio Acuerdo de París, se pretende conseguir una meta cuantificada sin que en realidad exista una hoja de ruta clara.

Por igual, no solo borrosa sino irreal resulta la ayuda económica comprometida para los países en desarrollo, que en este nuevo capítulo se fijó en 100 mil millones de dólares anuales para los siguientes cinco años.

Esta avenencia de liderazgos, si bien por primera vez trató con insistencia la “descarbonización” del planeta, dejó un antecedente que el siguiente grupo ahondaría: la COP26 con sus 197 países participantes trató de motivar desde Glasgow acuerdos que dieran mayor consistencia a las sanas intenciones que hasta el momento campean como supuestos convenios para favorecer una mejora climática global. Sin embargo, la pared que se encuentra enfrente es un obstáculo sumamente complicado para flanquear.

Años de remedios superficiales y sin acuerdos que establezcan compromisos determinados en cantidades, objetivos y tiempos dejan nuevamente a este grupo con un horizonte nebuloso para lo alcanzable.

Abanico

El financiamiento de proyectos de contención del cambio climático en países en desarrollo nuevamente queda inconcluso y sumamente incompleto. Sencillamente no hay capítulos de apoyo convenido para paliar grandes desastres como las inundaciones del sur asiático o los devastadores efectos de tifones en Mozambique y Filipinas.

Si proseguimos con el trayecto de estas cumbres, complementan el panorama de reuniones la junta virtual de Xi Jinping con el presidente Joe Biden. Una reunión de tres y media horas que no resta tensiones ni mucho menos aminora la feroz carrera por la supremacía comercial y económica. En medio de una serie de estrategias que pasan por la aceptación de objetivos claves chinos, como lo es la conservación de Taiwán, poco se hace a favor de una cooperación productiva en un escenario de economía ralentizada.

Otra hoja del abanico, aunque en el ámbito del funcionamiento democrático latinoamericano, lo compone la sesión de la Asamblea General de la OEA, que parece una voz en el vacío ante la polarización que causan las afinidades ideológicas que sostienen burdamente casos de antidemocracia como lo ocurrido en Nicaragua.

Y finalmente el ejemplo cercano donde nuestro país es protagonista en la reunión trilateral México, Estados Unidos y Canadá, donde los resultados son ampliamente conocidos.

Lo cierto es que parecería que los marcos que imponen este tipo de reuniones encauzan el avance hacia la uniformidad del discurso mundial. Pero hay una distancia enorme entre lo esgrimido a grandes voces y lo realizable a nivel de personas, organizaciones de la sociedad y gobiernos locales. Hay mucho por hacer para acortar tramos entre lo sonoramente prometido y lo objetivamente implementable. Lo anterior es deseable de manera subrayada cuando la necia realidad se encarga de contradecir la promesa esperanzadora.

El mundo está sumido en un barranco del que 74% de los países saldrá en un aproximado de diez años para encontrar condiciones semejantes en su economía a aquellas que imperaban en el año prepandémico. La vacunación contra el Covid-19 es asimétrica entre los continentes y la nueva ola empieza a azotar a una Europa empobrecida y envuelta en crisis humanitarias por migración. ¿Menos discursos y más acción? ¡Por supuesto! De lo contrario los problemas nos seguirán azorando cual el novelesco fantasma de Catherine.