EL MÉRITO, EL YA MERITO Y EL MAREADO

“El común de las fuerzas partidistas empobrece la oferta política”.

Guillermo Deloya
Columnas
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El contexto político mexicano en general vive una etapa trágica. Aquí tendremos que definirnos por las opciones que estarán frente a nosotros el venidero 6 de junio. Exactamente aquí, donde la pegajosa contaminación negativa que se traduce en falta de credibilidad se adhiere necia a muchos de los que hoy están en campaña. Un número obeso de aspirantes que han llegado a la boleta para buscar la concesión del mandato legislativo o ejecutivo. En un universo exponenciado por al menos diez fuerzas políticas tendremos que optar entre 21 mil 383 contratados mediante el voto.

Sin embargo en el horizonte de perfiles la composición electoral por aquellos que ya tienen derecho de residencia en las urnas, aquellos cuyo apalancamiento con las esferas decisorias en los partidos políticos es irrompible y aquellos a quienes les llegó por obra del destino una candidatura nos deja en la desolación y en la desesperanza.

Pisamos colectivamente un momento donde el oficio, el conocimiento, la preparación y la armonía personal con el puesto al que se aspira podrían hacer contrapeso a la improvisación, la ignorancia, la mediocridad y la ineptitud que en muchos casos campea entre los ejércitos de candidatos que, cubiertos de santidad y rectitud, quieren convencernos de ser la mejor opción vendible electoralmente. Desafortunadamente la lógica de tránsito hacia la cima política es distinta y penosa.

A pesar de los discursos complacientes los partidos políticos optan por el pragmatismo que implica el conceder candidaturas a quienes puedan significar afianzamiento de acuerdos internos de los propios grupos que componen sus institutos; o en el peor de los casos, a cualquiera que tenga en la bolsa los pesos suficientes para transitar en la aventura del voto y las campañas. Sencillamente en ningún partido se está a la altura del reto.

Alto

El común de las fuerzas partidistas empobrece la oferta política, lo cual se significa en desinterés para militar. Sumado a lo anterior el mérito es una palabra que adorna elegantemente los discursos, sin que este concepto se afiance como una máxima para ponderar el ingreso, avance, reconocimiento y finalmente abanderamiento de los cuadros para un puesto de elección popular.

Las gráciles y eventuales concesiones para los meritorios buscan pagos futuros por lealtades y se engrasan en la lógica de la conveniencia de cúpulas. A los que no toca el dedo divino se les exige lealtad militar, unidad en su personal derrota y aportación hacia los fines colectivos que más bien favorecen a pocos. Pero, por igual, ese sistema de encumbramiento de agraciados, al no tener controles éticos, generalmente produce monstruos. Me refiero a quienes se piensan fenómenos aislados de popularidad; reales merecedores del tributo colectivo a su grandilocuencia y sabiduría incuestionable.

Yo soy uno de aquellos que piensa que hay que hacer un alto en el camino para no seguir en la ruta destructiva de la ineptitud que llegada al gobierno se vuelve corrupción. Desde los muy tempranos inicios en el ciclo de selección de candidaturas, los partidos políticos tienen mucho por hacer. Desde la honesta consolidación de una propuesta que convenza hasta el seguimiento generoso de militantes en esquemas de formación que no se trunquen por el privilegio de pocos. Estamos en la línea de regularizar penosamente un circo compuesto por miles que compiten por puestos pensando que la ineptitud, la ignorancia y la falta de exigencia son garantías de igualdad y equiparación. México merece mucho más que esta enorme farsa que quiere vestir impolutos a impresentables.

Estamos en una honda problemática como país. En muchos casos la profundidad del problema precisamente se agravó por encumbrar sin cuestionamientos a los que después del voto favorable gobernaron con insuficiencia. Solucionar con compromiso y talento los entuertos de la economía, de la seguridad pública y un largo etcétera requiere más que promesas vacías y descalificaciones al contrincante. El viraje requerido podría permitir que el mérito se reconociera, que los que “ya merito” edificaran positivamente, y que los mareados de poder finalmente se desterraran.