EL MITO CONVENIENTE

“Miles de cubanos que literalmente hoy mueren de hambre”.

Guillermo Deloya
Columnas
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Una añeja mentira enarbolada con cínico orgullo es aquella que pretende justificar el impresentable estado de vida que miles de cubanos viven día a día en su tan lastimada isla. El concepto de “bloqueo” conceptualmente es en sí mismo insostenible para clamarlo como razón de las penurias cubanas.

De hecho, un bloqueo tendría que apelar a una idea vetusta de asedio para impedir mediante la fuerza militar la totalidad de la actividad comercial de intercambio de un país. Dicha posibilidad como imposición de un castigo solo era concebible en tiempos de guerra, hace ya varias décadas.

Hoy incluso tal medida sería imposible a la luz del Derecho Internacional y el amparo de la actuación de diversos organismos mundiales. Por lo tanto, la mentira conveniente para un régimen prevalece con enormes claroscuros, ya que si bien es cierto que existe un embargo decretado por Estados Unidos, el mismo no corroe económicamente al grado que se clama desde la isla.

La acción comercial no bélica impuesta por los norteamericanos versa sobre la imposición unilateral para limitar las relaciones económicas de sus empresas con Cuba. Y lo anterior no tiene más que la lógica de no convalidación del régimen y su comercialización, hecha a costa de un sinfín de actos violatorios de derechos humanos y la inexistencia de derechos de la propiedad cometidos contra el pueblo cubano.

No obstante, el concepto de embargo es sumamente poroso; es una coladera comercial por donde pasan miles de productos de forma efectiva. Tan solo con EU de forma directa Cuba importa 5% de su total de bienes desde Norteamérica. Así, por igual el país del norte provee 48% de la totalidad de productos alimenticios que se consumen en la isla. En un lapso de dos décadas el régimen castrista ha comprado cerca de seis mil millones de dólares en bienes estadunidenses. Tan solo en 2019 Cuba importó cinco mil millones de dólares en insumos y tiene como principales socios comerciales a España, Italia, Canadá, Rusia y China. Actualmente, la balanza comercial cubana ronda en un valor cercano a los diez mil millones de dólares en importaciones y un cúmulo de cerca de tres mil millones de dólares en exportación. No estamos ante un escenario de cerrazón absoluta: el comercio fluye con ciertas limitantes propias de un estilo autoritario, pero el intercambio de bienes y servicios es absolutamente real.

Legitimidad dinamitada

Ese velo de mentira ha servido para “ocultar” —en la visión de un régimen despótico— una catástrofe social y económica que solo tiene que ver con aquello ocasionado por un sistema fallido de socialismo que, en realidad, se identifica más con una dictadura enmascarada.

No se le podría llamar de otra forma cuando se destacan características de la vida diaria como la inexistencia de la libertad de expresión, la nulidad de la potestad de adquisición de bienes, la “dieta forzada” a la que se someten las familias cubanas y un sinfín de rasgos que, en contraparte, permiten observar a una élite acomodada en las filas gubernamentales, que transita en la vida sin problema económico alguno.

Y peor aún resultan las voces que en la molicie que da el acomodo en países libres pregonan a lontananza de aquella tragedia sobre las enormes bondades del régimen cubano. Sin conocimiento de un sufrimiento agudo y embelesados por una ideología rancia que solo salpica de saliva putrefacta sus discursos, los grandes aplaudidores deberían estar en los zapatos de miles de cubanos que literalmente hoy mueren de hambre.

A un régimen cuyo supuesto pacto social revolucionario está roto, su liderazgo desgastado y su legitimidad dinamitada, solamente le queda afianzarse con hierro a su autoritarismo. El modelo de progreso que encuentra base en la propiedad estatal, la planificación de vida para el ciudadano y los incentivos de vida inmateriales, hoy como nunca está rechazado ácidamente en la isla. Sin embargo, los sueños por mejores días de miles de cubanos siguen horadando la conciencia de una comunidad internacional que no da cabida al despotismo gubernamental.

Ese cambio tan anhelado por una salvación desde las lejanías cada vez se siente más lejano para una Cuba mancillada, cuyo pueblo deberá entender que el destino está en sus manos.