EL NUEVO VERDE AMARELO

“El reto implica decisiones que sin duda lesionarán intereses”.

Guillermo Deloya
Columnas
LULA DA SILVA PRESIDENTE BRASIL 2022

Un regreso polémico, pero a fin de cuentas un regreso a un tercer mandato: Brasil decidió, después de una prolongada campaña política que procuró un desgaste de las candidaturas y luego de dos rondas electorales, que Luiz Inácio Lula da Silva será el nuevo presidente de dicha nación.

El escenario no podría ser más complicado. De entrada, el reto inicial será procurarse condiciones de gobernanza en un país profundamente dividido e inconforme: 60 millones de votos —un récord para una elección presidencial— no son suficientes cuando el margen de victoria se reduce a menos de dos puntos porcentuales.

Además, la instauración a contrapelo de un gobierno de izquierda en un escenario que la ultraderecha de Bolsonaro había instalado es no solo complicado sino, para muchos, cuasi imposible y el temor es la resistencia de los adeptos bolsonaristas que se niegan a aceptar la derrota. Ya de hecho se han manifestado en diversos eventos y cierres carreteros que se miran con complacencia por parte del candidato perdedor.

Lula llega como un restaurador de las grandes políticas de alivio social por asistencia para millones de brasileños que cayeron muy por debajo del umbral de pobreza en tiempos de pandemia y posteriores. El cometido de convencer a quienes aún apoyaban la continuidad del anterior modelo es ya la acción inmediata del nuevo presidente. De hecho, la conformación de la alianza que lo sustentó garantiza la confiabilidad sobre la futura actuación de Da Silva; así, la presencia de liderazgos de centro y centro derecha como Gerardo Alckim, exgobernador de Sao Paulo, apuntalan la moderación en el mandato a efecto de generar confianza en el futuro.

Resurgimiento

Pero el reto va más allá e implica la toma de decisiones que sin duda lesionarán intereses. El viraje tendrá que ser inmediato cuando se sabe que casi diez millones de brasileños cayeron por debajo del umbral de la pobreza con motivo del deterioro económico propiciado por la pandemia. Los índices de analfabetismo y retraso escolar se estima que se han recrudecido para generar un retroceso de prácticamente una década.

En ese duro panorama el primer paso prometido será la reforma integral del sistema tributario con reducciones previsibles para el Impuesto Sobre la Renta y la restauración de los subsidios a la producción agrícola.

Con este tipo de medidas se confirma un nuevo oleaje de una izquierda renovada en América Latina, quizá muy diferente a esa primera ronda de triunfos cercana al inicio del milenio con la instauración del “socialismo del siglo XXI”. Esta es una época de una izquierda mucho más acotada para Brasil, que se suma a los cambios encontrados recientemente en Chile y Colombia con Gabriel Boric y Gustavo Petro, respectivamente.

Y dicha acotación al desbordamiento socialista dañino la garantiza la fórmula que compone en la vicepresidencia Geraldo Alckmin, quien para muchos es la personificación del centralismo moderado que vendrá a pausar cualquier tentación populo-socialista encontrada en el anterior mandato del brasileño.

Brasil tendrá una tarea titánica de reposicionamiento que no admitirá demora alguna. En primer término deberá conjugar de forma inaplazable el desarrollo sostenible con el cuidado ambiental. La presión y la atención puesta por parte del mundo en la notoria deforestación del Amazonas será una constante durante el mandato. De ahí las oportunidades de un resurgimiento del liderazgo mundial de Brasil son sumamente amplias. ¿Qué tanto encabezará Lula la capitanía en la defensa del planeta para convertirse en un rector mundial del tema?

Por otra parte, no hay duda que se abrirá un nuevo capítulo para una renegociación del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur. Aquí queda patente que el esfuerzo de Brasil será por salir del cajón que en los acuerdos internacionales lo condenan a meramente ser un exportador de materias primas.

Es este un caso de amplias reflexiones en el cual se constata que cualquier tipo de resurgimiento en la política es posible. Lula da Silva, en un momento condenado por delitos que lo habrían mantenido preso, hoy reafirma la máxima que reza: en la política hay mil formas de morir, pero un millón de resucitar.