FRATERNIDAD Y BIENESTAR

Hay condiciones para que la totalidad de niños y jóvenes vuelvan a clases presenciales

Guillermo Deloya
Columnas
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La Organización de las Naciones Unidas ha constituido el foro de diálogo internacional más elevado y con mayor legitimidad en el orbe mundial desde su aparición. Sin embargo, cualquier órgano multilateral necesariamente está inmerso en el proceso evolutivo de cambio de la circunstancia histórica, lo cual obliga a la adaptación para proveer efectividad en su actuar.

Hoy el mundo ha cambiado de forma diametral; las modalidades y amenazas a la seguridad global se presentan en un catálogo distinto a las que motivaron las grandes intervenciones bélicas. Las operaciones de paz tomaron un viraje diferente desde el informe Brahimi, obteniendo una mayor coordinación y facultades que evitan los fracasos observados en los noventa.

Así, de manera paulatina, la ONU ha buscado su legitimidad fundamentada en la efectividad de su actuación. Desde 2005 emprendió una labor de fortalecimiento hacia la atención de un concepto más amplio de libertad, desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de los 193 países miembros prevalece la percepción de cumplimientos parciales o no satisfactorios en temas que son cimiento de aquellos mayores observados en los campos tan atendidos de la seguridad. Referirse a la desigualdad como punto de partida para cualquier acuerdo y acción se convierte en un acto de elemental justicia sobre el cual vale la pena insistir.

La presencia del presidente López Obrador en la segunda sesión del Consejo de Seguridad del organismo es una oportunidad para visibilizar el problema y estimular un debate profundo que se ha quedado trunco precisamente por la falta de interés para su adaptación en el tratamiento. La larga data con que la humanidad ha enfrentado este problema vuelve a la exclusión y a la desigualdad fenómenos cíclicos que paulatinamente se esconden debajo de la alfombra.

Acciones

Pero un gran avance es el planteamiento con tonos de objetividad que para algunos pueden ser incómodos. Aun cuando mucho se tendrá que discutir sobre la viabilidad, marco legal y mecanismos financieros para que un plan como el propuesto por México rinda frutos, es deseable iniciar el debate en un mundo polarizado por las secuelas de un capítulo inédito como es la pandemia. Tan hondo resulta el efecto de devastación, que se estima que la ralentización económica por motivo del Covid-19 generó poco más de 120 millones de pobres en los meses de confinamiento. Más pobres generados por un evento global que incluso aquellos que resultaron de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando el mundo presenta esta dolorosa cara en la actualidad, aún es tiempo para encauzar acciones que eviten que la recuperación sea disfuncional y asimétrica, lo que de ocurrir profundizaría el problema de la desigualdad mundial en un tiempo crítico, del cual quizá no habría retorno. Por ello, a pesar de lo lejos que se antoja una implementación efectiva de un programa como el propuesto por México, sí debemos saber como humanidad que hay que hacer algo para modificar el rumbo.

En grandes programas que tienen como objetivo el empoderamiento económico de sectores mediante la transferencia directa de dinero el inconveniente no se presenta generalmente en el fondeo de los mismos, sino en la efectividad en la aplicación y el grado de desvío al que son proclives. De la evaluación hecha para Latinoamérica y el Caribe por la Cepal se sabe que los Programas de Transferencias Condicionadas constituyen una puerta efectiva para la protección social inclusiva. Pero uno de los desafíos más claros para este tipo de programas es mantener objetivos claros y metas precisas; estar rigurosamente acotados por marcos legales; transparencia irrestricta para su aplicación; así como ser medibles en sus resultados y efectividad en términos de temporalidad acotada.

Un riesgo claro es convertir estos programas en una especie de árbol navideño del cual cada vez más pendan adornos adicionales que acaben por convertir al proyecto originario en una estructura omnicomprensiva que borre de tajo la especificidad y la eficacia pretendida. Por ello la etapa de diseño para algo tan trascendente como lo planteado no puede ser menos que acuciosa y pulcra en el anticipo de las posibilidades que se tenga para un esfuerzo multilateral inédito. No hay espacio para la falla.