¿LA COLOMBIA POPULISTA?

“Una expresión perteneciente al carisma político”.

Guillermo Deloya
Columnas
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No es casualidad alguna que las naciones latinoamericanas hayan optado en las recientes décadas por encumbrar a gobiernos con tintes y características populistas demagógicas y, en casos exacerbados, incluso con rasgos autoritarios y tiránicos.

Esta situación, que ha pasado en países como Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador y Nicaragua, se extiende hacia un nuevo capítulo que encumbra en la vía democrática a una figura cuya proclividad hacia este estilo de gobierno bien parece ser alta.

La elección en segunda vuelta como presidente de Gustavo Petro en Colombia causa una incertidumbre que llega hasta los escritorios de las calificadoras donde se analiza la viabilidad futura de dicho país.

Y no es casualidad, ya que la crisis de representatividad que campea es un fenómeno global que suma a su vez una crisis de diversas instituciones de intermediación entre el poder público y los gobernados.

La percepción que tiende a generalizarse impulsa la aparición de liderazgos disruptivos y que generalmente tienen como un cometido y causa el reivindicar a aquellos que han sido relegados del desarrollo económico y la prosperidad. Pero las lecciones que han arrojado este tipo de gobiernos solo apuntan hacia la agudización de la problemática social al encontrar vías de aplicación de políticas públicas que bordean la legalidad, desdeñan a las instituciones y atentan en general contra el sistema democrático.

Vocación

Sin embargo, después de un tramo de campañas antisistémicas, en razón del perfil y actuar de sus candidatos la democracia colombiana resulta fortalecida. El incremento significativo en la participación en segunda vuelta viste de legitimidad el triunfo en las urnas de Petro. Un total de cuatro puntos porcentuales que significan una victoria que de inicio capitaliza la esperanza perdida de aquellos que hace algunos años optaban por el “Sí” en un plebiscito para el logro de la paz con las FARC en dicho país. No es extraño que quienes dentro de ese segmento vieron mayormente afectada su vida por el conflicto de armas y quienes después a lo largo de los años mermaron su situación económica ahora opten por una opción electoral que vendió reivindicación y esperanza.

Cuando se analiza la concentración del voto que dio el triunfo a Petro y Márquez, es coincidente por igual con las zonas que menores inversiones tienen para detonar mediante infraestructura el desarrollo. Hablamos de la costa atlántica, el suroeste, el sur y la costa pacífica del país. El candidato ganador finca en consecuencia su triunfo en el hartazgo y la desesperanza de una mayoría que le exigirá resultados inmediatos. Pero se deberá ser sumamente cauto con el devenir en los rumbos de un país que nunca había optado por tener un gobierno con tintes de izquierda y masas. Los retos para Colombia son grandes y no deben dejar espacio para el florecimiento del autoritarismo justificado en la falta de avances añejos, aun cuando la tentación para dar resultados inmediatos sea creciente con el paso de los días.

Debemos recordar los preceptos teóricos aportados por Max Weber al referirse al populismo como una expresión perteneciente al carisma político, la cual es muy útil para generar un esquema de atracción y enamoramiento de masas y empatizar el discurso con aquellos que generalmente están ávidos de una solución pronta a sus problemas en sociedad. El populista generalmente acaba por incurrir en demagogia, que es el planteamiento falaz de un cúmulo de promesas que solo tiene el cometido de ganar adeptos aunque lo prometido sea de imposible realización. En el caso de Colombia, la identificación del perfil del ganador de la contienda bien puede ubicarse en este peligroso casillero.

El giro hacia la izquierda que previsiblemente dará el país no necesariamente tiene que significar la destrucción del avance democrático e institucional en su conjunto. El cúmulo de carencias que han lacerado a los más desfavorecidos no puede tampoco ser pretexto para acidificar la división y polarizar a un país que ancestralmente se acostumbró a encontrarse dividido. La propia proveniencia de Gustavo Petro como parte de las guerrillas no debe condicionar hacia el revanchismo y la polarización cuando en el escenario internacional está una Colombia que debe relucir su vocación democrática y abolir el absolutismo.