LA MENTIRA COMO RECURSO

Utilidad y convalidación, más allá de rigor científico.

Guillermo Deloya
Columnas
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El debate sobre el acto de mentir ha sido uno de los que más se han sostenido a lo largo del tiempo para disciplinas como la filosofía, la lógica, la historia y las ciencias políticas. Se ha documentado con diversas obras esta discusión, desde la simplicidad y didáctica de Maria Bettetini en su Filosofía de la mentira, hasta el magistral Tratado de semiótica general de Umberto Eco.

En todos los ejemplos la coincidencia es que el acto de falsear, mentir o falsificar siempre va de la mano de una carencia de ética o de un sentido de evasión de realidades por conveniencia, miedo o dolo.

México está sumido en una espiral de la pandemia sumamente peligrosa, cuyo origen y responsabilidad probablemente descansen en un alto porcentaje en el encargado de la cuantificación y estudio del comportamiento del Covid-19 en el país y quien, deslumbrado por las luces que hipnotizan a quienes no están preparados para relucir con méritos y justificación, ha incurrido en el lodoso campo de la mentira reiterada.

No pienso que exista un plan deliberadamente trazado que tenga como norma el engaño, ni que el revestimiento de las acciones de los funcionarios encargados de la salud en nuestro país sea exclusivamente la falsedad artera para llevarnos a una ruina preconcebida. Más bien es sumamente viable que la candidez de un personaje, cuyo roce político y tablas en esa cancha probablemente se acercan a la nulidad, sea el real motivo por el cual todos los días encontramos nuevas cifras, indicaciones y hasta señalamientos que solo nos confunden y documentan la falta de confianza generalizada.

Tener escenarios que no establecen con certeza rutas de tránsito hacia la apertura ordenada es el empuje más eficiente hacia el caos y hacia la anarquía de comportamiento que bien puede derivar en situaciones más complicadas.

Complacencia

Hoy por hoy México se encuentra en la carencia de planeación estratégica derivada la guía por datos muy poco confiables, ya compulsados y rebatidos por la realidad de los acontecimientos en el país. Sobra decir que el “pico de la pandemia” no llega.

Además, el error fraguado en la prisa y la presión ocurrió al establecer una fecha que constituiría el eje para la ya tan querida y necesaria apertura económica. Las contrapartes estadunidenses que no cesaban en la pregunta dirigida hacia las secretarías de Hacienda, Economía y Relaciones Exteriores, así como a la más alta esfera gobernante en el país, apresuraron la aventurada proyección de un funcionario que ha optado por el camino de la utilidad y la convalidación, más allá del requerido rigor científico en su dicho.

Cuando se actúa bajo criterios que se identifican mayormente con los de un vocero político, la razón y la verdad científica se cubren de velos que alejan la asertividad. Eso es lo que Hugo López-Gatell ha hecho en tres vertientes: en su recelo inexplicable a la práctica de pruebas masivas que mapearían de mejor forma el desarrollo de los contagios; en su confusión constante sobre la utilización de barreras físicas de protección para el contagio como el cubrebocas, y en la aportación de cifras que distan de la realidad constatada.

Ese conjunto de acciones dibuja una actitud de desinteresada complacencia hacia el poder público, más que un actuar profesional y responsable hacia los mexicanos en conjunto. Las constantes escaramuzas que López-Gatell realiza para asomar su silueta en el campo de la política han provocado la precaria planeación y una innecesaria y ahora insostenible tensión entre la necesidad de apertura económica y las restricciones necesarias para la conservación de la salud. No es extraño que el común denominador sea ya la incredulidad ciudadana y la consecuente desobediencia a aquel que erráticamente quiere invadir la esfera del libre albedrío con un muy cuestionable profesionalismo.

En la raya de los 200 mil contagios, y el doloroso incremento de fallecimientos, parecería que el epidemiólogo se apega a la filosofía de Tomás de Aquino, quien tenía la convicción de que resultaba permisivo el mentir dentro de la jocosidad o la venialidad del pecado. Quizá debería tomar en cuenta el parámetro de la propia Summa Theologiae para saber que la mentira perniciosa que solo busca la jactancia tiene una permanencia pegajosa hacia cualquier futuro personal.