LA RECURRENTE DISCUSIÓN FEDERALISTA

“Estamos en un momento en lo global que tiende a recrudecer los regionalismos”.

Guillermo Deloya
Columnas
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El inicio del gobierno estatal en 15 estados de la República consolida un nuevo mapa político en el país: la cromática que identifica la proveniencia de aquellos que conquistaron el voto popular en las urnas modifica sustancialmente el número de mexicanos en cuya responsabilidad de gobierno recae por cada fuerza política.

Así, Morena gobernará a 44.83% de la población mientras que el PRI, desbancado de su primer lugar en cuanto al número de gobernados, pasa a responsabilizarse de 21.71% de los mexicanos y el PAN de 18.44%. Aun con los cambios de gobierno derivados de la nueva preferencia electoral la discusión añeja sobre la necesidad de lograr un viraje en la relación de los estados con la Federación es un pendiente que campea en todas las agendas de mandatarios.

Ese nuevo federalismo mexicano que sigue apareciendo como un concepto borroso, que particularmente encuentra tensiones desde el inicio del gobierno federal en 2018. Desde el esquema implementado para la intermediación de los superdelegados, pasando por la conformación de alianzas económicas como el caso de la Bajío-Occidente, encontrando en el camino la disolución de la Conago y finalmente el desacuerdo franco con gobiernos como el de Chihuahua son episodios que dejan en claro cuán oportuna es una disertación renovada en torno de las relaciones de equilibrio y coordinación entre gobiernos.

El debate no es novedoso y constituye una piedra angular de la discusión en la propia historia del quehacer constitucional de nuestro país. Desde el vaivén en la gestación de Cartas Magnas centralistas o federalistas en el siglo XIX se puede documentar cómo la tirantez de intereses lleva a definirse al Estado mexicano en lo que hoy nos identifica como una República federal. Ese tránsito accidentado y por momentos violento no apela a causas disímbolas de aquellas que hoy ponen en polos distintos a gobernadores y Federación.

Eje

Fundamentalmente la discusión es la misma que la de hace un siglo, cuando el Estado mexicano diseñó centrífugamente un federalismo que recurrentemente encuentra diferencias ante la carencia de recursos que sustenten actividades estatales.

El cuestionamiento de núcleo que motiva la discusión sobre la necesidad del multinombrado nuevo federalismo sigue teniendo como eje al federalismo fiscal. De un lado tenemos gobernadores generalmente identificados con partidos políticos de oposición, que reiteradamente buscan la recentralización del ejercicio de recursos. Por otra parte, particularmente acentuada en esta administración, se mantiene una política de verticalidad para la ejecución de programas a efecto de lograr su eficacia y abatir ese uso discrecional que tanto se ha permitido por parte de los Ejecutivos estatales.

Pero la discusión debe ser mucho más amplia, sobre todo en la víspera de la deliberación sobre un presupuesto histórico para los mexicanos. ¿Qué tanto se aporta desde los estados para la mejora de esquemas recaudatorios? ¿Qué tanto se hace por la eficiencia presupuestal orientada a la inversión productiva y no al gasto corriente? ¿Qué tanto la discusión por una mejoría de aportaciones para los estados esconde la intención de no disminuir su poder de decisión en lo local, misma que se traduce en popularidad electoral?

Esas y muchas otras preguntas deberían ser eje para poder definir una relación mucho más sana y colaborativa que en estos momentos requiere la patria. Estamos en un contexto de recuperación económica que obliga a visibilizar con mayor énfasis las grandes asimetrías que se agravaron en el cauce de la pandemia. Por igual, la discusión propositiva y con tono de construcción no puede dejar a un lado la obligación por la eficiencia recaudatoria de municipios y de estados. Una mayor aportación con destino de eficacia y justicia social que permita el desarrollo equilibrado de regiones y en conjunto del país. Ahora como nunca la aportación debe ser colectiva para jalar hacia arriba a todos y dejar a un lado esa atávica opción que plantea solo dos cauces excluyentes: contar con entidades federativas fortalecidas o con una Federación fortalecida.

Estamos en un momento en lo global que tiende a recrudecer los regionalismos. Lo vemos con países de diseño federalista como Alemania o Estados Unidos. La obligación es mantenernos unidos y con altura de miras. México lo requiere con urgencia.