LOS PELDAÑOS QUEBRADIZOS

Una democracia vigorosa en que los espacios que emergen de las diferencias se vuelvan escalones de entendimiento.

Guillermo Deloya
Columnas
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Cuartoscuro

A nadie en absoluto le puede beneficiar una sociedad que no sabe transitar entre acuerdos mínimos de convivencia y coexistir sobre pensamientos y posturas. A nadie le conviene —aunque aparentemente así pareciera en lo inmediato del revuelo— agitar desde los pedestales del poder los ánimos que constituyen heridas vetustas y que ahora ante sutiles provocaciones tienden a sangrar.

Pero con estas líneas no aportaremos una revelación novedosa si afirmamos que la polarización en la sociedad mexicana ha sido una compañera constante y fiel en el sendero histórico. Sin embargo son tiempos donde la visibilidad de esa reyerta permanente ya es no solo notoria sino neurálgica. Potenciada en su percepción por la vertiginosa actividad en redes sociales y espacios digitales, dicha percepción conflictual arriba a la normalidad concebida para nuestros cotidianos vínculos como mexicanos.

Es patente el hondo calado con que hemos revelado nuestras diferencias en recientes tiempos; desde las generalidades descriptivas de nuestro ser en cuanto a etnia, preferencia sexual o posición social, hasta la particularidad del modo de ser y estar en esta patria. Así, las tensiones que derivan de la larga data en la historia nacional hoy se agudizan con nuevos matices que incluso opacan aquella permanente existencia en nuestro acontecer. Hablamos en estos días de diferencias que parecería que nunca han estado ahí y que se apersonan en la actualidad como si en el pasado solo hubiese concordia y lustre sobre la enorme amalgama de intereses y posturas contrapuestas que habitan en cualquier sociedad. No ha sido posible erradicarlas ni siquiera en los más arduos intentos de ilustrados, utopistas, comunistas y un largo etcétera, para lograr un igualitarismo ideológico que dé paso a la manipulación sin trabas desde el poder público.

Proclividad

Si somos conscientes sabedores de esa condición irrenunciable tal vez sea momento de no nublar la vista con el vaho de la preferencia política y pongamos manos a la obra para contar con una democracia funcional más sana y vigorizada en el reconocimiento de las diferencias, en vez de fincar futuros en la puntualización zozobrante que las plantea como irreconciliables. México ha sido una larga escalera con peldaños debilitados por la falta de cohesión. Ejemplos encontraremos muchos, desde la desidia fatalista de Moctezuma II, pasando por el recelo al progreso liberal en la fratricida guerra de Reforma, hasta la traición proimperialista de Mejía y Miramón, o la afrenta histórica al ver nuestra capital ocupada por el Ejército estadunidense en el día que conmemoraríamos nuestra independencia. Todos ellos y muchos otros más casos cuentan con el común denominador de la fragmentación que hace estragos en la fortaleza de rumbo, baluarte que por igual hoy sería deseable.

Es así como en una democracia vigorosa se anhela que los espacios que emergen de las diferencias se vuelvan nuevos escalones de entendimiento, proyectados a su vez como reales generadores de gobernabilidad, consenso social y confianza depositada a la autoridad gobernante. No hay futuro si desde el poder público se enconan las diferencias sociales, así como no hay futuro si desde el oportunismo político se exacerba con amarillismo e irresponsabilidad la confrontación que no se cimienta en argumentación propositiva o intenciones de progreso.

La confrontación entre el Ejecutivo federal y el estatal de Jalisco, así como la conformación de frentes que hacen resonar tambores de guerra a lontananza puede convertirse en un ejercicio sumamente peligroso, que de paralizar el avance democrático sería una lamentable lección no aprendida en el arroyo de la historia.

Esos han sido los peldaños que no han permitido el ascenso hacia mayores estados de prosperidad y beneficio colectivo; la escalera que en la historia se ha construido con madera porosa y apolillada por la falta de generosidad que nos está convirtiendo en una sociedad que mira con recelo y de reojo; falta de convivencia armónica, adusta en el comportamiento y carente de una solidaridad que preste alivio al padecimiento ajeno.

¿Es ese el camino trazado a la grandeza?, sencillamente no. Si no compaginamos con urgencia una postura reconciliadora desde el estrado público y una apertura social hacia la tolerancia y resolución ordenada de diferencias, estamos en la proclividad de fracturar esa estructura de débiles maderas que hoy se tambalea con la amenaza de hacernos descender a profundidades no conocidas.