Una lluvia de aspiraciones es lo que se percibe de la intentona por llegar a la ansiada candidatura que encumbra a aquel o aquella que podría regir los destinos del Estado de México. Lo anterior se magnifica cuando se perciben de cerca posibilidades reales para generar un cambio de signo político en el gobierno, ya que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), inmerso en un hondo desgaste, podría soltar la rienda del mandato mexiquense después de largas nueve décadas.
Y habrá que observar de cerca la ruta establecida por Morena para desahogar el proceso electivo de candidato. Un sendero que de arranque ya cuenta con un muy nutrido cúmulo de aspirantes de los que seguramente una gran mayoría sabe de la nula oportunidad que tendrán para alcanzar el cometido, pero ingresan a este proceso con el ánimo de negociar alguna posición.
Así, se sabe que un proceso prolongado que tiene como cometido una selección con el irrenunciable descarte de otras opciones generalmente da cabida a un desgaste con mayores y graves señales de inconformidad. En consecuencia, la operación para la cicatrización de dichas expresiones viene a proponer debilidades para el proceso mismo y la deseada suma en unidad hacia un candidato o candidata que tiene que resultar fortalecido en teoría.
Kaare Strom, politóloga noruega de la universidad de Stanford, ha tratado con maestría el comportamiento previsible para un partido político en condición de alta competitividad dentro de una elección. Las opciones de comportamiento y ruta tienen que ver con la proclividad que tendrán sus miembros para participar, debido a la percepción de una posible victoria. Otro de los incentivos claros para la búsqueda de una nominación por una multitud numerosa, a su vez, tiene como raíz la capacidad de alojamiento para diversos subescaños en un gobierno o parlamento amplio y con cuantiosos recursos.
Proceso
El aterrizaje a la realidad mexiquense nos deja un molde que encaja a la perfección con la teoría aportada por Strom. Tenemos en primer lugar un escenario donde hay una alta probabilidad de triunfo electoral para Morena y hay un estado con capacidades amplias para poder repartir una cartera de puestos públicos sumamente generosa.
Lo cierto es que hay una marejada de interesados que, hasta el día que se escriben estas líneas, se compone por cerca de 70 apuntados para el puesto de gobernador de la entidad. Como advertimos, la ruta establecida por ese partido es sumamente sinuosa y prolongada. Se estima que será hasta noviembre cuando culmine un proceso de varias etapas.
En un primer momento todo interesado deberá pasar por el tamiz de la designación como coordinador de los comités para la defensa del Estado de México.
Posteriormente la discrecionalidad partidista se pondrá en movimiento para seleccionar, mediante criterios de lealtad, apego y trayectoria afín a la cuarta transformación, a los perfiles que se considerarán aspirantes para que, finalmente, mediante una democrática encuesta se dirima en definitiva quién será el abanderado o la abanderada.
El arranque, a pesar de lo tortuoso del proceso selectivo, se avizora sumamente promisorio para el partido del color guinda. No solo se basa la afirmación en las primeras tendencias electorales, sino en la condición y circunstancia que experimentan sus adversarios electorales. Por una parte, la posibilidad de una alianza entre PAN, PRI y PRD son altas, ya que significa una real labor de salvamento ante la poca competitividad que representan en lo individual.
Sin embargo, la complicación en la alianza se da cuando el partido tricolor reclama casi por derecho de sangre la titularidad de la empresa electoral conjunta. El Estado de México ha sido cuna de grupos políticos que han marcado época y dinastía, como el caso del Grupo Atlacomulco. Es la tierra del expresidente Peña Nieto y además hoy se erige como un último reducto de conquista que simbolizaría la extinción de ese tramo de 93 años de gobiernos priistas.
El PAN, con menor desgaste, no parece dar pasos atrás en su insistencia por encumbrar la alianza. Así, tenemos un nuevo partidazo guinda, un manchón de partidos con tonalidades difuminadas y un partidito tricolor que en otros tiempos tuvo ahí su suelo más firme.