¿QUÉ APRENDIMOS?

Guillermo Deloya
Columnas
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Un año y dos meses cruentos, donde el costo mayor han sido los cientos de miles de vidas que se perdieron y los miles de futuros negados después del paso implacable de la pandemia. Un cúmulo de días y horas que por igual tendrán que ser generadoras de lecciones y conocimiento aplicable a la eventualidad del mañana, donde no estamos eximidos como humanidad de nuevas eventualidades que dejan ver nuestra fragilidad como organismos vivos y como seres sociales.

Hoy que se avista una luz que bien puede indicar salidas en la profunda oscuridad de este túnel no habría más opción que aplicar ese conocimiento generado para hacer de la prevención una constante útil. Tenemos ahora un catálogo mucho mayor de herramientas y recursos para que nunca más lo fortuito nos tome desprevenidos y para que nunca más el costo del aprendizaje se traduzca en deterioro económico irreversible, en ocurrencias impensables o en irreparables pérdidas de vidas.

Así, con el amplio terreno ganado, resulta válido intentar un primer acercamiento al análisis de aquellos puntos en los que la pandemia nos aleccionó. Para iniciar, como cobertura de cualquier actuar público debe estar la objetividad y la certeza de lo informado. Gran parte del desperdicio de valioso tiempo para tomar las medidas preventivas como el uso de cubrebocas o el testeo masivo se propició por la irresponsabilidad de quien, ungido como responsable de la comunicación durante este periodo, prefirió actuar como vocero político. Los contenidos de información dentro de la comunicación en tiempos de crisis necesariamente deben provenir de bases científicas y comprobables; no puede un funcionario con aspiraciones políticas acomodar a conveniencia lo que su parecer le dicta.

He ahí la causa de la displicencia de una sociedad mexicana ante el adoctrinamiento vacío y falaz de López-Gatell, quien lejos de rectificar se empeñó en ser mal ejemplo traducible en muertes y pérdidas económicas.

Costos

Como segundo punto parece que quedó claro que los cierres indiscriminados, sin selectividad ni estrategia alguna, no salvan vidas. Una correcta táctica anticipada con base en la aplicación masiva de pruebas, así como en una gestión eficiente de las medidas de prevención, son mucho más deseables que la condena a la ruina propinada a incontables negocios en el país al haberlos obligado a cerrar sus puertas. Si a ello se agrega el no contar con programas efectivos para el apoyo económico a efecto de supervivencia de los mismos, así como la carencia de estrategias de reactivación, se tiene la combinación de mayor lesividad posible.

Esto lleva a una tercera afirmación: el gasto público en tiempos de crisis sanitaria no se debe dispendiar en solucionar lo que en apariencia resulta emergente. Grandes cantidades de dinero no activarán de la noche a la mañana un sistema de salud que no apostó a la prevención. Si a ello también agregamos la desviación ideológica del poder político para la atención selectiva de los afines, jamás conseguiremos la creación de una comunidad sana y equilibrada.

Concatena esta idea con la siguiente: la vacunación no es un tema que se deba gestionar con criterios de rentabilidad política o de apego por afinidad ideológica. Esta errónea concepción ha sido la forma más clara para permitir la entrada indiscriminada de la corrupción y la ineficiencia en tratar de conseguir niveles de inmunidad colectivos. Optar por sectores o gremios para beneficiarlos con la vacuna resulta un acto perverso con altos costos sociales y de polarización que difícilmente se podrán paliar en lo futuro. Ahondar divisiones por una cuestión que debiera ser de total universalidad es no entender que no hay manera de transbordar a otro barco: todos los mexicanos viajamos en el mismo.

Una idea adicional que apela al sentido común. En todo país es deseable el ahorro fiscal y la previsión de fondos de contingencia ante la incertidumbre futura. Por ello el gasto público difícilmente podrá en lo venidero aguantar las ocurrencias que lo agotan improductivamente. Nación que promueva la solvencia podrá navegar en aguas tormentosas si es que debiésemos cruzarlas de nueva cuenta.

Finalmente, quedó expuesta la fragilidad de la educación ahondada por la brecha tecnológica. Actuemos ya para salir del discurso y tener calidad educativa. Ello sería justo y deseable.