¿RECONCILIACIÓN POSIBLE?

“Una división estéril entre los mexicanos”.

Guillermo Deloya
Columnas
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Después de un ejercicio democrático que en esencia resulta polarizante existe la ardua tarea por lograr un nuevo clima de avenencia que permita poner sobre la mesa de las discusiones los temas que siguen como incumplidos en la ruta nacional.

Muchos son los pendientes de siempre que se apersonan con insistencia: desde la lacerante pobreza en incremento hasta el insuficiente crecimiento económico; desde la inseguridad rampante hasta la corrupción inacabable; y desde la necesidad de consolidación democrática hasta la tentación regresiva hacia la práctica autoritaria del poder.

Todos estos temas y muchos más parecerían postergarse cuando se someten al yugo de la importancia concedida al rubro político; ahí donde es más importante allegarse de adeptos que soporten a un personaje se opaca la premura por solventar con decisión los graves problemas que seguirán siendo deuda en un México que hoy como pocas veces se percibe dividido. ¿Es terreno fértil para la definición de rumbos este escenario? La respuesta es obvia y preocupa ante la insistencia por dejar en segundo plano el establecimiento de una real agenda nacional cuya ruta de resolución provenga del consenso.

El ejercicio de revocación de mandato ha sido uno de los experimentos democráticos más polémicos y complicados para un país como el nuestro, que poco ha aprovechado los beneficios plenos de vivir en un sistema democrático. En su núcleo, una democracia debe arrojar caminos para la consecución de metas y objetivos que eleven la satisfacción de la vida en sociedad. Si no se consigue una mejora de condiciones para los ciudadanos cualquier ciclo democrático resulta incompleto. Así, el momento de aprovechamiento es propicio para el país a efecto de procurar unidad y consenso con los cuales se pueda de manera programática atacar aquellos pendientes que hoy se someten a lo importante que pareciera el resultado mismo del ejercicio de revocación.

Punto de inflexión

La guerra de pareceres que pretenden construir una narrativa en pro o en contra de aquello que deriva del resultado es una batalla sorda que nada abona. La celebración personalísima de la figura de mando es por igual un acto innecesario cuando aún existen temas de notoria relevancia puestos en una charola secundaria de importancia para su resolución.

Por ello, ¿qué tan posible es colocar ese catálogo de temas relevantes por encima de la innecesaria discusión sobre quién es más querido o repudiado en el mandato público? En un escenario inmediato se antoja sumamente difícil flanquear el cerco de discusión que con exclusividad vuelve a insistir en una división estéril entre los mexicanos: los identificados con el conservadurismo y aquellos que soportan una transformación. Es así que no podemos hablar de un triunfo pleno de la democracia si no damos el paso siguiente hacia su consolidación. Y ello pasa por la reconciliación social.

¿Qué tanto se hace a favor? Si revisamos el tramo recorrido nos daremos cuenta de que no precisamente hemos caminado por rutas pavimentadas en sólidos entendimientos. Una confrontación que llevó al más esencial cuestionamiento de estar a favor o en contra de una figura pública no suma al fortalecimiento de nuestro sistema democrático. Ni suma el comportamiento desapegado de la legalidad de funcionarios públicos que habían convenido transitar en este ejercicio regidos por las normas que ellos mismos habían impulsado. Tampoco abona una autoridad electoral que antagoniza con bases sistemáticas al poder, más allá de buscar la armonización de posturas. Confunde y extravía a su vez no hablarle con claridad al ciudadano de los reales alcances legales que el novel ejercicio democrático tenía.

Estamos en un punto de inflexión donde lo venidero puede complicar aún más nuestra precaria unidad nacional, al punto de la ruptura que nadie desea. Es nuestra obligación extraer la mejor experiencia de un ejercicio democrático para establecer rutas de entendimiento, reales caminos para plantear soluciones. Es un buen momento para la redefinición del actuar de una autoridad electoral que debe integrarse por aquellos que sean ajenos al interés de los partidos políticos y sea factor de unidad en el sistema democrático. No nos sirve ahondar en las diferencias en un momento crítico donde existen poderosos enemigos comunes que durante décadas nos siguen sometiendo. Reconciliarnos hablaría bien de un México que clama por el progreso.