El martes pasado leí un hilo de tuits que se me presentaron como una invitación intelectual. Ello me llevó a frecuentar la visión creativa aportada al plano educativo del recientemente finado Ken Robinson, quien en dos textos trae hacia lo contemporáneo una serie de conceptos contenidos en obras que tuve la ocasión de leer en distintos momentos.
La primera fue la provocadora Out of our minds, escrita en 2001, en la cual establece, entre otros argumentos, cómo el cambio social y tecnológico que experimentamos ocurre a una velocidad vertiginosa. Si buscamos la adaptación a la realidad cambiante tendremos que procurar el trabajo colaborativo con creatividad.
Para dimensionar el tamaño de este ritmo del tiempo podríamos equiparar los últimos tres mil años como si se trataran de doce horas. En esa comparación ficticia cada minuto equivaldría a 50 años; así que hace 41 segundos se habría inventado la PC, hace 25 segundos el internet y solo tres segundos después de ello la humanidad habría contado con mensajería SMS y telefonía celular inteligente.
En ese ritmo imaginario es de esperarse que los próximos eventos en los cambios tecnológicos propiciados por el confinamiento que trajo la pandemia se den a razón de milésimas de segundos entre sí. Estamos en una carrera que, aplicada en el binomio tecnología-educación, tendrá que aportar los asideros suficientes si no queremos dejar a alguien atrás; quizá muy, pero muy atrás.
Por otra parte el texto titulado Creative Schools, mismo que Robinson escribió conjuntamente con Lou Aronica más de una década después del que anteriormente mencioné, da testimonio del error que representa la estandarización de la educación en conjunto y de los métodos didácticos de enseñanza en lo particular. Es así que no se olvida que la enseñanza sistematizada angloeuropea tuvo origen en la revolución industrial misma. En esos lejanos años de mediados del siglo XIX donde el estudiante no tenía mayores opciones que someterse a una auténtica línea de producción estandarizada donde todos, absolutamente, estaban en un cajón único con los mismos materiales de enseñanza, los mismos cursos, las mismas evaluaciones y, preferible para el sistema, los mismos pensamientos.
Viraje
Hoy el propio sistema educativo mexicano está contaminado de tal lógica; medimos resultados en razón de cuántos estudiantes se gradúan y no hacemos énfasis en la calidad y adecuación en la preparación para el nuevo entorno que les espera.
Agrupamos a los estudiantes meramente por criterios de edad y no enlazamos cadenas de habilidades que trascienden las fronteras de una cronología biológica. La pandemia y la “nueva realidad” educativa vienen a agravar esta situación.
Vivimos momentos de tensión inevitables entre la innovación tecnológica y la proliferación de la desigualdad. Por una parte vivimos en un escenario ante el cual cerramos con pestillos las puertas de los hogares en medio de la propagación de una enfermedad desconocida. Por otra truncamos nuestras vidas para quizá buscar nuevas vías para educarnos, trabajar y en general socializar. Sin embargo en un México de realidades contrastantes resulta sumamente complicado que esas nuevas vías básicas para educarnos sean asequibles a una tercera parte de la población que no tiene posibilidades de acceso a herramientas tecnológicas que ahora son imprescindibles.
Pero si aplicamos el pensamiento robinsoniano en positivo este puede ser un punto de inflexión imperdible hacia el futuro. Para sobrellevar adecuadamente a este caprichoso 2020 en general tendremos que ser creativos. Los niños y jóvenes están en la ocasión perfecta de encontrar su verdadera estrella polar en la vocación. Así, el desarrollo de habilidades donde la flexibilidad en la planeación de una carta de vida ha cambiado diametralmente tendrá que ser impulsado por padres y maestros. Es momento de cambiar de rumbos desde la educación convencional hacia una que, aun en un ambiente de confinamiento donde es sumamente difícil la personalización del método de enseñanza, pueda virar hacia la creatividad, la competitividad, la crítica, la compasión, la compostura, la colaboración y la ciudadanía.
El profesor Robinson, emérito de la Universidad de Warwick, vaya que cruzó la barrera del tiempo para dejarnos una semilla germinable hacia un sistema educativo integral que no solo produzca una gran cantidad de profesionistas sino una mejor generación de mexicanos.