De lo bueno, poco

Los bancos centrales están aplicando desesperadamente medidas para solucionar problemas que ellos mismos causaron. 

Crisis económica
Foto: AP
Guillermo Fárber
Columnas
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“A los seres humanos nos gusta vivir en grupos, tribus que eventualmente se vuelven aldeas, comarcas, naciones, bloques. En todas las etapas se presentan líderes en forma natural. Entre otras cosas, los líderes se ponen a mejorar las cosas. Al principio, las mejoras cuestan poco y benefician mucho a la colectividad. Pero los líderes nunca dejan de querer mejorar las cosas. Llega el momento en que las mejoras propuestas cuestan mucho y benefician muy poco. El siguiente paso son mejoras costosísimas que reducen el bienestar colectivo. El paso final es que la sociedad se colapsa. En el pasado, la gente migraba a otra parte. Pero hoy no hay ya a dónde huir. Estamos por descubrir cómo se vive en una sociedad en colapso”.

Esa es la lógica conclusión de la tesis de Joseph Tainter, inicialmente arqueológica y antropológica, en su libro The Collapse of Complex Societies (1988). Esta misma tesis de los rendimientos marginales o decrecientes es el tema del libro más reciente de Bill Bonner, Hormageddon (2014). El subtítulo es: “Cómo es que dosis excesivas de algo bueno conducen al desastre”.

Esa regla se extiende a cualquier aspecto del quehacer humano (nada más piensa, por ejemplo, en lo que puede hacerle a un cuerpo humano dosis descontroladas de algo tan recomendable como las vitaminas), pero Bonner la aplica en especial a los terrenos de la economía, los negocios y las políticas públicas. La tesis puede decirse que es una variante del refrán: El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Irremediable

“La historia”, dice Bonner, “no es un tejido limpio hilado por sus vencedores, sino un complejo tejido de eventos que se volvieron FUBAR (acrónimo militar de fucked up beyond all/any recognition/repair/reason/redemption): debacles, desastres, catástrofes. Lo que hace útil estudiar estos fiascos es lo que puede aprenderse de ellos. Por ejemplo, si el constructor de un trasatlántico presume de que ‘Este barco ni Dios lo hunde’ (Titanic), mejor espérate al siguiente barco. Y si el precio de las acciones está a 20 veces las utilidades y todos los ‘expertos’ te urgen a entrar al mercado porque ‘no puedes perder’, ¡es tiempo de salirte!

De forma similar, los desastres de las políticas públicas es lo que obtienes cuando gente bien intencionada, con la misma certeza que tuvo el diseñador del Titanic, aplica la lógica de soluciones racionales a problemas de dimensiones pequeñas, a la planeación a gran escala. Primero, obtienes una tasa declinante de rendimiento (en tiempo, trabajo, dinero, recursos) hasta que llegas a cero. Y luego, si te empeñas en aplicar las mismas medidas (y siempre lo hacemos) lo que conseguimos es un desastre.

El problema es que esos desastres no los puede impedir gente inteligente, bien informada y bien intencionada… porque esa es la misma gente que los causó en primer lugar. Eso es justamente lo que está pasando hoy: los bancos centrales están aplicando desesperadamente medidas para solucionar problemas que ellos mismos causaron y siguen causando.

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