Deuda eterna

La deuda pública de México es la más alta de la historia. Las tasas internacionales de interés están en niveles históricamente bajos.

Deuda pública
Foto: Especial
Guillermo Fárber
Columnas
Compartir

¿Recuerdas aquella época apodada Milagro mexicano? En cierto modo la detonaron la II Guerra Mundial y su consiguiente demanda a cualquier precio y volumen por muchos de nuestros productos primarios, desde los agrícolas y mineros hasta el henequén. Seguíamos siendo controlados por Estado Unidos, como lo hemos sido siempre, pero se guardaban las formas de una “soberanía” para los desfiles.

Esa época abarcó de 1940 a 1958, los sexenios de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines.

La economía creció a un promedio triple de lo que hace hoy, igual que la población, en un clima político muy estable y con alzas de precios francamente moderadas. El presente era autoritario e insuficiente, pero había confianza en el futuro.

Continúo con este repaso histórico ultrarreduccionista. Los dos siguientes presidentes, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz (1958 a 1970) optaron por un modelo de crecimiento hacia adentro: la sustitución de importaciones. Comenzó en serio la industrialización del país (algo tramposa y abusiva, como en todo proteccionismo). El crecimiento no era ya tan dinámico pero continuaba siendo aceptable, la demografía mantenía inercias tercermundistas y el autoritarismo se vio severamente desafiado por diversos sectores sociales como los médicos, los ferrocarrileros y finalmente los estudiantes.

Esta etapa de hecho terminó en un sangriento 1968 orquestado por Luis Echeverría para quedarse con la Presidencia. Costó unos cuantos muertitos pero, ¿qué son unos cuantos muertitos en el contexto de una grilla sucesoria?

¡A hipotecar el futuro!

Luego llegó la Docena Trágica de Luis Echeverría y José López Portillo, y con ellos el triunfo del keynesianismo, la Era del Desprecio por el Futuro. Es decir, gastar hoy lo que no se tiene; el dinero de los hijos, los nietos y los bisnietos. Esa era la clave de la prosperidad, pregonaban los sesudos doctores en Economía egresados de la London School of Economics. Prometieron darle a México una segunda independencia y lo que lograron fue exactamente lo contrario: engrilletarnos como nunca antes a la banca internacional. En 1970 la deuda externa del país andaba por cuatro mil millones de dólares. En 1982 rondaba los 80: ¡20 veces más, a pesar de los ingresos petroleros más cuantiosos de la historia!

Lo que siguió luego fue un declive ya sin máscaras: Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo (1982 a 2000). Inflaciones desorbitadas, crecimientos mediocres, desaparición de la clase media y como remate el megafraude del Fobaproa. Luego vino la decepción enorme de los cómplices panistas Vicente Fox y Felipe Calderón (2000 a 20012). Gatopardismo en todo su esplendor: cambiarlo todo para que no cambie nada. La misma gata de siempre, en vestidito azul.

Hoy la deuda pública de México es la más alta de la historia. Las tasas internacionales de interés están en niveles históricamente bajos. En cuanto suban, aunque sea tantito, a llorar. Pero los keynesianos seguirán cantando: “A vivir como se debe, aunque se deba lo que se vive”.