Todos eventualmente caen

La libra esterlina perdió su contundencia como divisa de reserva mundial, porque sus emisores abusaron de ese poder.

Libra esterlna
Foto: sergio barbieri/Creative Commons
Guillermo Fárber
Columnas
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Inglaterra fue por 200 años el mayor imperio en el mundo: siglos XVIII y XIX. Pero, igual que tantos otros imperios en la historia (algunos mucho más duraderos que Inglaterra), eventualmente perdió su hegemonía y la cedió a su hijo díscolo, Estados Unidos, parcialmente en 1918 y completamente en 1945, al final de los dos conflictos que se conocen como “guerras mundiales” (aunque la única guerra verdaderamente mundial es la que está a punto de estallar).

En su apogeo, hacia 1922, Inglaterra gobernaba sobre 458 millones de personas (la quinta parte de la población mundial) y abarcaba 34 millones de kilómetros cuadrados (17 Méxicos). Impresionante. Pero cayó.

¿Cómo pudo ocurrir tal desastre? Lo de siempre: su arma principal, su moneda, la libra esterlina, perdió su contundencia como divisa de reserva mundial, porque sus emisores abusaron de ese poder.

El remate de este proceso se dio en 1967, cuando la administración laborista (socialista) tuvo que devaluar la libra, como siempre sucede después de que los gobiernos quieren “redistribuir masivamente la riqueza” (loable anhelo, por desgracia con invariables repercusiones empobrecedoras) y recurren a la fórmula habitual que condena al país a la bancarrota: la “nacionalización” (expropiación) de las principales industrias y el exceso en la emisión de “dinero” fíat. La devaluación fue de 14 por ciento.

El pendulito engañabobos

Luego vino la consecuencia inevitable, la inflación de precios: 27% en 1975. El gobierno reaccionó como siempre: congeló salarios y precios. Impuso la semana de tres días, prohibió jornadas nocturnas de trabajo y la transmisión de las televisoras de noche (para ahorrar energía eléctrica). Las huelgas eran ubicuas y constantes. Como resultado, en 1979 llegó Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, con su agenda conservadora, y se quedó once años, más que ningún otro primer ministro del siglo XX.

Es el péndulo de siempre: los “progresistas” llegan al poder, a lomos de hartazgo ciudadano; unos años más tarde llegan al poder los “reaccionarios”, a lomos del hartazgo ciudadano; luego regresan los progres, luego los retros y luego los progres otra vez. A veces nuestros gerentes (presidentes, primeros ministros, reyes, dictadores, etcétera) son electos, a veces autócratas, a veces dinásticos, a veces… Etcétera.

El punto parece ser que ningún sistema político tiene la solución definitiva y de fondo. Por eso los que mandan de verdad y nos manejan como marionetas han inventado este pendulito “democrático” engañabobos para mantenernos entretenidos y esperanzados de que la solución es poner a mis “buenos” en el lugar de los “malos”.

Me imagino que nuestros titiriteros globales se han de carcajear de nuestros pueriles afanes ideológicos que nos hacen creer que de veras cambiamos algo con nuestro voto: Clinton en vez de Bush, Bushit en vez de Clinton, Obama en vez de Bushit, Trump en vez de Obama, etcétera. Siempre la misma gata, apenas revolcadita.

En fin, eso es historia antigua. ¿Pero quieres avizorar el futuro inmediato? Sustituye EU por Inglaterra y dólar por libra y ya está.

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