Como todos sabemos, pero pocos decimos, hay un gorila de 300 kilos suelto dentro de la sala de nuestra casa global (lo que llamamos la “economía mundial”). Anduvo por el jardín las décadas de los cincuenta y sesenta. El presidente Richard Nixon le abrió la puerta de entrada a la casa el 15 de agosto de 1971, al romper literalmente por sus pistolas toda relación entre el dólar y el oro.
En ese momento era apenas un simpático cachorro que apenas sabía caminar. Pero a partir de entonces el gorilita (también conocido como dinero fiat), calientito y bien alimentado, comenzó a crecer sin más límites que la imaginación y voluntad de los políticos y banqueros (que todos sabemos son infinitas).
Los primeros años la familia estaba eufórica de tener un cachorro de gorila en casa. Particularmente los hijos adolescentes (también conocidos como babyboomers) se divertían a lo grande con esa presencia juguetona e irresponsable que no sabía decir que no a ninguna petición (claro, lo consumían todo a crédito eterno: compre ahora y nunca pague).
Pero a medida que el gorila se volvía más voluminoso, tragón y destructor, la familia comenzó a preocuparse. Finalmente, en el verano de 2007, el gorila tumbó sin darse cuenta el barandal de la escalera y ese fue su primer estropicio serio dentro de la casa (la prensa lo reportó como la “crisis de las hipotecas subprime”).
Como era de esperarse, la prensa “especializada” (del Wall Street Journal para abajo) le echó la culpa a las termitas. Por lo demás, ya te imaginarás cómo está la casa con las heces de 41 años del animalito.
Medidas de emergencia
Los dueños de la casa tomaron medidas de inmediato. ¿Sacaron al gorila de la casa, como era lógico? ¡Ni lo mande Dios! Eso hubiera sido desastroso: habría revelado a los vecinos su imprudencia; y peor todavía, los obligaría desde ese instante a vivir dentro de sus medios (¿entonces, qué caso tiene ser la única superpotencia?). Mejor hicieron como que no había ningún gorila a la vista (aunque cada vez era más difícil evitar sus manoteos), y desde ese momento combatieron a las termitas nocivas con chorros crecientes de dinero fiat (también conocidos como “programas de rescate”, inicialmente; “deudas soberanas”, luego; y “quantitative easing”, hoy).
Así han logrado librar cinco años sin que el gorila acabe de irritarse tanto, que derribe la casa entera a punta de ímpetus enfurecidos.
Claro que no han remediado realmente nada; y claro que la casa está cada vez más sucia; y claro que el gorila crediticio está cada vez más grande, más irritado y más flatulento. Pero los dueños de la casa aprovechan los últimos días del festín y apuestan a que tendrán tiempo de escabullirse de la casa justo antes de la embestida final de King Kong.
Mientras tanto, por supuesto, la prensa “especializada” (del Wall Street Journal para abajo) sigue obedientemente fingiendo que no ve al gorila dentro de la casa.